Año de publicación: 1969
Valoración: Imprescindible
Invité, insistí. Rehusaron. Con perdón por el atrevimiento, quizá Di Benedetto lo describiría así. Yo diría, en mi estilo convencional, que en su momento sugerí que alguien completase el triplete de obras mayores de don Antonio, tanto me habían gustado las dos primeras, y nadie pareció interesando (muy mal, compañeros). De esta forma, no me quedó más remedio que afrontar por mí mismo la lectura de Los suicidas y, la verdad, me tocó la lotería. Así que, gracias, compañeros.
Creo que Los suicidas es la mejor de esas tres obras maestras a las que en algún lugar se ha considerado una trilogía, más que nada porque son tres. Con el estilo inconfundible que ya brillaba en Zama y El silenciero, y que personalmente me hizo disfrutar como pocas veces, Los suicidas va un paso más allá, completando una secuencia difícil de igualar. Intento explicarme.
Ya comenté en su día acerca de esa prosa minimalista, sin parecido con nada que yo haya leído antes, sin precedentes (ni consecuentes) conocidos, según dice Saer, como también dije, alguien mucho más autorizado para semejante afirmación. Economía de medios, precisión milimétrica, expresión cargada de aristas que invita, obliga a veces, a releer cada frase, algo que burdamente he intentado imitar al inicio de este reseña. Todo esto hace que desde la primera línea se vea uno atrapado en un mecanismo que le impulsa a leer de una forma diferente pero que no exige esfuerzos adicionales, es una inmersión en una prosa que desconcierta por su exactitud, pero que atrae sin solución.
Si hablamos del relato, quizá Los suicidas está un punto por encima de las otras dos obras. Hay, si se quiere, puntos de conexión, el personaje ligeramente desubicado, que carga con un cinismo relativo y seguramente involuntario, carácter algo pendenciero, como alguien que no entiende bien lo que tiene alrededor y reacciona oscilando entre lo civilizado y lo irracional, siguiendo un camino propio, impensado, quizá un tanto de egoísmo bastante elevado. Para el periodista de Los suicidas la amenaza y el desconcierto que esta genera vienen de intuiciones interiores más que de estímulos externos.
Efectivamente, es un periodista el personaje principal del relato, a quien en su agencia le proponen hacer un trabajo a partir de varias fotografías de suicidas. El argumento toma un rumbo de thriller según van apareciendo signos de conductas o sucesos extraños: sospechas de enfermedad mental espontánea o instigada por alguien misterioso, intervención de una especie de sociedad secreta con tintes esotéricos, familiares que parecen ocultar mucho más de lo que cuentan, silencios o espacios en blanco que resultan imposibles de penetrar, un perro condenado por su dueña a un castigo permanente y cruel, alguien desconocido que suministra información con intenciones que no se acierta a descubrir. Como se ve, toda una trama bien sólida con múltiples perspectivas, que en otras manos hubiera dado para un best-seller de 500 páginas y a la que no le faltaría nada para alimentar el guion de una buena película de suspense. Incluso el propio periodista y su compañera de pesquisas, una colega que parece retraída y con un punto incongruente, darían el aderezo perfecto, con sus escarceos y drama matrimonial de fondo.
Sin embargo, todo esto tan visual y hasta cierto punto convencional no hace que se pierda de vista el auténtico núcleo de la novela: el suicidio, ese acto íntimo y sencillo que constituye sin embargo uno de los mayores tabúes desde tiempos remotos. Es como una niebla que lo ocupa todo y no hay forma de disipar, algo que está ahí permanentemente planteando preguntas, que pueden ser completamente ajenas a desvaríos emocionales o traumas de cualquier tipo, ni tienen por qué tener relación con conceptos filosóficos sobre la vida o sobre el hombre. Ese paso dado, o amagado, por ‘los que no quieren quedarse un rato más’ se ve tratado de forma desapasionada, simplemente como una opción más, como irse o no de viaje, tomarse la última o irse para casa, hasta quedar resumido no en ‘porqué hacerlo’, sino en ‘por qué no’.
Por supuesto que esto puede llenar de desconcierto, es algo que hasta resulta incómodo, como lo será también para muchos lectores el tratamiento que Di Benedetto da al potente argumento digamos formal que tan hábilmente ha construido. Pero lo que de verdad le interesa es sumergirse (y arrastrarnos con él) en esa atmósfera en la que el hecho de quitarse la vida es algo que revolotea por algunas cabezas de forma permanente, incluso una tradición familiar materializada con una misma arma que se guarda en un cajón. Una posibilidad a la que se ha vaciado de dramatismo para ser observada desde muy distintos ángulos.
Lo hace el autor, claro, con su marca de la casa, esa cadencia que hace sentir todo en carne viva, el ritmo sincopado con el que es capaz de aterrorizar narrando el desequilibrio mental de la mujer que sentía ser varias personas al mismo tiempo y a veces ninguna, de asombrar al contar en poco más de una página una primera cita amorosa con todos sus detalles, o de preparar un desenlace veloz que puede ser sorprendente o previsible, dependiendo seguramente de cómo hayamos entendido el resto del libro.
Apasionante, brutal, incómodo, hermoso. Lo que viene a ser un Imprescindible.
3 comentarios:
Hola,
Mi primera y única obra de este autor.
La sensación es de que estaba leyendo algo muy bueno y original, pero no acababa de pillarlo todo.
A veces tenía la sensación de estar leyendo el guión de una peli.
Me prometí releerlo.
Este teseña me reafirma en mi intención.
Saludos
Gerónimo
Me tengo que hacer con este y los silencieros. Zama, que me gustó mucho, sobre todo es una recomendable experiencia lectora. El uso del lenguaje, la forma de construir las frases.
Pues no dudéis en hacerle otro hueco a este autor. Hay que disfrutarlo despacito y saboreando cada frase, al menos así lo veo yo.
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