jueves, 14 de julio de 2022

Pedro Simón: Los ingratos


Idioma original:
español

Año de publicación: 2021

Valoración: está bien

El boom de la literatura de ambientación rural empieza a producirme un cierto hastío. Y si lo complementamos con la coartada nostálgica o con esa especie de reivindicación de perfil sociológico, permitiréis que mi escepticismo sea creciente. Y eso que no he leído toda la obra, y he de decir que he evitado escrupulosamente textos cuyos títulos ya me repelen de entrada, como La España vacía, pues ya que tengo propensión a ofuscarme ante cierto sesgo, he de preservar mi equilibrio mental y evitar cargar más las tintas. A ver si esto del karma va a ser cierto. 

Para empezar, reconocer que algún prejuicio que tenía antes de leer esta novela (el título me parecía una réplica a Los asquerosos de Santiago Lorenzo) se me ha mostrado injustificado. Como consecuencia, la novela no me ha parecido abiertamente una más, aunque sí me ha invadido una sensación de batiburrillo mezclando la típica intriga rural propia de las comunidades reducidas con un amago de crónica de la transición, digo crónica pues la crítica aquí es poco clara, poco contundente y ello es, no podía fallar, por cierta obsesión por dulcificar ciertas situaciones apelando a la nostalgia. En este sentido, la novela arranca en medio de un cierto arrebato de referencias insertadas con calzador, modelos de coche y marcas y productos que ayudan a situar la acción en una época, pero cuyo detalle y meticulosidad me hacen preguntar si el autor no está vinculado a nefastos proyectos como la tontería esa del Yo fui a EGB. Cosa que, como comprenderéis, invalidaría absolutamente esta novela para ser tomada en serio. Sin llegar a perdonar semejante desliz, diría que la acción se sobrepone en cierta manera. David es uno de los tres hijos, el único varón, de una maestra de escuela, a mediados de los 70. Franco ya ha muerto y la maestra es destinada a un pueblo de la Meseta, donde tendrá que adaptarse a su situación: Natalio, su marido, va y viene desde Madrid, pues su trabajo no le ha permitido establecerse con su familia. Los hijos deben ser puestos al cuidado de Emérita, habitante del pueblo, mujer viuda y sorda que arrastra un importante trauma del pasado. Esta proyecta su cariño en David, que crece apegado a ella y que la considera una segunda madre. Una relación de afecto que se produce desde su niñez hasta su adolescencia, cuando un cambio de destino de la madre los acerque al entorno urbano, concretamente a Leganés.

Pero el núcleo de la novela se desarrolla en ese escenario cerrado que es un pueblo. Con sus habitantes dibujados en trazos muy gruesos. Don Eladio, que parece ser algún preboste del tardofranquismo. Los compañeros de clase de David, niños del pueblo que lo acogen, sin dejar de considerar su presencia como algo efímero. Los pequeños comercios, sus hermanas (con muy poca presencia en la novela), es casi inevitable (el léxico, el día a día) que la historia se precipite hacia lugares comunes. Que si la libertad - limitada - de las pequeñas poblaciones cuando un niño es pequeño. La relación discontinua con su padre, los altibajos de la relación con la madre. Todo resulta un poco arquetípico y muy reiterativo. Porque si Simón pretende lanzar un panegírico sobre la vida rural, sobre andar por las calles con todos los vecinos cuidando un poco de ti, he de decir que la empresa, con una trama que, desnuda, es una pura semblanza del devenir de cualquier vida, resulta un poco plagada de lugares comunes. O, en otras palabras, que si la vida en el campo es tan idílica, la red social tan solidaria, no sé qué hace que todos los países del planeta (bueno, muchísimos) registren movimientos en masa del entorno rural al urbano. Simón no dice nada que otros no digan, y aunque Los ingratos tampoco opta por ser un alegato hacia la impersonalidad, la frialdad, la indiferencia generalizada en los vecindarios de las grandes urbes, sí que he decir que su historia, con un muy tímido amago de crítica social, puede desarrollarse prácticamente en cualquier escenario. No hacía falta tanta jerga, tanto apero y tanta nostalgia equívoca en sus intenciones.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola: la España vacía no tiene nada que ver con Simón o Feria. Es otra cosa, y de las buenas. Tampoco tiene nada que ver con María Sánchez, quien tiene puesto un altar con demasiados oropeles para el resultado. A mí también me produce hartazgo y soy una niña rural y me la sé todas, hasta de haber ido a trabajar al campo y escuchar las batallas a nuestros mayores ...