Año de publicación: 2006
Valoración: Está
bien
Una obra que, como la mayoría de los productos híbridos, postmodernos, y por tanto esencialmente ambiguos, a medio terminar, elaborados con la técnica del puzle, al navegar más bien a la deriva, empieza a mejorar más allá de sus dos terceras partes. Esto se debe, creo yo, a que entonces el escritor cuenta ya con recorrido suficiente para haber tomado conciencia de lo que está contando.
El
probable alter-ego de Chivite muestra sus pensamientos sin necesidad de revestirlos
de ficción y por tanto vengan o no a cuento, en un estado de reflexión
permanente, una especie de euforia mental debido, al parecer, a que no duerme
nunca. Pero tanta afirmación tajante, frase lapidaria, tanto sentido oculto,
tanto hermetismo deliberado o profundidad filosófica aparente resultan más
superficiales e intrascendentes de lo que se quiere dar a entender.
En
el centro de ese universo, algo acartonado, el protagonista-narrador observa y
narra de forma un tanto deslavazada y eso, dentro de un formato como este,
elaborado a base de fragmentos, desorienta bastante al lector. Se nos explica
que dicho personaje principal está casado, pero su mujer bien podría ser una
compañera de trabajo o la esposa de un amigo porque dentro de la novela, y al margen
de explicaciones, no se vive esta
relación. Lo mismo ocurre con el resto de personajes. Cuando aparecen de nuevo
no conseguimos recordarlos porque, por una parte son todos prácticamente
idénticos y, por otra, no han conseguido dejar huella ninguna. Sin contar con
que no llegamos a conocerlos por sus actos pues se les adjetiva en lugar de
dejarlos actuar y porque su relación con el autor o su carácter se expresan mediante
definiciones y tenemos que conformarnos con una enumeración de antecedentes. No
existe, pues, un verdadero argumento.
Por
supuesto algo así puede hacerse, la ficción admite todo tipo de procedimientos,
pero hace falta saber manejarlos. Para ello, quizá deberían haberse inventado otros
recursos, como poner relatos, ideas o caracterizaciones en boca de algún otro
personaje, siempre de acuerdo con el carácter que se le ha atribuido, o bien
inventar un artefacto tan mágico como los de Rayuela, Cien años de soledad
o Los detectives salvajes, en cuyos
contextos las alteraciones de la norma han conseguido convertirse en virtudes
literarias.
Hablando
de virtudes, destaco la corrección y fluidez de la prosa, la
originalidad de su estructura, la exactitud de los términos usados, la incuestionable particularidad de sus recursos y el interés de algunos pensamientos:
“Somos criaturas pusilánimes: nos asusta la soledad, nos asusta el futuro, nos asusta todo. Y buscamos garantías. De modo que a partir de cierta edad preferimos el sensato matrimonio al loco amor. Eso nos otorga quizás un aire interesado y vagamente escéptico, pero nos protege del viento gélido del abismo. Además hay que tener mucho cuidado con lo que uno espera después de los cuarenta…"
Lo leí hace años. No dejó huella.
ResponderEliminarUn gran libro, uno de esos que te hacen reflexionar, como hace siempre este autor, uno de los mejores y más discretos escritores-poetas españoles.
ResponderEliminarSí, supongo que es de esos libros que, si no lo amas, te aburre mortalmente.
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