Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable
Con una prosa delicada, comedida (diría que incluso «suave» a los sentidos), Mohsin Hamid nos explica la vida de Nadia y Saeed, dos jóvenes habitantes de una ciudad en conflicto bélico quienes, para poder alcanzar un futuro lejos del caos existente, se ven forzados a tomar la decisión de migrar y huir de sus casas, de sus hogares, de una sociedad sin futuro. Así, el autor nos narra una historia de dificultades y superación, de sacrificios y tragedias, de valentía y atrevimiento, de relaciones sentimentales entre personas ligadas a un presente incierto y un futuro desconocido donde las vidas están íntimamente condicionadas y vinculadas al mundo que las rodea.
Con este objetivo el autor empieza narrándonos los orígenes de sus protagonistas, y nos hace partícipes de su día a día, sus raíces y la relación con sus padres. Vemos de esta forma uno de los elementos que conforman la sociedad en los países del este: la religión en el centro de la vida, las constricciones sociales donde la libertad está limitada por la opinión de aquellos que la observan. Una ciudad en conflicto, una tierra sin futuro, una sociedad próxima a su desaparición. En estos parajes viven los dos jóvenes protagonistas. Ella: valiente, atrevida (a pesar de querer disimularlo quien sabe si por su entorno, su familia o su religión); él: prudente, de los que no osarían hacer algo que pudiera considerarse inapropiado o temerario. Y en medio de todo, envolviendo sus vidas, la ciudad en conflicto. En ella se observa la caída de los valores de la sociedad: hay refugiados en condiciones lamentables, inhumanas, se producen asesinatos, la guerra está viva, latiente y el sonido de los bombardeos como música de fondo que recuerda, una y otra vez, que no están a salvo.
El autor nos habla de los habitantes de una ciudad en guerra; una guerra que se libra en cada calle, en la escuela de alguien familiar, en las casas de los ciudadanos donde «una ventana era la frontera a través de la cual era más posible que llegara la muerte». Cada punto de la ciudad es un foco posible de altercados, y sus habitantes conviven con ello, no les queda otra. Comercios que cierran de un día para otro, habitantes que desaparecen dejando como único rastro la duda sobre qué habrá sido de ellos, casas que desaparecen en medio de bombas y tiroteos. Ejecuciones en medio de la ciudad, cadáveres expuestos a la vista de cualquiera persona que mantenga la fuerza suficiente para levantar los ojos del suelo y ver las ruinas de una ciudad desolada. Una ciudad devastada, vidas empobrecidas, aspiraciones derrotadas.
La coyuntura desoladora provoca que nazca el deseo de los jóvenes en huir y abandonar su pasado; la situación obliga a marcharse, a buscar una vía de escape. En este aspecto, el autor se permite algunas licencias fantásticas como las puertas que les lleva a otros mundos. Esta elección es algo arriesgada pues el elemento fantástico que suponen las puertas choca plenamente con la realidad narrada; aún así, es un recurso útil porque el viaje de un país a otro no es lo que quiere reflejar sino el viaje interior que hacemos cuando nuestro alrededor cambia y nos obliga a adaptarnos a él y, en el fondo, a nosotros mismos. Aquí empezaría una segunda parte del libro, marcadamente diferente a lo narrado hasta ese punto. La guerra se deja de lado, al menos la guerra a gran escala. La guerra se libra en batallas cotidianas libradas para conseguir sobrevivir siendo refugiados, y en la supervivencia de aquellos que poco tienen para subsistir. El dolor existente y la brutalidad de las vidas de los migrados es narrado con una belleza tal que en lugar de suavizar los hechos consigue aumentar el impacto.
De esta manera, Mohsin Hamid nos retrata una sociedad de contrastes y explora aspectos importantes de la sociedad actual: la crueldad de la vida en las zonas en conflicto y la necesidad vital de escapar de ella; la vida en los campos de refugiados y la hostilidad de aquellos que ven una amenaza en los recién llegados, la estrecha relación entre quienes somos y el entorno donde nos encontramos («nuestras personalidades son como pantallas iluminadas, y los tonos que reflejamos dependen en gran parte de lo que tenemos alrededor») y cómo afecta nuestro alrededor a cómo nos comportamos, como sentimos, en función de cómo es nuestro entorno. La dificultad de encajar en un nuevo mundo, por aquello que lo conforma, pero también por nuestros miedos a abandonar o cambiar aquello que fuimos.
El autor también expone la dualidad en una sociedad hiperconectada, donde tener todo el mundo a nuestro alcance nos permite evadirnos y soñar en mundos mejores, mientras nos alejamos de nuestro propio mundo. Esta parte quizá es la menos lograda, al hacer excesivo hincapié en el uso de la tecnología en nuestra comunicación cotidiana, la observación a la que estamos sometidos y el control.
Narrado de forma aparentemente sencilla, sin excesivos alardes ni pretensiones literarias, la principal virtud de la novela radica en ser capaz de tratar todos estos temas en una novela corta y conseguir salir airoso de tal empresa. No se echa de menos una mayor extensión en la narración, el autor deja suficientes elementos en la imaginación del lector para que añada aquello que él únicamente insinúa y es un acierto que sea así porque de esta manera, cuando uno termina el libro, le queda una sensación de vacío, de tristeza, de aflicción que facilita la empatía con los protagonistas y con aquellos que, en sus propias vidas, viven historias similares y no hay puertas que les abran nuevos mundos; únicamente pueden permitirse aquellas que se encuentran en sus sueños.
También de Mohsin Hamid en ULAD: Cómo hacerse asquerosamente rico en el Asia emergente, El fundamentalista reticente
Con este objetivo el autor empieza narrándonos los orígenes de sus protagonistas, y nos hace partícipes de su día a día, sus raíces y la relación con sus padres. Vemos de esta forma uno de los elementos que conforman la sociedad en los países del este: la religión en el centro de la vida, las constricciones sociales donde la libertad está limitada por la opinión de aquellos que la observan. Una ciudad en conflicto, una tierra sin futuro, una sociedad próxima a su desaparición. En estos parajes viven los dos jóvenes protagonistas. Ella: valiente, atrevida (a pesar de querer disimularlo quien sabe si por su entorno, su familia o su religión); él: prudente, de los que no osarían hacer algo que pudiera considerarse inapropiado o temerario. Y en medio de todo, envolviendo sus vidas, la ciudad en conflicto. En ella se observa la caída de los valores de la sociedad: hay refugiados en condiciones lamentables, inhumanas, se producen asesinatos, la guerra está viva, latiente y el sonido de los bombardeos como música de fondo que recuerda, una y otra vez, que no están a salvo.
El autor nos habla de los habitantes de una ciudad en guerra; una guerra que se libra en cada calle, en la escuela de alguien familiar, en las casas de los ciudadanos donde «una ventana era la frontera a través de la cual era más posible que llegara la muerte». Cada punto de la ciudad es un foco posible de altercados, y sus habitantes conviven con ello, no les queda otra. Comercios que cierran de un día para otro, habitantes que desaparecen dejando como único rastro la duda sobre qué habrá sido de ellos, casas que desaparecen en medio de bombas y tiroteos. Ejecuciones en medio de la ciudad, cadáveres expuestos a la vista de cualquiera persona que mantenga la fuerza suficiente para levantar los ojos del suelo y ver las ruinas de una ciudad desolada. Una ciudad devastada, vidas empobrecidas, aspiraciones derrotadas.
La coyuntura desoladora provoca que nazca el deseo de los jóvenes en huir y abandonar su pasado; la situación obliga a marcharse, a buscar una vía de escape. En este aspecto, el autor se permite algunas licencias fantásticas como las puertas que les lleva a otros mundos. Esta elección es algo arriesgada pues el elemento fantástico que suponen las puertas choca plenamente con la realidad narrada; aún así, es un recurso útil porque el viaje de un país a otro no es lo que quiere reflejar sino el viaje interior que hacemos cuando nuestro alrededor cambia y nos obliga a adaptarnos a él y, en el fondo, a nosotros mismos. Aquí empezaría una segunda parte del libro, marcadamente diferente a lo narrado hasta ese punto. La guerra se deja de lado, al menos la guerra a gran escala. La guerra se libra en batallas cotidianas libradas para conseguir sobrevivir siendo refugiados, y en la supervivencia de aquellos que poco tienen para subsistir. El dolor existente y la brutalidad de las vidas de los migrados es narrado con una belleza tal que en lugar de suavizar los hechos consigue aumentar el impacto.
De esta manera, Mohsin Hamid nos retrata una sociedad de contrastes y explora aspectos importantes de la sociedad actual: la crueldad de la vida en las zonas en conflicto y la necesidad vital de escapar de ella; la vida en los campos de refugiados y la hostilidad de aquellos que ven una amenaza en los recién llegados, la estrecha relación entre quienes somos y el entorno donde nos encontramos («nuestras personalidades son como pantallas iluminadas, y los tonos que reflejamos dependen en gran parte de lo que tenemos alrededor») y cómo afecta nuestro alrededor a cómo nos comportamos, como sentimos, en función de cómo es nuestro entorno. La dificultad de encajar en un nuevo mundo, por aquello que lo conforma, pero también por nuestros miedos a abandonar o cambiar aquello que fuimos.
El autor también expone la dualidad en una sociedad hiperconectada, donde tener todo el mundo a nuestro alcance nos permite evadirnos y soñar en mundos mejores, mientras nos alejamos de nuestro propio mundo. Esta parte quizá es la menos lograda, al hacer excesivo hincapié en el uso de la tecnología en nuestra comunicación cotidiana, la observación a la que estamos sometidos y el control.
Narrado de forma aparentemente sencilla, sin excesivos alardes ni pretensiones literarias, la principal virtud de la novela radica en ser capaz de tratar todos estos temas en una novela corta y conseguir salir airoso de tal empresa. No se echa de menos una mayor extensión en la narración, el autor deja suficientes elementos en la imaginación del lector para que añada aquello que él únicamente insinúa y es un acierto que sea así porque de esta manera, cuando uno termina el libro, le queda una sensación de vacío, de tristeza, de aflicción que facilita la empatía con los protagonistas y con aquellos que, en sus propias vidas, viven historias similares y no hay puertas que les abran nuevos mundos; únicamente pueden permitirse aquellas que se encuentran en sus sueños.
También de Mohsin Hamid en ULAD: Cómo hacerse asquerosamente rico en el Asia emergente, El fundamentalista reticente
4 comentarios:
Tiene buena pinta.
Muchas gracias
Gracias a tí, Esther. Si lo lees, ¡ya nos contarás!
Saludos
Marc
Hace un tiempo leía la reseña de ¡Daha! donde Francesc encabezaba hablando sobre la necesidad de dar voz a los refugiados, como mínimo. Por esta razón supongo que el libro es valioso más allá de su estilismo. Por otro lado, me parece interpretar de tu reseña que deja una suave sensación de haber leído una fábula. Que no cuenta con la crudeza que su contexto merece.
Una crudeza y una crítica que nosotros merecemos leer, ya que hace dos semanas cerramos los dos años de plazo que nos dimos, y lo hicimos dejando al 89% de estas personas tiradas.
Creo que prefiero la lectura de ¡Daha!.
De todas formas agradezco tu reseña y también la existencia del libro.
Hola, Interlunio. La reseña de ¡Daha! tambien es mía, aunque no me importa que la atribuyas a mi compañero ULADiano Francesc... es más, es un honor... algo de peloteo entre compañeros no está de más ;-)
Bromas aparte, sí, coincido contigo, es importante dar voz a los refugiados, uno de los principales problemas que tiene nuestra sociedad y del que parece que menos se ocupan los actuales gobiernos. De ahí la necesidad de este tipo de libros, para ayudar a conscienciar en lo posible una sociedad donde los valores cada vez se dejan más de lado. Nos volvemos superficiales, como sociedad. Y no puede ser.
El libro, como apuntas, tiene cierto aire de fábula. Esto le permite tocar temas sensibles pero sin necesidad de detallar la crudeza ni recrearse en ella; los conocimientos que uno pueda tener sobre esta crisis o lo que la imaginación le permita alcanzar, es suficiente para hacerse la idea de cuál es la situación de los personajes. En este punto es acertada tu comparación con ¡Daha!, mucho más dura y cruda, sin dudarlo y, para mí, mejor libro al ser más completo y plasmar una realidad sin ganas de endulzarla.
Muchas gracias por comentar la entrada y por permitir explayarme en la explicación de la propia reseña.
Saludos
Marc
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