Idioma original: inglés
Título original: The Oasis
Año de publicación: 1949
Valoración: Interesante
Cautivadora personalidad
la de esta escritora, conocida en España sobre todo por El grupo, una espléndida novela de madurez, muy aclamada en su
época, cuya comparación con la que comentamos vendría a confirmar la teoría de
que todo escritor se limita a repetir una y otra vez el mismo libro. Con esto
no estoy afirmando que El grupo y El oasis se parezcan, al menos no a
primera vista. Sus diferencias son notables: esta es una novelita corta escrita
en sus comienzos con cierto aire de ensayo, en la que esboza más que narra.
Pero en ella señala ya sus objetivos literarios y muestra la fina ironía y
capacidad de observación que siempre la han caracterizado, así como la
inclusión de elementos autobiográficos y una marcada tendencia a la crítica.
Ambas son, además, novelas corales en las que la sátira social es su principal
ingrediente. En este caso, además, los personajes son conocidos y reconocibles,
de forma que podemos incluirla en el subgénero conocido como roman à clef (o novela en clave), y si
el paso del tiempo ha desactivado este elemento, para sus contemporáneos supuso
un buen motivo de diversión y para los que sirvieron de modelo a los personajes
un considerable berrinche.
Esto y mucho más nos lo
cuenta Vivian Gornick en un prólogo tan documentado como sentido. McCarthy fue
para ella uno de los referentes en su primera juventud, la que hablaba claro de
un sinfín de asuntos sobre los que no era fácil informarse a esa edad, era la hermana mayor con la que su generación
podía identificarse, pues tanto los asuntos como la forma de enfocarlos
sintonizaban muy bien con sus inquietudes. Acto seguido nos informa de la vida
y milagros de la escritora y acaba explicando lo que supuso El oasis para los lectores y para el propio
entorno de esta.
Un ambiente muy
particular, integrado por profesionales y activos del mundo intelectual. Sin tener
el gusto de conocer a los originales y sabiendo que sus copias (es decir, los
personajes) han sentido, cada uno a su manera, la llamada del inconformismo,
podemos deducir que –con una sola excepción que se presenta aquí como Joe y que
es un hombre de negocios que no desea disimularlo– se trata de un grupo de
snobs a quienes no les falta de nada y que disfrutan sintiéndose idealistas. De
esto se deduce, por un lado, que las contradicciones entre lo que cada uno es y
lo que cree que es no tardarán mucho en manifestarse, por otro, que las
diferencias entre ellos saldrán a la luz al primer atisbo de conflicto. Y es
que McCarthy nos muestra un grupo cerrado –si añadimos que su nombre es Utopía ya sabemos a qué atenernos– que
aspira a extenderse todo lo posible con el fin de poner en práctica sus ideales
pacifistas, colectivistas y de unión con la naturaleza. El aspecto práctico se
les da de maravilla: todo funciona como un reloj. No así la forma de ver el
mundo y, por tanto, de reaccionar ante imponderables. Porque, no lo olvidemos,
por mucho que se empeñen es gente de la buena sociedad de Nueva York. Y el
misticismo hippie de los 60 tardaría aún en llegar. A todo esto, como podemos
imaginar, el grupo no es homogéneo, pero se puede subdividir en dos bandos: los
puristas, que intentan demostrar la
viabilidad del proyecto, y los realistas, cuyo objetivo es justo el contrario
aunque se integran bastante bien en el conjunto para sorpresa, incluso, de
ellos mismos. A mí me parecen incomparablemente más sinceros los segundos. En
realidad, veremos lo que McCarthy quiere que veamos, y lo muestra resaltando
las contradicciones en que van incurriendo. Claro, por eso se trata de una
sátira. Y muy divertida, por cierto.
“El pacifismo todavía no se consideraba un delito, siempre y cuando el pacifista en cuestión tuviera la edad requerida para llevar armas o alguna discapacidad física. La Administración hacía todo lo que estaba en su mano para preservar los vestigios de las libertades civiles (necesitaba desesperadamente objetivos bélicos) y podía hacer gala de su tolerancia hacia Utopía con patriótica complacencia”.
La actividad que
declaran ante las autoridades es, naturalmente, la agricultura. Aunque, y
vuelve a asomar el sarcasmo de la autora, “de
hecho, todos eran bastante «innecesarios»”. Atentos, también, a la cantidad
de enseres que consideran imprescindibles para llevar una vida primitiva: camiones enteros con todas
las comodidades y refinamientos posibles.
Otro de los temas recurrentes en las novelas de la escritora son los avances técnicos, espectaculares en su época, así como
los cambios de mentalidad y las resistencias que generan. Sin olvidar los
enormes terremotos políticos, fruto de decisiones que se tomaron sin contar con
nadie pero que acabaron afectando a todos. Ninguna de estas cuestiones es ajena
al momento actual, y me encantaría escuchar lo que, de estar viva, tendría que decir
ahora mismo.
En cualquier caso, una obra
a medio camino entre ensayo y novela, profunda pero amena, y que –por eso mismo–
no puede gustar a todos; pero que encantará a quien conecte con ella y a
ninguno dejará indiferente. Y, como cada vez que un autor se mete en un
berenjenal considerable, me preguntaba mientras la estaba leyendo, ¿cómo
conseguirá rematarla sin estropear el efecto creado en el lector? Pues de
maravilla, créanme. En mi opinión, mejor imposible.
Traducción: Raquel Vicedo
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