Idioma original: inglés
Título original: The Emperor of Gladness
Traducción: Yannick Garcia en catalán y Daniel Saldaña París en castellano, ambas para Anagrama
Año de publicación: 2025
Valoración: entre recomendable y está bien
Título original: The Emperor of Gladness
Traducción: Yannick Garcia en catalán y Daniel Saldaña París en castellano, ambas para Anagrama
Año de publicación: 2025
Valoración: entre recomendable y está bien
El miedo (o respeto) a las segundas novelas. Como autores, es más que probable que ocurra, pero como lectores, o al menos en mi caso, ya os digo que sí porque siempre hay un proceso de acercamiento a la segunda obra de un autor y la curiosidad lectora te lleva a pensar: ¿cómo habrá (y hacia dónde) evolucionado el estilo? ¿Hacia donde habrá crecido como autor?¿Cuáles seran los nuevos territorios a explorar? Y no siempre el resultado es el esperado, por distintos motivos y en distintas formas. Veamos.
Respecto a Vuong, destacaba en la reseña de su ópera prima «En la tierra somos fugazmente grandiosos» la habilidad del autor en tejer un texto elaborado, preciso, sensible, que emana de su yo más interno, con una prosa que rozaba en ocasiones su forma más poética, con aforismos y reflexiones envueltas de metáforas (aunque también apuntaba cierta irregularidad y altibajos a lo largo de su extensión). Pero en este caso, estilísticamente no es así, el autor se distancia de sí mismo (un poco, tampoco mucho, pues se perciben trazos de su vida a lo largo del libro) y centra el peso del libro en la historia dejando que sea ella la que impacte al lector y no (tanto) la elección delicada de las palabras. Y, para mí, no acaba de lograr lo pretendido pues aparta justo aquello que lo hacía en ocasiones especial e interesante: la belleza del texto. Sí cabe decir que el autor empieza fuerte, dando lo que el lector espera, con un relato en primera persona que dibuja ya de entrada unas vidas marcadas por el olvido, ancladas sin futuro en los márgenes de la sociedad, pues, tal y como afirma Hai, el protagonista (casi) absoluto del relato, «nosotros somos la mancha borrosa de las ventanas de vuestros trenes y monovolúmenes, de vuestros autocares, tenemos las caras deformadas por el viento y la velocidad como si fuéramos pinturas abandonadas de Munch». Un entorno pobre y abandonado, que no les permite vislumbrar un futuro halagüeño pero que, a pesar de ello, lo intentan pues «somos escépticos, pero no indiferentes a la esperanza». Así intuímos un entorno sin un gran provenir, muchas veces retratado en la literatura pero pocas veces de manera tan nítida como cuando afirma que «es un pueblo donde los chicos del instituto, que los viernes por la noche no tienen donde ir, aparcan las camionetas de sus padrastros en los límites sombríos del parking del Walmart, beben Smirnoff que llevan en botellas de agua Poland Spring y ponen Weezer y Lil Wayne a todo volumen, hasta que, una noche, bajan la cabeza y descubren que llevan un bebé bajo el brazo, y se dan cuenta que están en la treintena y que el Walmart no ha cambiado nada». Este es el retrato del entorno y ambiente en el que se mueve el protagonista hasta que, en una noche cualquiera, un suceso le cambia el transcurso vital cuando se encuentra en sus momentos más bajos: el ofrecimiento de la anciana a que se quede a vivir con ella a cambio de ayudarla a organizarse con los medicamentos para combatir la demencia frontotemporal que sufre, una enfermedad que Hai retrata con acierto y pesar cuando afirma que «la mente con demencia era como una de aquellas pizarras mágicas que tenía de pequeño: una pequeña sacudida y todo desaparece (…) o todavía peor, la mente dibuja cosas por su cuenta para rellenar los vacíos».
A partir de ahí, y cuando la situación ya ha arraigado en el argumento y también en la mente del lector, la historia entra por un nuevo camino, menos luminoso y poético y más centrado en el día a día. Así, el protagonista convive con la anciana y sus episodios mentales que sortean cuando Hai encuentra una manera de conectar con su irrealidad: hacerse pasar por un sargento de la segunda guerra mundial, «una especie de portal donde guiarla cuando el presente se le consumía». Así, él se adentra en el delirio y la acompaña en el tránsito del mundo real al imaginario y es en ese día a día, en su relación, pero especialmente también en la de Hai con los compañeros del restaurante donde trabaja donde se desarrolla la historia y Vuong deja de lado su mirada más poética para adentrarse en la monotonía de la cotidianidad. Y ahí, es donde para mí y a excepción de pasajes puntuales, la novela decae y pierde interés llegando a en cierto punto a la apatía y a la indiferencia a pesar del intento (logrado a medias) de Vuong en hacer un retrato de un grupo de personas que se encuentra y convive en los márgenes de una sociedad que los ha dejado de lado. Ahí, en la cocina del restaurante y en las pausas que los unen confluyen seres solitarios que encuentran en su situación un punto en común que les une en una especie de familia con el vínculo estrecho que forma el día a día del restaurante donde trabajan, aunque lamentablemente ninguno de ellos tiene suficiente peso en la historia para que llegues a empatizar ni a conectar con sus vidas. Sí que es cierto que en la segunda parte el libro mejora, pues profundiza en los personajes principales y también en la relación establecida entre ellos, que se afianza en un nivel de compenetración que juega a su favor. De igual modo, la relación entre Hai y Grazina entra en terrenos más profundos a la vez que emotivos, y es en ese espacio en el que el autor de desenvuelve con más soltura y calidad, dejando un poco de lado el día a día del restaurante con sus diferentes personajes y centrándose en la relación y su complejidad y ternura.
Por todo ello, sensaciones encontradas tras la lectura del libro, pues la verdad es que esperaba bastante más de Vuong después de su anterior novela que, aunque imperfecta, dejaba destellos de calidad literaria, con un estilo que bebía directamente de su trayectoria como poeta, y pensé que en esta novela mantendría su cuidada atención en la elección de las palabras a la vez que conseguiría escribir una historia más redonda y bien acabada. Pero no, aquí no se ve la finura de su prosa (a excepción de momentos puntuales al inicio y al final), no hay grandes párrafos ni elocuentes frases que lleven a pensar en que el autor también es poeta. Aquí la narración, aunque bien escrita, es bastante más plana y no invita al lector a releer algún párrafo para degustar por segunda vez un fragmento conmovedor. De todos modos, por la valoraciones y comentarios sobre el libro de gente que entiende de esto, está claro que yo no he sabido encontrar el punto de enganche en el libro. Será cuestión de gustos, de expectativas, o puede que ambas cosas.
También de Ocean Vuong en ULAD: En la Tierra somos fugazmente grandiosos
3 comentarios:
Debo estar o ser obtuso porque no me entero bien con vuestra calificación. Si imprescindible es un 10, muy recomendable es un 9, recomendable es un 8, está bien, ¿es un 7?
Hola, Lord V.
Sí, entiendo que es algo interpretativo aunque también difícil de cuatificar numéricamente. Particularmente, diría que un "está bien" vendría a ser un 6.
Saludos
Marc
Gracias.
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