Idioma original: portugués
Título original: Água viva
Traducción: Elena Losada
Año de publicación: 1973
Valoración: muy recomendable
Título original: Água viva
Traducción: Elena Losada
Año de publicación: 1973
Valoración: muy recomendable
Hay autores que, por motivos que se me escapan, no caen cerca de los círculos en los que nos movemos habitualmente para encontrar libros que nos llamen la atención y que no se queden únicamente en eso, sino que consigan que, una vez terminada su lectura, acabemos maldiciéndonos por no haber sido capaces de percatarnos de su existencia. Pero nunca es tarde si queda tiempo para remediarlo. Y aquí estamos leyendo a Clarice Lispector pues, gracias a que hace poco se cumplió el centenario de su nacimiento, se vuelve a hablar de ella. Algo que nunca debió dejar de hacerse.
En este breve e intenso libro de únicamente cien páginas, que me sugirieron como puerta de entrada a la obra de la autora, se nos presenta ella misma delante de un cuaderno, liso, blanco, virgen y, con ello, abierto a las infinitas posibilidades que ofrece aquello que aún no ha empezado, afirmando que «tengo un poco de miedo: miedo de entregarme, porque el próximo instante es lo desconocido. ¿El próximo instante está hecho por mí? ¿O se hace solo?». Porque una de sus obsesiones con este libro es la búsqueda incesante del presente continuo, del momento, porque «estoy intentando captar la cuarta dimensión del instante-ya, que de tan fugitivo ya no existe porque se ha convertido en un nuevo instante-ya que tampoco existe». Lispector constata, con pesar, que es tarea imposible, pues «quiero capturar el presente que, por su propia naturaleza, me está prohibido; el presente se me escapa, la actualidad huye, la actualidad soy yo siempre en presente».
De esta manera, el libro es una suerte de reflexiones y pensamientos que huyen de cualquier canon preestablecido, que huyen incluso de la propia literatura, porque ya la autora reconoce, de manera franca y honesta, que «esto no es un libro porque no se escribe así». Y, en ese viaje hacia el interior de sí misma, en esa introspección infinita e inacabable, se permite abrir una única salida al exterior de ella misma, dirigiéndose al posible lector que bien podría ser su antiguo amor, su ser querido, a quien interpela y escribe, con tristeza y añoranza, que «un día dijiste que me amabas. Finjo creerlo y he vivido, de ayer a hoy, en un amor alegre. Pero recordarse con nostalgia es como despedirse otra vez». Y se confiesa ante el libro como ante ella misma, porque «quiero escribirte como quien aprende. Fotografío cada instante. Profundizo en las palabras como si pintase, más que un objeto, su sombra». Y, en ese trayecto hacia la búsqueda de la verdad de su propia existencia la autora se sabe voluntariosa pero infructífera, al dudar de ella misma, pues «he profundizado en mí pero no creo en mí porque mi pensamiento es inventado».
La prosa de Lispector tiene una musicalidad poética envidiable, las palabras no únicamente fluyen, sobrevuelan el texto esperando a ser absorbidas, impregnando al lector. Como un canto al infinito, da la sensación de que la autora no pretende convencernos de nada, es consciente de que la potencia de sus palabras logrará tal efecto sin esfuerzo (aparente) por su parte. Lanza palabras como lanza ideas, dejando a merced del lector su comprensión y acierto en el disparo. Porque «escribir es la manera de quien usa la palabra como un cebo».
Ya la autora apunta, con falsa modestia pero tremenda intencionalidad su deseo, o inevitable atracción, en la indagación al encuentro de ella misma, pues «quiero poner en palabras pero sin descripción la existencia de la gruta que pinté hace algún tiempo, y no sé cómo». Una gruta donde ella reside y desde la cual vuelve la mirada hacia dentro de sí misma, para averiguar, para encontrar y encontrarse, afirmando, de manera aciaga, que «debo por fatal y trágico destino conocer tan sólo y experimentar tan sólo los ecos de mí, porque no capto el mí propiamente dicho». Así, nos escribe desde el agujero en el que habitan todas las dudas y sombras, afirmando que «procuro distraerme del miedo. Pero ya hace mucho que pararon los golpes reales, estoy sintiendo el incesante redoblar en mí. Del que tengo que liberarme. Pero no lo consigo, el otro lado de mí me llama. Los pasos que oigo son los míos».
Y, en ese pesar que sobrevuela sus palabras, la permanente búsqueda del presente para no afrontar un futuro certero, inapelable, inevitable, el de la muerte, siempre presente y acechante, resignándose a reconocer que «voy a morir; siento esa tensión como la de un arco a punto de disparar la flecha». A pesar de que la vida tampoco es fácil, porque «vivir es tan incómodo. Todo aprieta, el cuerpo exige, el espíritu no para, vivir parece tener sueño y no poder dormir, vivir es incómodo» y, a pesar de ello, la constatación de que la única salida es la alegría. «Estoy alegre en este instante porque me niego a ser vencida, y entonces amo. Como respuesta (…) mi propia muerte y la de los que amamos tiene que ser alegre, no sé todavía cómo, pero tiene que serlo». Y, a pesar de que «estoy preparada para el silencio grande de la muerte», tiene claro que «quiero morir con vida».
Lispector nos ofrece en esta obra compleja una reflexión profunda y constante, a la vez que fragmentada, sobre la vida, la muerte, la existencia, el tiempo, el deseo, el destino, el futuro y el pasado como elementos inseparables y eternamente ligados bajo ciclos temporales que son uno mismo. Con una prosa de estilo poético y atmósfera abstracta, incide en la representación de la vida en su propio cuerpo, sometiéndolo a base de preguntas sin respuestas, a base de inquietudes no subsanadas, a base de incertezas y pensamientos que rozan la desmesura en un exceso que la arrastra a la casi obsesión.
«Agua viva» es una novela (por decirlo de alguna manera) compleja y torrencial, donde la autora lanza de manera continua reflexiones sin mostrar en ello un descontrol narrativo, o al menos no superior al que se acumula en su cabeza y en el que nos hace partícipes, quien sabe si para poder poner en palabras sus pensamientos y ordenar así ciertas nociones y conceptos sobre la irracionalidad de la vida. Y se nos muestra honesta y franca, reconociéndolo al afirmar que «te escribo porque no me entiendo», y acierta al escribir que lo que hace en este libro es improvisar, «improviso como en el jazz se improvisa la música, jazz furioso, improviso en el escenario». Lispector es consciente en todo momento de su aparente caos, reconociendo sin excusas que «no es un mensaje de ideas lo que transmito y sí una instintiva voluptuosidad de lo que está escondido en la naturaleza y que adivino. Y ésta es una fiesta de palabras». Sin duda lo es.
También de Clarice Lispector en ULAD: Felicidad clandestina, La pasión según G. H., Un soplo de vida, La hora de la estrella, Cerca del corazón salvaje
2 comentarios:
De Clarice leí el último, Un soplo de vida. Me cautivó.
Es de esos autores difíciles de recomendar pero es sumamente injusto que sea poco conocida.
Me cuesta describir como escribe. De todos modos por casualidad vi que en los prólogos de sus libros en inglés había un intercambio entre Pedro Almodóvar y el editor. Ambos grandes admiradores de ella.
Voy dosificando sus lecturas y la preciosa edición de relatos breves, Cuentos Completos de Siruela puede ser una buena puerta para quienes no hayan probado aún
Gracias Marc,
Ojalá más de animen a raíz fe tu propuesta
Hola, Anónimo.
Coincido como que dices, es una autora que, por su estilo, no gustará a todo el mundo. Creo que puede entusiasmar a los que valoramos la prosa llena de reflexiones escritas de manera poética y elaborada, pero no a aquellos que buscan una trama o un argumento. Esto no lo encontrarán aquí, no sé si en otros libros suyos aunque intuyo que no.
Apunto como recomendación los “Cuentos completos” así como “Un soplo de vida”, que sí ya tenía en la lista como una próxima lectura de Lispector,
Saludos, y gracias por el comentario y las recomendaciones.
Marc
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