martes, 12 de julio de 2022

León Felipe, sin más

Realmente no sé si esto es una reseña, una metaentrada, o ninguna de las dos cosas. En todo caso es un pago por algunas deudas pendientes, concretamente dos: una, con los seguidores del blog que de tanto en tanto reclaman poesía, con razón, porque es un género que solo tocamos muy de vez en cuando. Otra, con el propio León Felipe, que en tiempos ya lejanos fue uno de los que marcaron mi modesta biografía lectora. Hoy en día confieso que no leo nada de poesía, pero recordar algunos de aquellos versos aprendidos de memoria todavía me resulta estimulante. Y es que este extraño autor, en gran parte autodidacta, más bien poco conocido y ajeno a casi todas las corrientes literarias, tiene una pulsión especial, algo que a uno le levanta y le exalta, al contrario que esas tierras de las que se sintió desapegado (ver la maravillosa ¡Qué lástima!) a fuerza de itinerancia y exilio.

Tomo para la imagen la cubierta de la Antología rota como podría haber escogido cualquier otra de las numerosas que se han publicado, y puede también encontrarse mucha información sobre el poeta en la web de la Fundación que lleva su nombre. Igualmente, he tenido la tentación de callarme, colgar aquí cuatro o cinco poemas, y simplemente invitar a que el lector dedicase unos pocos minutos a empaparse de la fuerza que emiten las palabras del poeta. Pero, claro, es de suponer que se espera algo de contenido, así que lo intentaré.

León Felipe no es un virtuoso de la palabra, la suya no es una poesía gota a gota pensada, como diría Gabriel Celaya (otro grande casi olvidado, y de mimbres no muy lejanos), sino una especie de torrente que surge de muy dentro y se manifiesta con sencillez, pero con belleza y eficacia casi salvajes. Aunque me zurren los entendidos, la sensación que me produce se parece bastante a la de Miguel Hernández. Son eso que a veces se llama poetas del pueblo, cuyas palabras parecen brotar de las entrañas, servidas con una naturalidad que casi estremece. Es, en el caso de León, un lirismo desnudo de artificios, sobrio, muy castellano, y por eso mismo también, como he leído no sé dónde, una poesía para ser escuchada. Poemas de una técnica quizá imperfecta, pero qué más da, transmiten vida, golpean y estimulan, deslumbran.

Cada uno de ellos es una reflexión (o también una explosión) sobre algo que sin duda remueve por dentro al autor. Lo mismo da que exalte una forma de vida itinerante que se parece mucho a la suya, en la que el desarraigo se puede convertir en una fuente de experiencias siempre inagotable:

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

(Romero solo, de Versos y oraciones del caminante, 1920-1930)

O que directamente, con un cierto aire del 98, muestre el dolor de la guerra que vivió antes de terminar en el exilio, y esas heridas que nunca terminan de cicatrizar:

en esta tierra maldita no hay bandos.
No hay más que un hacha amarilla
que ha afilado el rencor.
Un hacha que cae siempre,
siempre,
siempre,
implacable y sin descanso
sobre cualquier humilde ligazón;
sobre dos plegarias que se funden,
sobre dos herramientas que se enlazan,
sobre dos manos que se estrechan.

(El hacha. Elegía española, de Español del éxodo y del llanto, 1939)

Hay también espacio para reflexionar sobre la poesía misma, algo que más que un canon es quizá la expresión de la meta que el propio autor quisiera alcanzar:

Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

                    (Deshaced ese verso, de Versos y oraciones del caminante, 1920-1930)

O para mostrar el hastío por las promesas incumplidas, de las ilusiones frustradas o de una madurez desengañada:

Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

                    (Sé todos los cuentos, de Llamadme publicano, 1950)

Son siempre palabras que chorrean sinceridad, a veces dolor, otras entusiasmo, palabras a bocajarro, de una claridad cristalina, que sin embargo forman un caudal armonioso, musical, de una belleza que solo puede nacer del talento para construir a partir de la sencillez.

Han sido solo cuatro fragmentos, unas poquitas píldoras, ya sé, solo para animar a quien lo desee a que se plante un rato ante unos pocos de estos poemas y disfrute de su contundencia, de ese ritmo irresistible que parece un latido, con el que este autor singular transmite la potencia de algo que tiene el sonido inconfundible de la verdad.

P.D. Sería injusto no citar aquí a mi viejo amigo Jesús, que estoy seguro que fue el mejor intérprete posible de León Felipe y quien, gracias a ello, me contagió la devoción por este poeta.


4 comentarios:

Alberto dijo...

Muy interesante este recuerdo de León Felipe. Fue el poeta del éxodo y del llanto, de los exiliados republicanos y del antifranquismo militante. Es muy conocido este breve poema:

Franco, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola...
Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo...¡mudo!
¿Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

Carlos Andia dijo...

Me alegro de que alguien todavía se acuerde de este autor, que me parece que merece mucho la pena, incluso para los no aficionados a la poesía.

Gracias por tu comentario, Alberto.

Juanjo Blasco dijo...

Gran reseña, acabo de conocer este blog y me parece una maravilla, un saludo a todos los creadores.

Carlos Andia dijo...

Gracias Juanjo.

Encantados por tu visita, y esperamos contar tus opiniones.