domingo, 27 de julio de 2014

Fernando Luis Chivite: Insomnio

Idioma original: español 
Año de publicación: 2006
Valoración: Está bien                  







Una obra que, como la mayoría de los productos híbridos, postmodernos, y por tanto esencialmente ambiguos, a medio terminar, elaborados con la técnica del puzle, al navegar más bien a la deriva, empieza a mejorar más allá de sus dos terceras partes. Esto se debe, creo yo, a que entonces el escritor cuenta ya con  recorrido suficiente para haber tomado conciencia de lo que está contando.

El probable alter-ego de Chivite muestra sus pensamientos sin necesidad de revestirlos de ficción y por tanto vengan o no a cuento, en un estado de reflexión permanente, una especie de euforia mental debido, al parecer, a que no duerme nunca. Pero tanta afirmación tajante, frase lapidaria, tanto sentido oculto, tanto hermetismo deliberado o profundidad filosófica aparente resultan más superficiales e intrascendentes de lo que se quiere dar a entender.

En el centro de ese universo, algo acartonado, el protagonista-narrador observa y narra de forma un tanto deslavazada y eso, dentro de un formato como este, elaborado a base de fragmentos, desorienta bastante al lector. Se nos explica que dicho personaje principal está casado, pero su mujer bien podría ser una compañera de trabajo o la esposa de un amigo porque dentro de la novela, y al margen de explicaciones, no se vive esta relación. Lo mismo ocurre con el resto de personajes. Cuando aparecen de nuevo no conseguimos recordarlos porque, por una parte son todos prácticamente idénticos y, por otra, no han conseguido dejar huella ninguna. Sin contar con que no llegamos a conocerlos por sus actos pues se les adjetiva en lugar de dejarlos actuar y porque su relación con el autor o su carácter se expresan mediante definiciones y tenemos que conformarnos con una enumeración de antecedentes. No existe, pues, un verdadero argumento.

Por supuesto algo así puede hacerse, la ficción admite todo tipo de procedimientos, pero hace falta saber manejarlos. Para ello, quizá deberían haberse inventado otros recursos, como poner relatos, ideas o caracterizaciones en boca de algún otro personaje, siempre de acuerdo con el carácter que se le ha atribuido, o bien inventar un artefacto tan mágico como los de Rayuela, Cien años de soledad o Los detectives salvajes, en cuyos contextos las alteraciones de la norma han conseguido convertirse en virtudes literarias.

Hablando de virtudes, destaco la corrección y fluidez de la prosa, la originalidad de su estructura, la exactitud de los términos usados, la incuestionable particularidad de sus recursos y el interés de algunos pensamientos:

“Somos criaturas pusilánimes: nos asusta la soledad, nos asusta el futuro, nos asusta todo. Y buscamos garantías. De modo que a partir de cierta edad preferimos el sensato matrimonio al loco amor. Eso nos otorga quizás un aire interesado y vagamente escéptico, pero nos protege del viento gélido del abismo. Además hay que tener mucho cuidado con lo que uno espera después de los cuarenta…"

3 comentarios:

Il Gatopando dijo...

Lo leí hace años. No dejó huella.

Anónimo dijo...

Un gran libro, uno de esos que te hacen reflexionar, como hace siempre este autor, uno de los mejores y más discretos escritores-poetas españoles.

Montuenga dijo...

Sí, supongo que es de esos libros que, si no lo amas, te aburre mortalmente.