Año de publicación: 1978
Valoración: Recomendable alto
El esporádico hueco que de tanto en tanto dejo a una
relectura le corresponde en esta ocasión a la primera novela de
Esther Tusquets, quizá más conocida por su notable labor de editora, durante
tantos años al frente de Lumen, por ejemplo. Pero me parece algo injusto ese
segundo plano como escritora, porque al menos en la novela que traemos hoy aquí
hay mucho y muy valioso, cantidad y calidad que desconozco si después ha tenido
la continuidad que debía en sus no muy numerosas obras posteriores.
Qué maravilloso título El mismo mar de todos los veranos,
tan oportuno cuando rescaté el libro de la estantería el mes pasado, tan
evocador de vacaciones infantiles o adolescentes, y sin embargo con un
significado inmediato tan opuesto a todo ello, porque ni es verano ni hay mar,
solo una ventana de la vieja casa familiar, la ventana desde la que la
protagonista contempla una vida que llega a los cincuenta envuelta en fracasos,
desconfianza y abandono. Desde allí empieza una larga confesión, la de una
existencia abrumada por una madre de atractivo incomparable, que brillaba en
todo momento eclipsando todo a su alrededor, y una hija que por su parte
destaca por su nivel intelectual y triunfa en tierras lejanas.
La mujer queda por tanto atrapada entre quienes encarnan la
generación anterior y la siguiente, abuela y nieta que en modo tenaza comparten
cierto desdén hacia la hija y madre que colecciona decepciones y parece desde siempre incapaz
de estar a la altura, de encajar en la hipócrita sociedad burguesa donde ha ido
a nacer, el garbanzo negro que solo llegó a tener apoyo en alguna nodriza
también más tarde caída en desgracia. Tampoco con los hombres las cosas le han
ido mejor, con un dramático abandono y un matrimonio que siempre fue poco más que una
simulación.
Se diría que nunca ha conocido el amor, ni el infantil ni el
adulto, y ahora, cuando regresa a los escenarios familiares vacíos, surge algo
inesperado, algo que podría ser el clásico amor otoñal, pero que tiene un
ingrediente nuevo: es una mujer. Así que de momento hay que alabarle a la
autora la valentía de presentar con tanta claridad un amor lésbico en una época
(recordemos, 1978) que tampoco era muy propicia a exhibiciones de diversidad
sexual, y hacerlo además con escenas bastante explícitas hasta dejar en algunos momentos un aire de novela erótica, pero de las buenas, tan pocas. Lo cual tampoco es
obstáculo para que se pueda poner en cuestión otros aspectos de esa relación,
porque la pareja es una chica muy joven, alumna en un curso impartido por la
protagonista, lo que se ofrece a valorar otras perspectivas en las que no vamos a entrar.
El caso es que esa inesperada pareja abre un mundo
desconocido a esta mujer que parecía derrotada y que, ya enfilando la cuesta abajo,
definitivamente había dado por perdida la batalla o la vida misma. Parece ahora
capaz de dar y recibir amor, sin ofrecer ni pedir nada a cambio, aunque también
recluida voluntariamente, como refugiada, en aquellos viejos entornos
familiares que se niega a abandonar. Encontrarse entre aquellas paredes
conocidas y con esta insólita relación parece bastarle para encontrar
finalmente lo que siempre le fue hurtado.
Mujer sola, que acumula decepciones, dominada su juventud
por madre e hija triunfantes, perdedora y
zarandeada por el infortunio y quizá por los complejos. Tiene la protagonista
todo lo necesario para gozar de la empatía (o conmiseración) del lector, pero
puede que esa misma acumulación de insatisfacciones acabe por suscitar cierto
rechazo, porque a fin de cuentas lo que exhibe (y lo vemos muy claramente en una
de las secuencias finales) puede no ser otra cosa que una inseguridad algo
patológica, el complejo de patito feo que se alimenta de las desgracias y solo
consigue ser vencido a base de seducir a una jovencita.
Es una lectura de las varias posibles, claro está, pero aquí
hablamos de libros y no de consideraciones éticas o psicológicas y en ese sentido, y
ya es hora de decirlo, el relato está magníficamente escrito. Nos podrá costar
quizá unas pocas páginas cogerle el punto, pero es un relato fluido, sembrado
de saltos temporales muy medidos, cascada de reflexiones y sentimientos a flor
de piel, todo ello inmerso en un monólogo interior que consigue enseguida
empapar de sinceridad y transmitir justamente la desazón y la penumbra
permanente que han ahogado la vida completa de esa mujer que parece haber asumido su condición de derrotada. Todo un torrente guiado con elegancia por una prosa cuya riqueza se asimila con naturalidad y sin sensación de exceso.
Es una confesión en toda regla, una especie de testamento de
alguien que ha visto perdida la mayor parte de su vida, que se agarra a una
última opción con tanta entrega como falta de convicción y que, gracias a la habilidad de la autora, resulta brutalmente convincente y consigue impregnarnos en su fatalidad. Una
sensación tal vez no muy agradable desde la posición de lector, pero que hay
que valorar como se merece cuando un autor es capaz de trasladarlo con esa destreza y eficacia, sin más trucos que escribir bien.
2 comentarios:
Buenísima reseña, Carlos!
Saludos
Marc
Gracias, colega. El libro está muy bien y eso lo hace más fácil.
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