viernes, 3 de septiembre de 2021

Manuel Rojas: Mejor que el vino

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1958

Valoración: Recomendable

Ya he comentado en alguna ocasión mi pequeña frustración por no poder escribir una reseña enteramente entusiasta. Parece que siempre tenga que prestar más atención a las nubes que de vez en cuando ocultan los rayos de sol, que con excepción de algunos grandes o grandísimos clásicos (y no todos) no haya manera de dejar brotar en libertad un torrente de elogios.

Y mira que empezó gustándome mucho mucho este Mejor que el vino, mejor dicho, empezó a gustarme de verdad pasadas unas pocas páginas iniciales, porque cuesta un poco cogerle el tono. Pero me encanta el estilo de este autor, todo espontaneidad y franqueza, colocando el sarcasmo exactamente en el lugar adecuado, y por encima de todo libre, completamente libre para contar lo que le da la gana, para irse adelante y atrás sin previo aviso, para dedicarse a una digresión genial interrumpiendo completamente el relato hasta que le apetece volver a él, intercambiando el punto de vista en una misma frase, asumiendo de pronto la voz de un personaje, interpelándole o dirigiéndose al lector. Y lo bueno es que nada de esto chirría, que todo se desarrolla con tal naturalidad que no nos importa seguir a Rojas en sus pequeñas divagaciones o colocarnos en la posición que en cada momento nos propone. Al contrario, lo hacemos con sumo placer.

No se me olvida, no, que hay que decir algo sobre el contenido. De nuevo tenemos en primer plano a Aniceto Hevia, protagonista del primer volumen de la tetralogía que encabeza la celebrada Hijo de ladrón. Hevia, cargado con el lastre de la mala experiencia paterna, se mueve desde joven por distintos lugares entre Chile y Argentina, sin llegar nunca a ser del todo ciudadano de uno u otro país. Busca oportunidades, aprende oficios, siempre desde una especie de anonimato, en un pasar desapercibido que parece más bien involuntario, producto de una personalidad algo apática. No acaba de quedar claro, pero parece un chico más bien aburrido, poco dado a las ilusiones o a cualquier acción que tenga algo de espectacular.

En ese recorrido Rojas va colocando algunas de aquellas pequeñas digresiones a que me refería, auténticas joyas de unas pocas líneas, una página a lo sumo, describiendo por ejemplo lo que ocurre al contraer la sarna (secuencia espeluznante y desternillante, a partes iguales y en grado máximo), las técnicas para cruzar una calle en la ventosa Punta Arenas, o una magistral comparación entre la Pampa argentina y la chilena. Aniceto es ahora apuntador en una compañía de cómicos y tiene su primera experiencia con una mujer, sin contar sus puntuales visitas a prostitutas. Es una relación bastante alejada de cualquier canon romántico, dominada por intereses más que por sentimientos, por donde se empieza a introducir el asunto central del libro: la relación de pareja. 

Con esta primera pareja de hecho se empiezan a explorar distintas perspectivas, sensaciones que actúan como motor de eso que llamamos atracción entre hombre y mujer (extensible a cualquier otra combinación). Es el sexo, claro, pero no solo, quizá algo que se mueve entre lo físico y lo mental, algo en lo que tiene que el ver el tacto, la mera presencia, un tono de voz o una forma de moverse, procesos químicos y reacciones que ni los mismos protagonistas son capaces de explicar. No siempre es una pulsión animal, no siempre un deslumbramiento ni una explosión, a veces solo una querencia, un movimiento involuntario. Todo esto no se expresa en absoluto como una tesis, ni siquiera constituye una reflexión profunda, sino que se trata de retazos sueltos que van quedando como un sedimento del bastante frondoso curriculum amoroso del anodino Aniceto. Rojas apenas analiza, solo cuenta, y de lo que va contando el lector se va quedando con esos elementos aislados que después, sin proponérselo, irán conformando una opinión, o desistiendo del todo de alcanzarla.

Claro está, es difícil buscar qué hay exactamente en esas relaciones que, para entendernos, podemos llamar amorosas. Seguramente no es una única cosa sino un conjunto de ellas, cambiantes en función del momento y los actores, mezcladas en proporciones distintas según la situación, algo desde luego muy complejo, no por nada llevamos siglos leyendo millones de poemas y novelas sobre el asunto. Rojas pone su aportación, que me parece rica, a veces original, siempre interesante.

Otra cosa es cómo funciona todo esto desde el punto de vista narrativo, y aquí viene el aguafiestas con sus matizaciones. Porque, aunque las situaciones en que se coloca a Hevia tienen siempre su punto atractivo, a partir de un cierto momento el relato parece perder el enganche con la trayectoria y circunstancias del protagonista, y empieza a tomar el aspecto de un catálogo, más bien enumerativo, de las mujeres que han irrumpido en su vida y las relaciones a que han dado lugar, con sus aristas, sus misterios, sí, pero que no terminan de conformar un argumento que lleve a alguna parte. Rojas quería hablar de su tema, lo hace con eficacia, con estilo, pero se diría que pierde un poco de vista que está escribiendo una novela.

Tampoco me hagan mucho caso. Es un libro que realmente merece la pena, una lectura de la que se disfruta saboreando cierta frase, aquella imagen, una situación que tal vez nos trae a la memoria alguna experiencia propia. Un relato original manejado con brío y soltura, algo que no es perfecto pero tiene muchos ingredientes para que pudiera haber llegado a serlo.


Otras obras de Manuel Rojas en ULAD: Hijo de ladrón

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