domingo, 3 de septiembre de 2023

Esther Tusquets: El mismo mar de todos los veranos

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1978

Valoración: Recomendable alto

 

El esporádico hueco que de tanto en tanto dejo a una relectura le corresponde en esta ocasión a la primera novela de Esther Tusquets, quizá más conocida por su notable labor de editora, durante tantos años al frente de Lumen, por ejemplo. Pero me parece algo injusto ese segundo plano como escritora, porque al menos en la novela que traemos hoy aquí hay mucho y muy valioso, cantidad y calidad que desconozco si después ha tenido la continuidad que debía en sus no muy numerosas obras posteriores.

Qué maravilloso título El mismo mar de todos los veranos, tan oportuno cuando rescaté el libro de la estantería el mes pasado, tan evocador de vacaciones infantiles o adolescentes, y sin embargo con un significado inmediato tan opuesto a todo ello, porque ni es verano ni hay mar, solo una ventana de la vieja casa familiar, la ventana desde la que la protagonista contempla una vida que llega a los cincuenta envuelta en fracasos, desconfianza y abandono. Desde allí empieza una larga confesión, la de una existencia abrumada por una madre de atractivo incomparable, que brillaba en todo momento eclipsando todo a su alrededor, y una hija que por su parte destaca por su nivel intelectual y triunfa en tierras lejanas.

La mujer queda por tanto atrapada entre quienes encarnan la generación anterior y la siguiente, abuela y nieta que en modo tenaza comparten cierto desdén hacia la hija y madre que colecciona decepciones y parece desde siempre incapaz de estar a la altura, de encajar en la hipócrita sociedad burguesa donde ha ido a nacer, el garbanzo negro que solo llegó a tener apoyo en alguna nodriza también más tarde caída en desgracia. Tampoco con los hombres las cosas le han ido mejor, con un dramático abandono y un matrimonio que siempre fue poco más que una simulación.

Se diría que nunca ha conocido el amor, ni el infantil ni el adulto, y ahora, cuando regresa a los escenarios familiares vacíos, surge algo inesperado, algo que podría ser el clásico amor otoñal, pero que tiene un ingrediente nuevo: es una mujer. Así que de momento hay que alabarle a la autora la valentía de presentar con tanta claridad un amor lésbico en una época (recordemos, 1978) que tampoco era muy propicia a exhibiciones de diversidad sexual, y hacerlo además con escenas bastante explícitas hasta dejar en algunos momentos un aire de novela erótica, pero de las buenas, tan pocas. Lo cual tampoco es obstáculo para que se pueda poner en cuestión otros aspectos de esa relación, porque la pareja es una chica muy joven, alumna en un curso impartido por la protagonista, lo que se ofrece a valorar otras perspectivas en las que no vamos a entrar.

El caso es que esa inesperada pareja abre un mundo desconocido a esta mujer que parecía derrotada y que, ya enfilando la cuesta abajo, definitivamente había dado por perdida la batalla o la vida misma. Parece ahora capaz de dar y recibir amor, sin ofrecer ni pedir nada a cambio, aunque también recluida voluntariamente, como refugiada, en aquellos viejos entornos familiares que se niega a abandonar. Encontrarse entre aquellas paredes conocidas y con esta insólita relación parece bastarle para encontrar finalmente lo que siempre le fue hurtado.

Mujer sola, que acumula decepciones, dominada su juventud por madre e hija triunfantes, perdedora y zarandeada por el infortunio y quizá por los complejos. Tiene la protagonista todo lo necesario para gozar de la empatía (o conmiseración) del lector, pero puede que esa misma acumulación de insatisfacciones acabe por suscitar cierto rechazo, porque a fin de cuentas lo que exhibe (y lo vemos muy claramente en una de las secuencias finales) puede no ser otra cosa que una inseguridad algo patológica, el complejo de patito feo que se alimenta de las desgracias y solo consigue ser vencido a base de seducir a una jovencita.

Es una lectura de las varias posibles, claro está, pero aquí hablamos de libros y no de consideraciones éticas o psicológicas y en ese sentido, y ya es hora de decirlo, el relato está magníficamente escrito. Nos podrá costar quizá unas pocas páginas cogerle el punto, pero es un relato fluido, sembrado de saltos temporales muy medidos, cascada de reflexiones y sentimientos a flor de piel, todo ello inmerso en un monólogo interior que consigue enseguida empapar de sinceridad y transmitir justamente la desazón y la penumbra permanente que han ahogado la vida completa de esa mujer que parece haber asumido su condición de derrotada. Todo un torrente guiado con elegancia por una prosa cuya riqueza se asimila con naturalidad y sin sensación de exceso.

Es una confesión en toda regla, una especie de testamento de alguien que ha visto perdida la mayor parte de su vida, que se agarra a una última opción con tanta entrega como falta de convicción y que, gracias a la habilidad de la autora, resulta brutalmente convincente y consigue impregnarnos en su fatalidad. Una sensación tal vez no muy agradable desde la posición de lector, pero que hay que valorar como se merece cuando un autor es capaz de trasladarlo con esa destreza y eficacia, sin más trucos que escribir bien.


2 comentarios:

Marc Peig dijo...

Buenísima reseña, Carlos!
Saludos
Marc

Carlos Andia dijo...

Gracias, colega. El libro está muy bien y eso lo hace más fácil.