Año de publicación: 1993
Valoración: Está bien
No voy a salir nunca más de mi habitación. Puede que mis inclinaciones antisociales hayan tenido mucho que ver a la hora de tomar esta decisión, pero estoy seguro de que también ha influido la lectura de El cazador.
En dicha novela, primera de Javier Tomeo, un hombre que vive con sus padres se encierra en su cuarto el día en que cumple los treinta y cinco años. Tomeo nunca explicita los motivos que impelen a su protagonista a recluirse, pero nos da a entender que está atravesando algún tipo de crisis; una de la mediana edad, psicológica o quizá existencial. Esta última es, a mi juicio, la más probable, ya que, si bien tampoco puedo descartar definitivamente las dos anteriores, queda claro que Julián, el protagonista de El cazador, está frustrado; cómo no iba a estarlo si, como insinúa en la página 109, vivimos en un mundo en el que no podemos ser lo que queremos ser.
Pues bien: el tal Julián se lo pasa de puta madre en su dormitorio durante el día en que transcurre la acción. Bueno, la verdad es que a ratos se le ve un tanto atribulado, al pobrecico. Pero en mi caso será distinto: yo sé estar solo, como buen admirador de Schopenhauer y Nietzsche. Yo no me refugio del mundo, sino que lo eludo voluntariamente.
En fin, que Julián se lo pasa genial la mayoría del tiempo gracias a su imaginación portentosa. Ahora aumenta de tamaño su cuarto; ahora lo convierte en una selva, una iglesia, un jardín o un campo de batalla. Él mismo se metamorfosea; según afirma, fue hormiga, y durante su clausura muta a príncipe persa, cazador de tigres, torero y ruiseñor. También se entretiene con sus cavilaciones, sus cálculos y sus bosquejos. ¿Quién hubiera pensado que uno puede divertirse tanto encerrado entre cuatro paredes?
Ah, no os creáis que le falta compañía. Se puede evitar el trato con nuestros semejantes y, sin embargo, no sentirse solo. Julián tiene a su cargo a un pequeño ejército, y a modo de confidente emplea a un monje-palillero de porcelana. Igualmente, yo tendré un séquito: mi jorobado particular, llamado Igor, o quizá Fritz; Leo (tugnus, banus, faunus), ese perrito que nos dejó demasiado pronto; mis ex novias, abanicándome y dándome uvas; y un buen puñado de Funko Pop bajo mis órdenes, qué demonios.
Sigo con Julián. Paulatinamente descubrimos que tiene un progenitor irascible y un par de vecinos demasiado ruidosos. Otros que le atormentan son sus compañeros de trabajo. Bueno, esa es su versión, porque nunca nos queda claro si padece manía persecutoria o no.
A su madre, el segundo personaje con más peso de El cazador, no la trata con justicia. Es verdad que empieza siendo, hasta cierto punto, una antagonista, porque se opone a los designios de su hijo, pero nunca se deja de mostrar amable y comprensiva, e incluso se acaba volviendo su cómplice. Así que no os fiéis mucho de Julián, porque es imposible determinar hasta qué punto es un exagerado, o cuán mal de la cabeza está. A mí, en cambio, sí que me podéis creer; yo sí que soy una verdadera víctima del sistema, de la sociedad, de la humanidad.
Pero estábamos hablando de El cazador. La (insisto que primera) novela de Tomeo es interesante y tiene una personalidad bastante marcada. Sin embargo, creo que está un poco verde; le faltan un argumento y un retrato psicológico más centrados, así como un mayor desarrollo de los ingredientes empleados. Eso sí, la obra cumple como gamberrada lúdica capaz de introducirnos en la literatura del autor.
También querría destacar que El cazador tiene pasajes que rozan la genialidad, pues transmiten perfectamente la extravagante forma de pensar de Julián. Por ejemplo, esa breve reflexión en torno a las grietas, o ciertas asociaciones de ideas completamente desnortadas. Y es que Tomeo se sirve de diagramas, fórmulas matemáticas, meditaciones extravagantes y diálogos que en realidad son monólogos para caracterizar a su protagonista y texturizar sus delirios.
Poco más que añadir. Resulta fácil engarzar El cazador en la tradición: las escuetas descripciones del trabajo de oficinista de Julián recuerdan a Franz Kafka, y la reclusión de éste remite a libros anteriores como los de Xavier de Maistre. Asimismo, podríamos relacionar la novela con fenómenos actuales, como el de los nini, los "hikikomori", los adultos infantilizados que recurren al escapismo o la gente que frisa los cuarenta y aún vive con sus padres.
Yo, sin duda, seguiré indagando desde mi cueva en la narrativa de Tomeo. Según tengo entendido, varias de sus ficciones reiteran la fórmula introducida en El cazador, pero mejorando su premisa y refinando los elementos de que está compuesta.
También de Javier Tomeo en ULAD: Aquí
2 comentarios:
Me ha encantado la reseña, y la historia de ese Julián me parece muy atractiva.
Pero Oriol, ¿estás seguro de que puedes ser el primer hikikomori de ULAD?
Si lo de hikikomori no funciona, me largo a un pueblo abandonado de Soria y listo. Lo ideal sería ser un ermitaño que habita las tierras de un Lord inglés, pero, injusticias de la vida, ni la época ni la nacionalidad me lo permiten.
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