Título original: Andeo atentata (tabloid)
Año de publicación: 2019
Valoración: Está muy bien
¿Quién dijo que novela es aquello que está
formado por palabras y acaba cuando pone Fin? Cito de memoria. Tampoco
podría asegurar a quién pertenece la frase, aventuro que fue Cela y que alguien
me corrija si no es así. En cualquier caso, el volumen que ahora reseño
pertenece a esa categoría si la tomamos en sentido amplio y porque no se puede
encuadrar en ningún otro sitio. Pertenece a ese género híbrido tan posmoderno,
del que vengo hablando desde hace mucho tiempo y que tan buenos ejemplares ha
aportado al acervo literario.
Sin embargo –y esto debe quedar claro– no
es un manjar para todos los gustos, suelen ser libros eruditos y áridos, sin
demasiada hilazón narrativa, que suelen satisfacer a gente algo rarita solo cuando está dispuesta a
concentrarse, porque si lo que quiere es entretenerse esa misma gente buscará otro
tipo de lecturas. Y esto lo sé porque me cuento entre los lectores de Cees Noteboom, Claudio Magris y otros con hábitos narrativos similares, sin embargo, debo reconocer que El ángel del atentado no ha cumplido mis
expectativas del todo, no he encontrado esa habilidad que da una de cal y otra
de arena y suele mantenerme en vilo. Y lo cierto es que Basara lo intenta: despliega
una serie de bromas y sátiras bastante caústicas, sobre todo al principio. Pero
mantener el tono durante más de doscientas cincuenta páginas no es fácil, así
que coge carrerilla y se limita a una serie de tics que acaban aburriendo un
poco.
El argumento está basado en un hecho
histórico conocido de todos, el asesinato de Francisco Fernando a la sazón
archiduque del imperio austrohúngaro, que además de tratarse de un magnicidio
tiene especial relevancia por haber desencadenado la Primera Guerra Mundial. No
es mi primera lectura sobre el particular, hace años me recomendaron El asesinato de Sarajevo, y me apresuro
a aclarar que me gustó bastante menos que este.
El narrador, punto de vista o voz cantante
del texto –porque narración, ya digo, no es que haya mucha– es ¡atención! nada menos
que el propio Francisco Fernando, es decir, la víctima, que habla desde la
tumba donde ha vivido (bueno vivir, lo que se dice vivir, no es la palabra),
donde ha permanecido durante un siglo más o menos, porque su discurso tiene
lugar en el presente, es decir, el año pasado, que es cuando se publicó. Y se
manifiesta ante la posteridad, que somos sus lectores del presente y del
futuro, en forma de diálogo, aunque su interlocutor apenas habla, solo asiente,
acata órdenes y puntualiza muy de vez en cuando. Este interlocutor es un tal
Berchtold, su asistente, un asistente que tiene poco trabajo porque el
archiduque habla desde la tumba y él mismo ni siquiera existe, tal como repite
el narrador una y otra vez (y esto me recuerda al procedimiento utilizado por
Salman Rusdie en su celebrada Versos satánicos). Estamos pues ante un artefacto no-realista, que no pretende
serlo y que utiliza esquemas narrativos y situacionales completamente
inventados. Esto me parece correcto, tanto para la verosimilitud de la obra
como para los objetivos de su autor, ya que el finado se permite divagar cuanto
le place, alterna hechos del pasado con otros de ayer mismo y hace un totum revolutum de la Historia con
bastante habilidad y todo el desenfado posible. En mi caso, veo dos problemas,
uno es de carácter objetivo, empecemos por él: Basara escribe con un desenfado
digno de elogio, pero quizá resulte algo excesivo eso de permitirse tantas
licencias, sobre todo si el lector no es un experto en historia europea del s.
XX, ni en ningún otro período, seamos francos, y asimilar tantos datos
(voluntariamente) desorganizados, que se alternan con suposiciones, fantasías y
disquisiciones varias puede resultar algo complejo. Y aquí entramos en la parte
subjetiva. Puede que un historiador se lo beba como si fuese un vaso de agua,
así que tomen nota los expertos.
También exhibe –y esto es de lo que más he
disfrutado– su mentalidad –arraigada, naturalmente en la época que le tocó
vivir–, prejuicios, fobias y filias, sin olvidar el montón de contradicciones
que arrastra como todo hijo de vecino, no se va a librar de ello solo por ser
archiduque. Y el hecho de haber organizado tal cantidad de información y estudio psico-sociológico me
parece que tiene un mérito enorme. A través de sus (supuestas) propias
palabras, Basara lo pinta como un redomado racista, misógino –adicto al derecho
de pernada sin ir más lejos– experto en conspiraciones etc. Vamos, todo un
angelito, como era de esperar por otra parte. Aunque en alguna ocasión, hace
que se arrepienta. Aclaro esto, el autor pone en boca del personaje actos de
arrepentimiento, bastante gratuitos históricamente hablando pero que sirven
para humanizarle a los ojos del lector. Bien es verdad que esto sucede muy
raramente, como debe ser si no quiere perder la coherencia. Veamos, a través de
este botón de muestra, la mentalidad del susodicho:
“Jamás el arte ha tenido mejor mecenas y custodio. La Kunstkammer de Rodolfo era una fortaleza inexpugnable a la cual solo tenían acceso unos pocos elegidos. Y en muy contadas ocasiones además. ¡Solo para las grandes celebraciones! Al establecer un cordón sanitario en torno a su biblioteca y su colección artística, Rodolfo II mantenía el arte alejado de la plebe. Y por eso al arte y a la plebe les ha ido tan bien. El arte no es para todos, Berchtold, y la cultura es una espalda de mil filos.”
Sirva este párrafo también para aclarar
que el archiduque no solo repasa los hechos, también habla de personalidades que representan movimientos culturales y artísticos, como Freud, Kafka, Wagner, Niestzche, Musil
entre otros muchos. Por lo general, para denigrarlos, aunque no siempre.
Personalmente, catalogaría El ángel del
atentado como ensayo histórico novelado, o más bien dramatizado, ya que se
trata de un diálogo, tan ficticio como cualquier obra dramática. Naturalmente,
no es representable en absoluto dada su extensión y complejidad, aunque tras una
adaptación laboriosa se podría exhibir en los escenarios. Ya me estoy
imaginando el féretro de pie, frente al público, y al actor declamando con voz
cavernosa, interrumpido muy de vez en cuando por la voz en off de Berchtold.
Como colofón, se incluyen tres extensas
misivas de otras tantas personalidades de la época, las dos primeras no sé si reales o
ficticias, a saber, del embajador estadounidense en Belgrado, su homólogo ruso y
del mariscal Tito a Stalin. A mi entender, lo único que las conecta con lo
anterior es que están fechadas entre 1914 y 2019, para ser exactos poco después de la II GM. Da la impresión de que
el autor las había compuesto para otro proyecto y, como no tenían encaje en
ningún sitio, las incluyó aquí, que al fin y al cabo se trata de un despropósito con
gracia. Y muy erudito, que conste.
Debo destacar la magnífica labor de
traducción, en perfectísimo castellano, sin un solo detalle que chirríe, pues,
aunque existen traducciones estupendas, no es habitual encontrar un trabajo
ejecutado con tanto rigor y talento.
Traducción y notas: Juan Cristobal Díaz
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