viernes, 29 de julio de 2022

Ocean Vuong: En la Tierra somos fugazmente grandiosos

Idioma original: inglés
Título original: On Earth We're Briefly Gorgeous
Traducción: Yannick Garcia (trad. al catalán) y Jesús Zulaika Goicoechea (trad. al castellano) para Anagrama.
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable


La literatura narrada desde el yo, y si además el libro está narrado en forma de misiva o de dietario, me parece un recurso efectivo para dar un enfoque muy personal, y en apariencia honesto, a una serie de temas que preocupan o que incumben al autor a la hora de encarar una obra. Además, si esto se produce introduciendo una serie de elementos basados en hechos reales, el resultado es aún más creíble. Y, para los descreídos o quienes aborrezcan este tipo de literatura, cabe decir que, en el caso de Vuong, la exposición de los hechos se realiza de manera fragmentada y desorganizada, pero bajo un “envoltorio” cuidado, precioso y bello. Porque Vuong escribe desde una actitud de aceptación y no de rebeldía, desde la nostalgia y la añoranza más que desde el resquemor o el recelo. No hay en el libro una búsqueda de venganza o de despecho, sino un terrible vacío creado por la ausencia de su madre o de Trevor.

Con esta premisa, el libro empieza con una carta que el protagonista escribe a su madre («te escribo desde un cuerpo que un día fue tuyo. Eso significa que te escribo como hijo»). Con ello, y a través de la narración en primera persona en algunas ocasiones, o dirigiéndose al niño que fue como si lo viera desde fuera en otras, el libro empieza con una serie de recuerdos inconexos, sin orden cronológico, pues «no es tanto una historia, lo que te cuento, más bien es un naufragio; fragmentos que flotan, que finalmente se hacen legibles». Con ello, el protagonista nos transmite la relación difícil con su madre; una relación llena de amores, pero también de castigos llegando al punto de afirmar que «eres madre, mamá. También eres monstruo. Pero yo también, y es por eso por lo que yo a ti no te puedo desviar la mirada. Es por ello por lo que he cogido la creación más solitaria de Dios y te he metido dentro». Y, en esa monstruosidad que reconoce en su madre, mira al pasado recordando «la vez con los puños, chillando en medio del aparcamiento y con el sol del anochecer que te grababa el cabello de rojo. Yo protegiéndome la cabeza con los brazos mientras tú me ablandecías con los nudillos por todos lados» o «la vez con la garrafa de leche. El plástico me estalló contra el omoplato y, después, una lluvia blanca y constante sobre el embaldosado de la cocina». Pero también recuerda las veces en las que eran felices, en las que hacían cosas juntos y reían y se divertían, aunque eran pocas. Por suerte, la infancia no fue completamente triste y solitaria pues el protagonista contaba con el amor y apoyo de su abuela, alguien que le servía de escudo emocional pero también físico como la vez en que «su madre lo encerró en el sótano porque se había vuelto a hacer pipí» y ella lo defendió o la vez en que «antes de verle la cara a su madre, el revés le había ablandado el lado de la cabeza, y luego otro, y diez más. Toda una tormenta. Una tormenta de madre. La abuela del niño, cuando sintió los gritos, vino corriendo y, por instinto, se puso a gatas sobre el chico, construyendo una casita de baratillo con el cuerpo». Una abuela que huyó a los diecisiete años de un hombre con quien habían concertado matrimonio y que demostraba, ahora también, su fortaleza y su valentía.

Más allá de la relación familiar, el relato nos traslada el problema de la guerra de Vietnam y el desarraigo, pues Vuong se encarna en su protagonista para que tomemos consciencia de los problemas que puede tener un niño pobre nacido en Vietnam, en un arrozal a las afueras de Saigón, y narra con ello las difíciles relaciones entre vietnamitas y estadounidenses, que percibimos de manera clara cuando narra que «una mujer está en el margen de un camino de tierra suplicando, en una lengua que los disparos han vuelto obsoleta» y la relación de sumisión que se transmite al comunicarse entre ellos, pues «es verdad que en vietnamita no acostumbramos a decir ‘te quiero’ (…) el afecto y el amor, para nosotros, se pronuncian con más claridad a través del servicio». De esta manera, el autor nutre el retrato de recuerdos desordenados, de infancia en Vietnam y de la sensación siempre existente de peligro y desamparo. La historia de su madre y su abuela también está muy presente y evidencia que su desolación va ligada al infortunio de sus vidas, de sus huidas y temores. Nos habla del desarraigo también emocional de quien huye buscando una vida, buscándose a sí mismo, trasladándonos la incertidumbre y la dificultad de encaja de las personas migradas al constatar, con desolación, que «no sé cómo te debo llamar: blanca, asiática, huérfana, madre?» 

A pesar de la buena intención, el relato, si bien no es monótono, no consigue encontrar el tono pretendido y no llega del todo al lector en su primer tramo, como si no acabara de conectar al lector con la historia contada. Afortunadamente, a partir del momento en el que el autor introduce el personaje de Trevor y el protagonista nos narra su relación, el autor encuentra a su vez el ritmo y el tono que buscaba, más cohesionado, más firme, más continuo, más emotivo, como cuando afirma que «alguien me veía, a mí, a quien raramente nunca alguien había visto. A mí, que me habían enseñado, que te me habías enseñado, a ser invisible para no buscarme problemas». A partir de la aparición de Trevor en la vida del protagonista (pero también en la novela) todo se ilumina porque se introduce el despertar a todos niveles del chico protagonista y se vuelca con ello porque «en una vida de un solo uso no hay segundas oportunidades» y que solo podemos recorrer a ellas a través de la memoria porque en el fondo «la memoria es una segunda oportunidad». Así, la narración de Vuong mejora (y mucho) cuando entremezcla los recuerdos familiares con su relación con Trevor. En esos fragmentos sí vemos el potencial y la herida y la ternura en el autor vietnamita, quien transmite el dolor y el amor entremezclados entre la vida real y la vivida.

Ya en su parte final, el talento de Vuong se confirma y sobresale cuando llena el relato de aforismos y reflexiones, como cuando afirma que en el fondo intentamos buscarnos a nosotros mismos en los detalles, y por eso, «puede que nos miremos en los espejos no únicamente para buscar ahí la belleza, por engañosa que sea, sino para certificar, a pesar de la evidencia, que todavía estamos allí». Vivimos buscando, explorando y escudriñando el mundo para ver en él la belleza, y nos percatamos que «en un mundo múltiple como el nuestro, la mirada es un acto singular: mirar algo significa llenarte toda la vida con aquella cosa, aunque sea solo un momento». Y, en ocasiones, a pesar de algunos altibajos, el autor consigue que la emoción que nos produce nos llene completamente, aunque sea por un momento.

2 comentarios:

Alma dijo...

Extrirdinario: muy recomendable
Es una prosa poética
Nos permite "adentrarnos" en la piel de los derrotados vietnamitas
Tiene párrafos violentos, pero lejos los párrafos poéticos y hermosos los superan

Marc Peig dijo...

Hola, Alma!
Efectivamente, tal y como apuntas, los párrafos poéticos son preciosos y dan ganas de leer más novelas del autor (esperando ya a que salga traducida su más reciente novela).
Saludos, y muchas gracias por tu comentario.
Marc