Idioma original: inglés
Título original y fecha: Extractos de The diary of Virginia Woolf. Vol I (1915-1919) y A passionate apprentice (1897-1909) Edición actual en castellano; 2021
Valoración: Recomendable
Escoger una parte de la obra de un autor –por muy reconocido que esté, por mucho que suponga un valor seguro en el panorama lector– y agruparla siguiendo un criterio propio siempre es un reto para quien lo asume. Por tanto debemos aplaudir esta iniciativa y valorarla como merece. Woolf tiene en su haber una obra extensa y de una calidad excepcional, rastrear en ella un leitmotiv determinado, seleccionar, agrupar y entregar el resultado al público en una edición bien cuidada, convenientemente presentada (cuenta con tres prologuistas) y hasta ilustrada, requiere sabiduría y tiempo. Hay que reconocer, pues, que Itineraria ha realizado un trabajo encomiable.
No descubro nada si digo que V. W. fue mucho más que
una autora de primera línea. Que en el universo de la literatura universal
brille con luz propia ya es una cota que alcanzan muy pocos, pero además
trabajó incansablemente por animar a las mujeres a trabajar en el terreno elegido
y a competir en él sin complejos, dio testimonio de que ella podía escribir tan
bien como el mejor e incluso formar parte de la avanzadilla descubriendo
territorios inexplorados hasta entonces en el campo de la creación literaria y
abrió el camino a futuras profesionales de todos los campos. En muchos sentidos
fue una pionera, todo lo que escribió se lee con agrado, incluso los textos más
difíciles y está entre mis autores de cabecera de todos los tiempos.
Dicho esto, seamos sinceros, por mucho que la amemos
debemos reconocer que España nunca le gustó demasiado. Las opiniones que
preceden a los textos propiamente dichos (ensayos, cartas y extractos de
diarios) afirman que a partir del primer viaje empieza a admirar nuestro país,
yo en cambio pienso que se vuelve más diplomática con la edad, también
ha madurado mucho como escritora –el nivel literario no tiene comparación entre
los primeros y los últimos trabajos– sin contar que aprovecha esos
viajes para publicar sus experiencias en prensa. Pero entre líneas percibo una
resignación que tampoco disimula demasiado, no encuentro valoraciones
entusiastas y sí muchas alusiones a la incomodidad de los establecimientos, el
calor y la pobreza. Y, por supuesto, hay que disculparla, una inglesa de alta
cuna que viaja por los pueblos extremeños y andaluces de la primera mitad del
siglo XX, primero por desconocimiento y luego a instancias de su marido, no va
a estar precisamente encantada de su suerte. Pongámonos en su lugar, utilicemos
una imaginaria máquina del tiempo para trasladarnos a aquella época, durmamos
en sus posadas y hoteles y luego releamos a Virginia. Vaticino que no vamos a
poder estar más de acuerdo con ella, pues desde las comodidades –incuestionables
a nuestros ojos– del siglo XXI resultarían también inconcebibles esos
establecimientos y esas condiciones de vida.
Pero no importa, la seguimos queriendo igual. O ¿acaso
nosotros no hemos emitido juicios de este tipo al visitar otros países e
incluso en el nuestro? (“Las calles son
muy estrechas, están empedradas y sin acera por la que caminar. Los tranvías
son malos y no son fáciles de alcanzar. Es una ciudad en la que cuesta
orientarse”) Y esto hablando de ¡nada menos! que Sevilla, me puedo imaginar
lo que sintió al visitar algún pueblo extremeño perdido en el mapa. Aunque, hay
que reconocerlo, por lo general divaga, da tantos rodeos como puede para no reflejar
lo que está viviendo. Claro que, a veces, la sinceridad aflora, como en el
ensayo Una posada andaluza, publicado
en The Guardian en 1905: (“El español es un idioma feroz y sanguinario
cuando se escucha en esas condiciones”) Aclaro que en ese lugar concreto desconfiaban
de los clientes, se sentían tan inseguros que temían por su vida -sin motivo, según aclara después- y apenas
durmieron esa noche.
Sin embargo, cualquier invectiva merece la pena si, ya
en los últimos fragmentos, podemos leer a la Woolf en estado puro, recrearnos
en sus percepciones, en su sensibilidad hacia la naturaleza, y por encima de
todo en su estilo, en esa manera, siempre y no solo aquí, un poco evasiva de narrar,
con asociaciones tan inusuales, que tan difícil resulta para quien necesita
desmenuzar cada frase de su obra, pero a la vez tan personal, expresiva y
poética. En ese sentido, el ensayo Hacia
España publicado en prensa en 1923 resulta paradigmático, una alegría para
los buenos paladares prosísticos.
“Los contenidos de la mente se parten en frases cortas. Hace calor; el viejo; la sartén; hace calor; la imagen de la Virgen; la botella de vino; es la hora del almuerzo; son solo las doce y media; hace calor. Y así, una y otra vez, se repiten todos esos objetos –piedras, aceitunas, cabras, gamones, libélulas, lirios–. Hasta que, por alguna trampa de la imaginación, se precipitan en frases de mandato, exhortación y ánimo, como merecen los soldados desfilando, los centinelas de noches solitarias y los líderes de grandes batallones. Pero ¿debe una abandonar la lucha? ¿Debe renunciar al juego? Sí, porque las nubes están de paso, a las mulas no les importa lo que cargan; las mulas nunca tropiezan, conocen el camino. ¿Por qué no dejarles todo a ellas?”
Como verán si se animan a leerlo, lo que importa no es
si a Virginia Woolf le gustaba o no España, sino esas reflexiones tan
particulares y tan originalmente expresadas en un estilo irrepetible. Mirar
Andalucía a través de sus ojos, sobre todo cuando su estilo y personalidad ya
están depurados. Esta evolución en la mirada de la escritora es en sí misma un tesoro
que merece la pena destacar y presentar, como se ha hecho, en un volumen único exclusivamente dedicado a ello, igual que ella reclamaba –refiriéndose a las creadoras–
una habitación propia. Personalmente, me alegro de saber qué opinaba de mi país
una mujer que se cuenta entre mis autores favoritos. Me hubiera gustado que
hubiera escrito más sobre España aunque fuese tan crítica como aquí, no lo hizo
por motivos obvios. Así que este librito tan elaborado es una rareza para
admiradores de la escritora, para hacer un regalo elegante o para que quien no
haya leído nada de ella empiece a conocer su figura. Estas cien páginas escasas
se leen en un suspiro y cuenta con unas excelentes ilustraciones digitales –que
por su delicadeza y elegancia dan la impresión de haber sido pintadas a
acuarela– a cargo de Carmen Bueno, además de los prólogos ya mencionados.
Traducción: Adriana Fernández Criado
Nuestras reseñas de Virginia Woolf: AQUÍ
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