Título original: Atomka
Año de publicación: 2012
Traducción: Joan Riambau Möller
Valoración: está bien
Otro autor más de la penúltima hornada del thriller policíaco francés, Franck Thilliez ha escrito ya varias novelas del género negro, muchas de ellas, como ésta que nos ocupa hoy, protagonizados por su tocayo el comisario Franck Sharko y su compañera laboral y sentimental, la inspectora Lucie Henebelle, de la Brigada Criminal de Paris, sita en legendario 36, Quai des Orfèvres. Conste que Atomka no es el último título protagonizado por la pareja (ése es Angor), pero sí el último, de momento, que ha sido publicado en español y por lo que he leído puede servir en cierto modo de epílogo de los títulos anteriores. La razón es que tanto Sharko como Henebelle son dos policías con "mochila" (como se suele decir ahora) es decir, con un pasado bastante tormentoso y hasta traumático, que no deja de condicionar sus vidas personales y sus acciones profesionales, y en esta novela tiene una relevancia fundamental.
Vale, lo sé: policías atormentados y arrastrando detrás historias tremebundas, los hemos visto a cascoporro tanto en novelas, películas o series de la tele. Es ya un tópico del género y, en este caso, supone el peor elemento, en mi opinión, de esta novela de Thilliez. Sobre todo porque, además de echar mano del tópico, parece que el autor también se recrea con cierta saña en hacerle la puñeta a sus protagonistas. Que la verdad, bastante equilibrados me parecen: con la mitad de lo que les ocurre o ha ocurrido, cualquiera de nosotros perdería la chaveta y se subiría a una torre de Nôtre-Dame para descargar el arma reglamentaria sobre la multitud de turistas que se suele agolpar delante... a ver qué juez no tendría en cuenta la considerable carga de estrés como eximente. Este recurso, junto a la quizás excesiva truculencia de los crímenes que se nos cuentan -aunque tampoco mayor que otros títulos del género- son quizás los principales deméritos de la novela. Entre sus aciertos, la aparentemente cuidada documentación científica que ha utilizado Thilliez y, sobre todo, el ser capaz de hacer remontar la historia de una casi rutinaria novela de serial-killer hacia ámbitos más amplios y, quién lo diría, más terribles. Me explico: la narración, o el caso, comienza cuando la brigada a la que pertenecen Sharko y Henebelle tienen que investigar el asesinato de un periodista, Christophe Gamblin, aparecido dentro de un cofre congelador en su propia casa. Que este periodista estuviese investigando a su vez varios extraños ahogamientos de mujeres -aunque no siempre con resultado de muerte- ocurridos en lagos de la región de los Alpes les pone sobre la pista del, ya digo, consabido asesino en serie (la constante presencia del frío a los largo de toda la novela es otro de los aciertos de Thilliez). Pero el hecho de que además haya desaparecido una inquisitiva colega profesional de Gamblin, Valérie Duprès, les conducirá hacia pesquisas más complicadas y, en consecuencia, averiguaciones más oscuras y perturbadoras, aún. Y muy sorprendentes para los policías, aunque al lector se le han ido dando pistas de lo que puede esperar (por cierto, una pregunta pedantuela: ¿habrá leído Don De Lillo esta novela?)
Repito que el giro que da la trama en un momento dado es la gran baza y el acierto de la novela. Lo peor, los tópicos del género, incluida una cierta recurrencia a los escenarios tortuosamente espectaculares, a cierta aparatosidad de personajes y situaciones, así como a una excesiva deriva , en ocasiones, hacia lo truculento. Por lo demás, bien. Buena y fresquita opción para pasar las calurosas tardes de este verano que no acaba: al fin y al cabo, en toda la historia no deja de nevar.
Vale, lo sé: policías atormentados y arrastrando detrás historias tremebundas, los hemos visto a cascoporro tanto en novelas, películas o series de la tele. Es ya un tópico del género y, en este caso, supone el peor elemento, en mi opinión, de esta novela de Thilliez. Sobre todo porque, además de echar mano del tópico, parece que el autor también se recrea con cierta saña en hacerle la puñeta a sus protagonistas. Que la verdad, bastante equilibrados me parecen: con la mitad de lo que les ocurre o ha ocurrido, cualquiera de nosotros perdería la chaveta y se subiría a una torre de Nôtre-Dame para descargar el arma reglamentaria sobre la multitud de turistas que se suele agolpar delante... a ver qué juez no tendría en cuenta la considerable carga de estrés como eximente. Este recurso, junto a la quizás excesiva truculencia de los crímenes que se nos cuentan -aunque tampoco mayor que otros títulos del género- son quizás los principales deméritos de la novela. Entre sus aciertos, la aparentemente cuidada documentación científica que ha utilizado Thilliez y, sobre todo, el ser capaz de hacer remontar la historia de una casi rutinaria novela de serial-killer hacia ámbitos más amplios y, quién lo diría, más terribles. Me explico: la narración, o el caso, comienza cuando la brigada a la que pertenecen Sharko y Henebelle tienen que investigar el asesinato de un periodista, Christophe Gamblin, aparecido dentro de un cofre congelador en su propia casa. Que este periodista estuviese investigando a su vez varios extraños ahogamientos de mujeres -aunque no siempre con resultado de muerte- ocurridos en lagos de la región de los Alpes les pone sobre la pista del, ya digo, consabido asesino en serie (la constante presencia del frío a los largo de toda la novela es otro de los aciertos de Thilliez). Pero el hecho de que además haya desaparecido una inquisitiva colega profesional de Gamblin, Valérie Duprès, les conducirá hacia pesquisas más complicadas y, en consecuencia, averiguaciones más oscuras y perturbadoras, aún. Y muy sorprendentes para los policías, aunque al lector se le han ido dando pistas de lo que puede esperar (por cierto, una pregunta pedantuela: ¿habrá leído Don De Lillo esta novela?)
Repito que el giro que da la trama en un momento dado es la gran baza y el acierto de la novela. Lo peor, los tópicos del género, incluida una cierta recurrencia a los escenarios tortuosamente espectaculares, a cierta aparatosidad de personajes y situaciones, así como a una excesiva deriva , en ocasiones, hacia lo truculento. Por lo demás, bien. Buena y fresquita opción para pasar las calurosas tardes de este verano que no acaba: al fin y al cabo, en toda la historia no deja de nevar.
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