Título original: L'après midi de M. Andesmas
Año de publicación: 1960
Valoración: Muy recomendable
Me gusta más este título que Una tarde de M. Andesmas, escogido para ediciones anteriores, porque resultaba confuso y hasta sintácticamente discutible. En realidad, el buen señor no tiene intención de echar la siesta, está esperando al jefe de obras que construirá una terraza delante de la casa que acaba de regalar a su hija si llegan a ponerse de acuerdo. Mientras tanto, caen un par de cabezadas, algo normal a su edad.
Una tarde plácida y veraniega. El mar, el sol y la montaña. Un hombre en contacto con sus pensamientos. Si descontamos el perro del principio –cuyo alejamiento supone cierta decepción, y esto ya es un síntoma– el personaje recibe dos visitas. Para contar lo mínimo, diré que los sujetos verdaderamente importantes quedan en la sombra. La novela es un condensado y poético análisis de la soledad, el amor paterno-filial, el amor romántico y la entereza frente a los reveses de la vida.
Marguerite Duras forma parte del grupo de autores franceses que a mediados del siglo XX se impuso renovar las pautas narrativas tradicionales. Una tendencia conocida como nouveau roman, dentro de la cual se suele encuadrar esta obra.
Porque aquí Duras es más Duras que nunca. Exige atención. Mucha. A cambio nos permite ponernos en la piel de sus criaturas, ser ellas en tiempo real, ver lo que ven, escuchar lo que escuchan y sentir lo que sienten. Lo que se ve es un magnífico atardecer en un paisaje de ensueño; lo que se escucha, la algarabía de una fiesta a la que nadie nos ha invitado; lo sentimientos son de exclusión y abandono aunque no se perciben de forma explícita; lo que se dice, tal como suele ocurrir, son solo retazos de lo que se piensa. No todos se sentirán cómodos con esa forma de narrar –sobre todo en el primero de los dos capítulos que integran la novela– pero justo es reconocer que el relato convencional no puede proporcionar nada de esto.
Refiere Amelia Gamoneda –quien tradujo y prologó la edición de 2011– que su padre le hizo este regalo siendo ella adolescente. "Advertí –explica el gran poeta y premio Cervantes– cómo el libro no imitaba la realidad ni la imaginaba, sino que la creaba: el tiempo de la escritura pasaba con lentitud y facilidad, físicamente; existían silencios reales como decía el texto…".
Una genialidad que no debe pasar inadvertida: curiosamente, el meollo de la trama se desarrolla fuera de foco, en una plaza que no podemos ver y, sobre todo, a partir del momento en que Duras despide a los lectores, o sea, a continuación del último párrafo. Justo en el punto culminante, ha terminado la función.
La autora rinde cuentas con su pasado, utiliza rasgos de tres hombres que intervinieron de alguna forma en su vida. Este aspecto autobiográfico es casi una constante en su obra, pero lo que de verdad interesa no es de dónde procede el material sino lo que llega a hacer con él, cómo lo maneja, en qué lo convierte.
De la misma autora: Escribir, Moderato cantabile, Las diez y media de una noche de verano, El amante
2 comentarios:
Excelente reseña, gracias!
Gracias a ti, Elena. Saludos
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