Título original: Gehen, ging, gegangen
Traducción: Francesc Rovira (ed. en castellano) / Marta Pera Cucurell (ed. en catalán)
Año de publicación: 2015
Valoración: está bien
Vivimos tiempos difíciles en lo tocante a la gestión de la crisis humanitaria, inmersos en una época donde es difícil pensar en la Unión Europea sin sonrojarse, pues vemos cada día los impedimentos burocráticos y/o políticos (si es que pueden desvincularse unos de otros) que ponen trabas a tantas personas que huyen de sus países, al otro lado del Mediterráneo, buscando refugio en Europa. Y, si finalmente consiguen llegar, la vida que les espera no es nada fácil, en gran parte por culpa de las políticas (o falta de ellas) implantadas en los países de acogida.
En este marco político social, Jenny Erpenbeck ha escrito una novela que trata la cuestión de los impedimentos y problemáticas con los que se encuentran las personas migrantes para salir adelante una vez establecidos (presumiblemente) en la que se supone que será su nueva tierra, su nuevo hogar. Estamos, por tanto, delante de un libro que no analiza los problemas para migrar ni las mafias que se dedican a esto, temas que ya vimos en «¡Daha!», de Hakan Gunday, ni tampoco las dificultades emocionales para huir de un país en conflicto y hallar una salida a la situación, como vimos en «Salida a Occidente», de Moshin Hamid. Aquí el análisis se decanta principalmente hacia el aspecto político, y lo plantea desde el punto de vista de quién no pasa por esa situación, sino de quien la ve y la vive desde fuera. Pero entremos al detalle de lo que la obra ofrece.
Pocas palabras bastan a la autora para ubicarnos en la historia, pues ya en el arranque del libro la autora nos cuenta como fue el último día de trabajo del profesor Richard y cómo vive su rutina una vez ya jubilado. El estilo de Erpenbeck es directo, en apariencia sencillo, pero la rutina narrada que supone la “nueva” vida de Richard nos permite descubrir su manera de ser: estricta, rutinaria, y algo obsesiva respecto a ciertos aspectos de la actualidad. Y en esa cotidianidad sin ningún horizonte vital definido, empieza a interesarse, casi sin saber el porqué y de una manera totalmente fortuita, por la vida de tres personas migrantes que han decido manifestarse y hacer una huelga de hambre bajo un cartel que indica “nos hacemos visibles”.
Con este punto de partida, mezclando la narración del presente y los paseos de Richard por Berlín, la autora nos va desgranando a través de sus recuerdos cómo era la vida en su ciudad a finales de siglo, antes y después de la caída del muro, y lo hace sin alardear de conocimientos de hechos históricos, sino, simplemente, partiendo de la vida rutinaria de un profesor universitario, explicándonos cómo era aquel mundo, dividido entre dos partes diametralmente opuestas. De esta manera, la autora combina lo que sucede en la actualidad con los recuerdos del pasado del protagonista, tejiendo una historia entre dos aguas, uniendo pasado y presente, división e integración; cambios sociales que afectan a una sociedad que intenta adaptarse a la incertidumbre de su futuro.
Y en esa rutina a la que nos va acostumbrando la narración, vemos cómo el interés de Richard en los refugiados va en aumento y empieza a preocuparse por su estado. Con el propósito de conocer la situación en la que se hallan, establece una serie de conversaciones con varios de ellos y, a partir de esas breves charlas, empieza a entender su pasado, aquello de lo que huyen, cómo han vivido y cómo era en su país de origen. Estas conversaciones permiten abrir la historia y entender las dificultades por las que ha pasado tantísima gente, y la autora lo hace de una manera tan fácil, tan natural, que poco a poco uno va entrando en la mente de Richard, descubriendo con él aquellas vidas apartadas de su mundo, de su familia y su pasado. Las recurrentes y habituales visitas de Richard a la residencia donde se encuentran los refugiados le sirve para conocer las vidas que tenían en sus países de origen, vidas como la de tantos otros. Y nos narra su día a día esperando que llegue finalmente la aceptación para la solicitud de asilo que están esperando.
La habilidad de la autora está en que la identificación del lector con el protagonista es instantánea, pues empezamos a conocer la situación de los refugiados desde la ignorancia propia de quien lo ve desde fuera, de igual modo a cómo le ocurre a Richard. De esta manera, la lectura es un acompañamiento, una introducción y conocimiento de un mundo del que comprendemos poco, pero que debería interesarnos bastante más. Y lo hace desde una perspectiva a la que no estamos acostumbrados, pues narra sus vidas una vez están en el país destino, luchando por la residencia, tratando las vicisitudes de sus experiencias de manera neutra, sin atisbos de condescendencia. Ahí radica la fuerza del relato, no hay una alteridad en la narración, sus vidas son tratadas como la de Richard. Y eso hace que la narración nos acerque irremediablemente a los refugiados, los sentimos como si fuéramos nosotros, como si nos hubiera podido pasar a nosotros, porque de hecho no hay diferencias entre las vidas, únicamente las relativas a las propias experiencias por el origen al que pertenecemos.
Sin embargo, a pesar del buen propósito de la autora, un prometedor inicio y de la buena construcción del personaje principal, la historia es bastante insulsa, sin un ritmo ni impacto que llegue a conmover suficientemente. La narración está centrada en las entrevistas de Richard con los refugiados, alternada con una serie de recuerdos de su época tras la caída del muro que podrían haber dado bastante más de sí, y un sinfín de escenas cotidianas que, si bien permiten entender mejor el personaje, lastran un ritmo narrativo ya de por sí bastante lento. Además, de vez en cuando la autora introduce pinceladas de historia y mitología, hablando de Apolo, Atenea, Heracles, Medusa... que se hace bastante densa, ajena a la propia historia narrada y dando la sensación de que introduce esas pinceladas de manera algo forzada y que se antoja incómoda e innecesaria.
El principal logro de la autora y su mejor mérito es acercar la vida de los refugiados a nuestro mundo, y hacerlo bajo la mirada de un ciudadano que podría ser cualquiera de nosotros y ver con sus ojos cómo de desinformados estamos y la superficialidad de nuestras vidas que, en gran medida, han cerrado los ojos ante tal e injusta realidad. Por ello, la lectura nos deja una serie de reflexiones que nos hacen ver, de manera clara, la nimiedad de nuestras preocupaciones diarias, el uso que damos al dinero y su malgasto, en comparación con lo que se podría hacer en otros países con similares cantidades. En este aspecto, el libro es útil para situarnos de manera directa en la realidad, una realidad que, a pesar de que a menudo nos parece ofrecer motivos de queja, en comparación con las necesidades que tienen en otros países, es absolutamente irrisoria y que debería darnos vergüenza de tan siquiera lamentarnos de nuestras pequeñas miserias. Pero, aún y así, más allá de hacernos tomar consciencia de que somos unos privilegiados, de que deberíamos ser más conscientes de la situación de los refugiados o de las vidas en países menos desarrollados, el ritmo del libro es muy lento, terriblemente lento, y la buena intención de la novela se diluye enormemente en páginas de conversaciones sin sustancia, sin intensidad, sin impacto. Una lástima que tan buen propósito haya acabado teniendo un resultado tan insulso. Eso sí, apoyado por multitud de premios. Debe ser por la buena intención de la novela, en eso sí estaríamos de acuerdo.
En este marco político social, Jenny Erpenbeck ha escrito una novela que trata la cuestión de los impedimentos y problemáticas con los que se encuentran las personas migrantes para salir adelante una vez establecidos (presumiblemente) en la que se supone que será su nueva tierra, su nuevo hogar. Estamos, por tanto, delante de un libro que no analiza los problemas para migrar ni las mafias que se dedican a esto, temas que ya vimos en «¡Daha!», de Hakan Gunday, ni tampoco las dificultades emocionales para huir de un país en conflicto y hallar una salida a la situación, como vimos en «Salida a Occidente», de Moshin Hamid. Aquí el análisis se decanta principalmente hacia el aspecto político, y lo plantea desde el punto de vista de quién no pasa por esa situación, sino de quien la ve y la vive desde fuera. Pero entremos al detalle de lo que la obra ofrece.
Pocas palabras bastan a la autora para ubicarnos en la historia, pues ya en el arranque del libro la autora nos cuenta como fue el último día de trabajo del profesor Richard y cómo vive su rutina una vez ya jubilado. El estilo de Erpenbeck es directo, en apariencia sencillo, pero la rutina narrada que supone la “nueva” vida de Richard nos permite descubrir su manera de ser: estricta, rutinaria, y algo obsesiva respecto a ciertos aspectos de la actualidad. Y en esa cotidianidad sin ningún horizonte vital definido, empieza a interesarse, casi sin saber el porqué y de una manera totalmente fortuita, por la vida de tres personas migrantes que han decido manifestarse y hacer una huelga de hambre bajo un cartel que indica “nos hacemos visibles”.
Con este punto de partida, mezclando la narración del presente y los paseos de Richard por Berlín, la autora nos va desgranando a través de sus recuerdos cómo era la vida en su ciudad a finales de siglo, antes y después de la caída del muro, y lo hace sin alardear de conocimientos de hechos históricos, sino, simplemente, partiendo de la vida rutinaria de un profesor universitario, explicándonos cómo era aquel mundo, dividido entre dos partes diametralmente opuestas. De esta manera, la autora combina lo que sucede en la actualidad con los recuerdos del pasado del protagonista, tejiendo una historia entre dos aguas, uniendo pasado y presente, división e integración; cambios sociales que afectan a una sociedad que intenta adaptarse a la incertidumbre de su futuro.
Y en esa rutina a la que nos va acostumbrando la narración, vemos cómo el interés de Richard en los refugiados va en aumento y empieza a preocuparse por su estado. Con el propósito de conocer la situación en la que se hallan, establece una serie de conversaciones con varios de ellos y, a partir de esas breves charlas, empieza a entender su pasado, aquello de lo que huyen, cómo han vivido y cómo era en su país de origen. Estas conversaciones permiten abrir la historia y entender las dificultades por las que ha pasado tantísima gente, y la autora lo hace de una manera tan fácil, tan natural, que poco a poco uno va entrando en la mente de Richard, descubriendo con él aquellas vidas apartadas de su mundo, de su familia y su pasado. Las recurrentes y habituales visitas de Richard a la residencia donde se encuentran los refugiados le sirve para conocer las vidas que tenían en sus países de origen, vidas como la de tantos otros. Y nos narra su día a día esperando que llegue finalmente la aceptación para la solicitud de asilo que están esperando.
La habilidad de la autora está en que la identificación del lector con el protagonista es instantánea, pues empezamos a conocer la situación de los refugiados desde la ignorancia propia de quien lo ve desde fuera, de igual modo a cómo le ocurre a Richard. De esta manera, la lectura es un acompañamiento, una introducción y conocimiento de un mundo del que comprendemos poco, pero que debería interesarnos bastante más. Y lo hace desde una perspectiva a la que no estamos acostumbrados, pues narra sus vidas una vez están en el país destino, luchando por la residencia, tratando las vicisitudes de sus experiencias de manera neutra, sin atisbos de condescendencia. Ahí radica la fuerza del relato, no hay una alteridad en la narración, sus vidas son tratadas como la de Richard. Y eso hace que la narración nos acerque irremediablemente a los refugiados, los sentimos como si fuéramos nosotros, como si nos hubiera podido pasar a nosotros, porque de hecho no hay diferencias entre las vidas, únicamente las relativas a las propias experiencias por el origen al que pertenecemos.
Sin embargo, a pesar del buen propósito de la autora, un prometedor inicio y de la buena construcción del personaje principal, la historia es bastante insulsa, sin un ritmo ni impacto que llegue a conmover suficientemente. La narración está centrada en las entrevistas de Richard con los refugiados, alternada con una serie de recuerdos de su época tras la caída del muro que podrían haber dado bastante más de sí, y un sinfín de escenas cotidianas que, si bien permiten entender mejor el personaje, lastran un ritmo narrativo ya de por sí bastante lento. Además, de vez en cuando la autora introduce pinceladas de historia y mitología, hablando de Apolo, Atenea, Heracles, Medusa... que se hace bastante densa, ajena a la propia historia narrada y dando la sensación de que introduce esas pinceladas de manera algo forzada y que se antoja incómoda e innecesaria.
El principal logro de la autora y su mejor mérito es acercar la vida de los refugiados a nuestro mundo, y hacerlo bajo la mirada de un ciudadano que podría ser cualquiera de nosotros y ver con sus ojos cómo de desinformados estamos y la superficialidad de nuestras vidas que, en gran medida, han cerrado los ojos ante tal e injusta realidad. Por ello, la lectura nos deja una serie de reflexiones que nos hacen ver, de manera clara, la nimiedad de nuestras preocupaciones diarias, el uso que damos al dinero y su malgasto, en comparación con lo que se podría hacer en otros países con similares cantidades. En este aspecto, el libro es útil para situarnos de manera directa en la realidad, una realidad que, a pesar de que a menudo nos parece ofrecer motivos de queja, en comparación con las necesidades que tienen en otros países, es absolutamente irrisoria y que debería darnos vergüenza de tan siquiera lamentarnos de nuestras pequeñas miserias. Pero, aún y así, más allá de hacernos tomar consciencia de que somos unos privilegiados, de que deberíamos ser más conscientes de la situación de los refugiados o de las vidas en países menos desarrollados, el ritmo del libro es muy lento, terriblemente lento, y la buena intención de la novela se diluye enormemente en páginas de conversaciones sin sustancia, sin intensidad, sin impacto. Una lástima que tan buen propósito haya acabado teniendo un resultado tan insulso. Eso sí, apoyado por multitud de premios. Debe ser por la buena intención de la novela, en eso sí estaríamos de acuerdo.
5 comentarios:
Ay, Anagrama. Los lomos amarillos y grises siguen reinando en mis estanterías. Eso sí, la única novedad que he comprado en los últimos años ha sido Houellebecq. En fin, será que me hago mayor o más raro
No es una de mis editoriales favoritas últimamente, pero Koldo, va, confiesa, en estos últimos años no habrá caído algún título, pongamos por ejemplo, de KOK? ;-)
Saludos
Marc
Es verdad. El primero lo compré!! El segundo ya en la biblioteca
:-)
Desde la marcha de Herralde ha pegado un bajón importante..
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