Idioma original: inglés
Título original: Bloodchild and Other Stories
Traducción: Arrate Hidalgo en castellano, para Consonni
Año de publicación: 1971-2003
Valoración: recomendable
Título original: Bloodchild and Other Stories
Traducción: Arrate Hidalgo en castellano, para Consonni
Año de publicación: 1971-2003
Valoración: recomendable
Cuando hablamos de un campo literario como el de la ciencia ficción, nos vienen a la cabeza nombres legendarios como Philip K. Dick, Isaac Asimov, Ted Chiang, Ursula K. Le Guin y muchos otros, aunque principalmente autores masculinos. Pero tras leer no pocas novelas de la autora, queda claro que Octavia E. Butler merece estar entre los grandes a pesar de ser desconocida por gran parte de un público poco acostumbrado a ver una voz femenina y negra en un campo tan poblado y dominado por autores blancos como el de la ciencia ficción.
Esta obra recopilatoria consta de siete relatos cortos (algunos escritos en el inicio de la carrera literaria de la autora y otros añadidos posteriormente) así como de un par de ensayos sobre el acto (y la necesidad) de escribir; ya la propia autora abre con un prefacio donde ella misma confiesa que «odio escribir relatos. Intentar escribirlos me ha enseñado más sobre la frustración y la desesperación de lo que jamás querría saber» y añade afirmando que «yo soy, en esencia, novelista. Las ideas que más me interesan tienden a ser grandes (…) Y aun así, algunos de mis relatos son relatos de verdad». Quizá es por ello por lo que, de manera acertada aunque poco común, la autora añade al final de cada uno de los relatos un epílogo para poder hablar sobre ellos, para contar su motivación y su intención al escribir cada uno de estos cuentos.
Estilísticamente, ya en el primero de los relatos, «Hija de sangre» (que también da nombre al libro) desborda en impacto con un relato ganador de varios premios de ciencia ficción como Nebula, Locus y Hugo, situándonos en un mundo donde las tlic, unos seres provenientes del exterior (de tres metros de altura, con muchas extremidades y cola con aguijón), controlan los terranos, poseyéndoles o reclutándolos como símbolo de estatus, pues «T’Gatoi nos repartía entre los desesperados y nos vendía a ricos y poderosos a cambio de apoyo político (…) T’Gatoi supervisaba la unión de las familias». En este relato, Butler narra con crudeza y de manera bastante descarnada una situación en los que los humanos son utilizados por parte de una colonia invasora como cuerpos recipientes para su procreación y continuidad como especie mientras nos sitúa, en otro plano igualmente interesante, en una relación de amor (sic) posesivo y sumiso.
De manera parecida al anterior relato, en «La tarde y la mañana y la noche», la autora juega también con la violencia y los detalles escabrosos para tejer un relato en torno a una enfermedad que se transmite genéticamente que causa una gran falta de autocontrol en aquellos que la padecen pero que, a su vez, esa falta de control bien gestionada puede ejercer como elemento disruptivo para desplegar un potencial que de otra manera quedaría adormecido. Esta violencia se pone nuevamente de manifiesto en «Sonidos de habla», donde la narración nos ubica de lleno en una escena violenta en medio de un autobús. El relato nos sitúa en un mundo donde una extraña enfermedad provoca la pérdida de habla y, en casos extremos, la muerte, pues para quienes la padecían, «el lenguaje se perdía por completo o quedaba grave mente deteriorado. Nunca se recuperaba. A menudo, también producía parálisis, discapacidad intelectual o muerte». Así, a través de la voz de la protagonista que ha perdido la capacidad de leer y escribir, Butler nos habla de la incapacidad de la humanidad en comunicarse, en la facilidad de caer en la envidia y dejarse llevar por la ira. Y como toda una sucesión de situaciones parecidas se encarnan en un mal de daño irreversible.
Más allá de los relatos cortos, igualmente interesantes son los dos ensayos incluidos en el libro, el primero de los cuales («Obsesión positiva») trata sobre cómo la literatura la ha acompañado durante toda su vida y cuando, a sus diez años, se decidió a dar el paso a la escritura, pues «había decidido escribir algunas de las historias que me habían estado contando aquellos años. Cuando no tenia historias que leer, aprendí a inventármelas. Ahora estaba aprendiendo a dejarlas por escrito». Un paso adelante no vacío de dudas pues la autora confiesa que a sus trece años de vida dijo a su tía que quería ser escritora, quien le respondió afirmando que «los negros no pueden ser escritores». Tras esta inesperada respuesta la duda la asaltó puesto que «en los trece años de vida no había leído una sola palabra impresa que, por lo que yo supiera, hubiera sido escrita por una persona negra», aunque afortunadamente no cesó en su empeño. También es igualmente interesante (y ligado al hecho de escribir) el segundo de sus ensayos («Furor escribendi») donde la autora da consejos sobre qué hay que hacer para llegar a escribir un escrito que sea publicable y que se podría resumir constando que hay que «leer. Lee el tipo de libros que te gustaría escribir y aprende con ello», ir a talleres de escritura porque «escribir es comunicar. Necesitas que otras personas te digan si estás comunicando lo que tú crees y si lo estás haciendo de maneras que sean no solo accesibles y entretenidas, sino también tan cautivadoras como te permita tu habilidad»; de igual manera, la autora es directa al afirmar que hay que practicar sin pausa, pues es la única opción («Escribe. Escribe todos los días. Escribe tanto si tienes ganas como si no») y con ello pone de manifiesto la necesidad de la autoexigencia («revisa tu escritura hasta que sea tan buena como te permita tu capacidad» (…) «si encuentras algo que hay que arreglar, arréglalo, sin excusas. Ya habrá suficientes cosas que estarán mal y que no verás») así como la perseverancia, pues «del mismo modo que el hábito es más fiable que la inspiración, el aprendizaje constante es más fiable que el talento. Nunca dejes que el orgullo o la pereza te impidan aprender».
Ya volviendo a los dos últimos relatos (añadidos posteriormente a los escritos al principio de su carrera), vemos como en «Amnistía» la autora utiliza un escenario parecido a «Hija de sangre», pues lo protagoniza un conjunto de seres en forma aparentemente de plantas que invaden un territorio y utilizan a los humanos como trabajadores, no sin antes haberlos torturado hasta conseguir establecer una vía de comunicación entre ambas especies. De manera similar a como vimos en «Hija de sangre», las comunidades envuelven a las personas y las someten hasta que pierden toda esperanza, todo anhelo de cambio y, del mismo modo que en su anterior relato, sus personajes terranos se encuentran envueltos en algún momento por esas criaturas, mezclando miedo y afecto de una manera que nos inquieta y nos altera afirmando que «cuando una Comunidad te envuelve es como si te contuvieran en una especie de… camisa de fuerza cómoda» (…) «por alguna razón, después de la primera vez ya no da miedo. Es tranquilo y agradable». La autora consigue transmitir angustia al imaginar cómo los personajes pueden aceptar y asumir su nueva condición y encontrarla a su vez placentera acostumbrándose a los abusos y a los castigos, porque tal y como afirma Noah, «a algunos dejó de importanos, dejamos de luchar».
Finalmente, en «el libro de Martha», la autora nos plantea una conversación entre Dios y la protagonista, a quien Dios ha traído para darle el poder de idear y aplicar un cambio en la humanidad para así poder salvarla, «algún modo de hacer que la humanidad no fuera una especie tan autodestructiva». El relato gira en torno a la dificultad de encontrar una única causa (y por tanto solución) a nuestros grandes males. Asimismo nos plantea la responsabilidad de asumir tal tarea sin saber si somos capaces de salir airoso porque, de lo contrario, se la podrían encomendar a alguien con fines perversos. El relato nos sitúa ante una terrible coyuntura pues ¿seríamos capaces de asumir la responsabilidad de encontrar y aplicar un cambio a nivel global sin saber a ciencia cierta si podría acarrear consecuencias perjudiciales que podrían empeorar incluso más la situación a largo plazo?
Por todo ello, y visto a nivel global, el libro que nos ocupa merece una lectura, pues de los siete relatos y dos ensayos que comprende la mayoría son recomendables, destacando por encima de todos «Hija de sangre», «La tarde y la mañana y la noche», «Sonidos de habla» y los dos ensayos. Butler sabe cómo mantener la tensión a lo largo de los relatos, cubriendo su obra con una prosa rodeada de violencia, en algunos casos física, pero también psicológica. La autora sabe cómo insuflar sus relatos de agonía y miedo y cierto punto de sometimiento y aceptación de la humanidad ante unas adversidades que nos vienen de fuera de nosotros mismos, pero a las que no sabemos cómo hacerles frente.
Recuerda la propia autora en uno de los ensayos incluidos en libro una anécdota en la que, en una de las charlas que daba, una joven negra le dijo que «siempre he querido escribir ciencia ficción, pero no creía que hubiera ninguna mujer negra haciéndolo». Por eso, es muy destacable la figura de Octavia E. Butler, ya no únicamente por la calidad más que evidente de su prosa, sino por abrir un camino difícil, arduo y para mucha gente inexistente hacia la ciencia ficción con mirada femenina, con mirada negra. Cómo con los relatos de su obra en los que imagina escenarios en apariencia ficcionales pero posibles, ella imaginó un mundo inexistente, un mundo donde las mujeres negras podían escribir ciencia ficción, y lo hizo posible. Y de manera muy destacada.
También de Octavia E. Butler en ULAD: Parentesco, La parábola del sembrador, La parábola de los talentos
2 comentarios:
Qué pena que la portada de esta edición sea tan espantosamente fea...
Hola, Eva, buenos días.
Seguramente yo tampoco la habría escogido :-(
Saludos
Marc
Publicar un comentario