Título original: When They Call You a Terrorist: A Black Lives Matter Memoir
Traducción: Clara Ministral
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
Los que me venís leyendo desde hace un tiempo, sabéis de mi interés por los libros que tratan sobre el racismo, para entenderlo, para conocerlo y, especialmente, para combatirlo. Y leer la historia de una de las tres fundadoras del movimiento Black Lives Matter (junto con Opal Tometi y Alicia Garza) parecía una excelente oportunidad para descubrir los orígenes de un movimiento potente, necesario, amplio e imprescindible. Este ensayo cumple con su cometido, aunque parcialmente, pues analiza menos el movimiento de lo que me gustaría y se centra especialmente en las vidas de quienes este defiende. Que tampoco es poco; vamos a ello.
Indica la autora en la introducción que tras la respuesta al asesinato de un chaval de diecisiete años a manos de la policía y que originó el movimiento Black Lives Matter «se redactó y difundió una petición que llegó hasta La Casa Blanca. Decía que éramos terroristas». Una dura acusación hacia quien lucha por las igualdades y combate el racismo (también el policial) de manera pacífica y organizada porque tras años (décadas, siglos) de una situación insostenible de desigualdad había que cambiar la realidad, porque «como la de muchas de las personas que encarnan nuestro movimiento, mi vida ha transcurrido entre dos miedos que siempre van unidos, la pobreza y la policía».
A partir de esta introducción, Patrisse Khan-Cullors basa gran parte de su ensayo en narrar la vida de ella y de su familia formada por su madre, dos hermanos mayores y una hermana pequeña, viviendo de alquiler en un piso de protección oficial en un barrio multirracial aunque predominantemente mexicano del que afirma que «nuestro barrio está pensado para ser un lugar de paso». Su padre, mecánico en una cadena de montaje de General Motors, se va de casa al perder el trabajo cuando ella tiene seis años pero su ausencia es sólo física, «su cariño no desaparecerá en absoluto. Ese cariño de Alton Cullors permanece dentro de mí, a mi lado, hasta hoy mismo». Con ello nos hace el retrato de un entorno familiar donde salir adelante era su principal propósito, con una madre que «trabajaba dieciséis horas diarias» para combatir las grandes dificultades económicas por las que pasaban y poder alimentar a la familia. La autora reconoce el gran esfuerzo de su madre así cómo afirma que «todavía hoy en mis oraciones doy gracias a los Panteras Negras por haber convertido el programa de desayunos gratuitos para niños en un servicio que debían ofrecer los colegios». Y, en ausencia de sus padres, el clan familiar con unos hermanos que se cuidan y donde el mayor coge las riendas del padre ausente y también cuando no está la madre porque se halla en unos de sus interminables turnos para poder mantener a la familia, porque «desde el primer día nos educan para que cuidemos los unos de los otros».
La autora nos narra esos años preadolescentes y su incomodidad en el instituto Millikan, pues no encaja ni con los blancos ni con los negros, pues ella pertenece a una clase pobre en la que «simplemente me siento como lo que soy: una chica de Van Nuys a la que le encanta la poesía, leer y, por encima de todo, bailar». Pero, a pesar de desconveniencia, su etapa escolar le sirve para constatar la diferencia entre tasas de expulsión de chicas blancas y negras en EE. UU., porque «habiendo estudiado en centros con alumnas blancas y negras, una cosa que aprendí enseguida es que, aunque nuestro comportamiento puede ser igual o parecido, los castigos que recibimos casi nunca lo son».
De esta manera, la autora afirma con pesar que «con doce años estoy sola, el lugar que me corresponde en el mundo ya no es el de una niña, el de un pequeño ser humano que necesita apoyo. Lo había visto con mis hermanos y ahora me estaba ocurriendo a mí, la llegada de ese momento en que nos convertimos en eso que ya no es adorable ni apreciado. El año en que nos convertimos en algo de lo que deshacerse». Con estas duras palabras expone lo que supone ser un ciudadano negro de clase baja, en “algo de lo que deshacerse” y confiesa que a los doce años «aprendí que el hecho de ser negra y pobre me definía más que mi inteligencia, mi optimismo o mi entusiasmo».
Situado el entorno en el que vivió la autora, en este libro de memorias nos cuenta sus raíces, su familia y la manera de relacionarse a nivel emocional, los problemas de su clase y su comunidad, y el espíritu crítico de la autora ya desde pequeña. Y en cómo conocer a su padre biológico la cambió, alguien que «les anima a perdonar, a hacer que prevalezca el amor» en clara contraposición con su familia y sus hermanos donde no se habla de los problemas ni menos aún los sentimientos, únicamente de salir adelante. Porque con el conocimiento de la existencia de Gabriel y su personalidad, su acogida, porque «yo, una niña de una familia poco dada a expresar las cosas verbalmente y menos aun físicamente, empiezo a conocer una libertad que no le había dado cuenta de que necesitaba. Empiezo a experimentar algo parecido a un hogar en mi propia piel y en mis propios músculos, en los huesos, en las venas».
La autora carga fuerte contra la administración y la política y la dejadez en solucionar los problemas que tenían, pues «sin un plan educativo y sin ninguna opción de convertirnos en dueños de nuestro propio destino o en personas con poder de decisión que contribuyeran a una economía diseñada para recompensar solo a unos pocos, lo único que nos quedaba era la cárcel o la muerte». «Para nosotros, para la población negra, el encarcelamiento masivo de nuestros padres y más tarde de nuestras madres hizo que nuestra vida fuera de todo menos segura. Casi no había adultos presentes en nuestras vidas para amarnos, criarnos, defendernos, protegernos. Casi no había nadie que nos dijera que nuestros sueños, nuestras vidas y nuestras esperanzas importaban. Así que lo hicimos nosotros mismos, como mejor supimos» porque «la educación a la que tuvo acceso la generación de mis padres no los animó a desarrollar la creatividad, a regar las semillas de la esperanza. Solo a servir».
De esta manera, el ensayo que ha escrito la autora parte de la narración de su infancia, de la infancia propia de tantas personas de la comunidad negra en EE.UU., una infancia profundamente marcada por padres ausentes, por programas sociales ausentes, por una diversidad en estudios y formación ausentes… el entorno que describe la autora es un entorno aferrado completamente al presente, al día a día, a hacer lo posible por mantener económicamente la familia, pero que también la empobrece afectuosamente entre grandes jornadas laborales y carencia de cuidados que la debilita ante la sospecha, siempre presente, de parte de la sociedad sobre la comunidad negra de clase baja y la presencia policial siempre dispuesta (y predispuesta) a detener y encarcelar a los miembros de su comunidad. Y la salvación que aparece de la mano de la familia, de la comunidad, de las asociaciones, de los movimientos como los Black Panters pero también Strategy Center, Brotherhood Sisterhood, y gracias también a la formación, siempre necesaria, de mano de autores como Emma Goldman, bell hooks, Audre Lorde, Marx…
La autora, a través de la narración de la vida de su hermano Monte y sus detenciones y condenas y la relación familiar con él y su trastorno mental, pone en evidencia todas las injusticias, todo el olvido gubernamental y el maltrato del sistema policial y penitenciario, las limitaciones, los sesgos raciales existentes en todas las esferas. Y la dejadez, el olvido, al abandono de sus derechos como persona, que expresa cuestionándose «¿Cómo se mide la pérdida de aquello que un ser humano no recibe?» Porque «una alternativa más barata que dar tratamiento a Monte es tenerlo en una habitación solo y atado (…) se reducen los costes no solo de la propia medicación, sino de vigilantes y seguramente de alimentos». La autora relata el miedo sufrido ante el abuso de la policía al entrar en su casa con el solo pretexto de una sospecha, sin pruebas, sin testigos, sin justificación. Una docena de policías apuntando con sus armas, y con su ideología. Porque cuando en una redada te esposan y detienen cuando su único argumento es que «coincides con la descripción», uno de puede olvidar las palabras de Claudia Rankine cuando afirma «no eres ese tipo y aun así encajas con la descripción porque solo hay un tipo que siempre es el tipo que encaja con la descripción». Pero la autora, ante la búsqueda de un abogado para su hermano, afirma que «me niego a dejarme intimidar. Llevo siendo activista desde los dieciséis años». (…) «En Cleveland nos enseñaron, me enseñaron, que convertirnos en líderes era nuestra responsabilidad».
Así como gran parte del libro versa sobre el sentimiento de la autora como persona negra de clase baja y oprimida a través de la experiencia sufrida por su el hermano y que, en mi opinión y a pesar de su evidente interés, no es lo que esperaba de este libro, ya en el último tramo expone los orígenes del movimiento y una lista de casos en los que ha habido abusos policiales: Ferguson, Garner… y la creación del movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de Trayvon Martin y la absolución de su asesino. Un movimiento forjado gracias a aglutinar diferentes asociaciones que se estaban organizando a lo largo del país. Un movimiento que no se focaliza únicamente en proteger las personas negras sino también crear «un espacio en el que se potencie a las mujeres negras y donde no tengan cabida el machismo, la misoginia y el androcentrismo» así como «potenciar a las personas trans y queer».
Este libro, más allá de las denuncias y críticas, y de la exposición clara y precisa sobre cómo se siente una persona de clase baja negra en EE. UU., es también un canto profundo a la hermandad, a la sororidad, a la red tejida entre muchísimas mujeres, personas trans y también algunos hombres en pro de una vida rodeada de solidaridad y cuidados. Y es, también y como no puede ser de otra manera, una protesta, un grito al inconformismo y no únicamente una voluntad sino también una necesidad de cambiar las cosas, porque debe cambiar, porque no hay otra, porque tal y como afirma la autora en uno de los párrafos finales del libro que sintetiza perfectamente el malestar y su reivindicación, «terrorismo es que te acosen y te vigilen simplemente por estar vivo. Y terrorismo es que te metan en una celda de aislamiento, que te tengan sin comer y que te den palizas. Y terrorismo es no poder dar de comer a tus hijos aun teniendo tres trabajos. Y terrorismo es no tener un colegio decente en el que estudiar ni un sitio adonde ir a jugar. Les diré que la verdadera libertad, la verdadera democracia, es reivindicar y alcanzar la justicia, la dignidad y la paz».
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