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viernes, 4 de septiembre de 2020

Svetislav Basara: El ángel del atentado


Idioma original: serbio
Título original: Andeo atentata (tabloid)
Año de publicación: 2019
Valoración: Está muy bien

¿Quién dijo que novela es aquello que está formado por palabras y acaba cuando pone Fin? Cito de memoria. Tampoco podría asegurar a quién pertenece la frase, aventuro que fue Cela y que alguien me corrija si no es así. En cualquier caso, el volumen que ahora reseño pertenece a esa categoría si la tomamos en sentido amplio y porque no se puede encuadrar en ningún otro sitio. Pertenece a ese género híbrido tan posmoderno, del que vengo hablando desde hace mucho tiempo y que tan buenos ejemplares ha aportado al acervo literario.
Sin embargo –y esto debe quedar claro– no es un manjar para todos los gustos, suelen ser libros eruditos y áridos, sin demasiada hilazón narrativa, que suelen satisfacer a gente algo rarita solo cuando está dispuesta a concentrarse, porque si lo que quiere es entretenerse esa misma gente buscará otro tipo de lecturas. Y esto lo sé porque me cuento entre los lectores de Cees Noteboom, Claudio Magris y otros con hábitos narrativos similares, sin embargo, debo reconocer que El ángel del atentado no ha cumplido mis expectativas del todo, no he encontrado esa habilidad que da una de cal y otra de arena y suele mantenerme en vilo. Y lo cierto es que Basara lo intenta: despliega una serie de bromas y sátiras bastante caústicas, sobre todo al principio. Pero mantener el tono durante más de doscientas cincuenta páginas no es fácil, así que coge carrerilla y se limita a una serie de tics que acaban aburriendo un poco.
El argumento está basado en un hecho histórico conocido de todos, el asesinato de Francisco Fernando a la sazón archiduque del imperio austrohúngaro, que además de tratarse de un magnicidio tiene especial relevancia por haber desencadenado la Primera Guerra Mundial. No es mi primera lectura sobre el particular, hace años me recomendaron El asesinato de Sarajevo, y me apresuro a aclarar que me gustó bastante menos que este.
El narrador, punto de vista o voz cantante del texto –porque narración, ya digo, no es que haya mucha– es ¡atención! nada menos que el propio Francisco Fernando, es decir, la víctima, que habla desde la tumba donde ha vivido (bueno vivir, lo que se dice vivir, no es la palabra), donde ha permanecido durante un siglo más o menos, porque su discurso tiene lugar en el presente, es decir, el año pasado, que es cuando se publicó. Y se manifiesta ante la posteridad, que somos sus lectores del presente y del futuro, en forma de diálogo, aunque su interlocutor apenas habla, solo asiente, acata órdenes y puntualiza muy de vez en cuando. Este interlocutor es un tal Berchtold, su asistente, un asistente que tiene poco trabajo porque el archiduque habla desde la tumba y él mismo ni siquiera existe, tal como repite el narrador una y otra vez (y esto me recuerda al procedimiento utilizado por Salman Rusdie en su celebrada Versos satánicos). Estamos pues ante un artefacto no-realista, que no pretende serlo y que utiliza esquemas narrativos y situacionales completamente inventados. Esto me parece correcto, tanto para la verosimilitud de la obra como para los objetivos de su autor, ya que el finado se permite divagar cuanto le place, alterna hechos del pasado con otros de ayer mismo y hace un totum revolutum de la Historia con bastante habilidad y todo el desenfado posible. En mi caso, veo dos problemas, uno es de carácter objetivo, empecemos por él: Basara escribe con un desenfado digno de elogio, pero quizá resulte algo excesivo eso de permitirse tantas licencias, sobre todo si el lector no es un experto en historia europea del s. XX, ni en ningún otro período, seamos francos, y asimilar tantos datos (voluntariamente) desorganizados, que se alternan con suposiciones, fantasías y disquisiciones varias puede resultar algo complejo. Y aquí entramos en la parte subjetiva. Puede que un historiador se lo beba como si fuese un vaso de agua, así que tomen nota los expertos.
También exhibe –y esto es de lo que más he disfrutado– su mentalidad –arraigada, naturalmente en la época que le tocó vivir–, prejuicios, fobias y filias, sin olvidar el montón de contradicciones que arrastra como todo hijo de vecino, no se va a librar de ello solo por ser archiduque. Y el hecho de haber organizado tal cantidad de información y estudio psico-sociológico me parece que tiene un mérito enorme. A través de sus (supuestas) propias palabras, Basara lo pinta como un redomado racista, misógino –adicto al derecho de pernada sin ir más lejos– experto en conspiraciones etc. Vamos, todo un angelito, como era de esperar por otra parte. Aunque en alguna ocasión, hace que se arrepienta. Aclaro esto, el autor pone en boca del personaje actos de arrepentimiento, bastante gratuitos históricamente hablando pero que sirven para humanizarle a los ojos del lector. Bien es verdad que esto sucede muy raramente, como debe ser si no quiere perder la coherencia. Veamos, a través de este botón de muestra, la mentalidad del susodicho:

“Jamás el arte ha tenido mejor mecenas y custodio. La Kunstkammer de Rodolfo era una fortaleza inexpugnable a la cual solo tenían acceso unos pocos elegidos. Y en muy contadas ocasiones además. ¡Solo para las grandes celebraciones! Al establecer un cordón sanitario en torno a su biblioteca y su colección artística, Rodolfo II mantenía el arte alejado de la plebe. Y por eso al arte y a la plebe les ha ido tan bien. El arte no es para todos, Berchtold, y la cultura es una espalda de mil filos.”

Sirva este párrafo también para aclarar que el archiduque no solo repasa los hechos, también habla de personalidades que representan movimientos culturales y artísticos, como Freud, Kafka, Wagner, Niestzche, Musil entre otros muchos. Por lo general, para denigrarlos, aunque no siempre.
Personalmente, catalogaría El ángel del atentado como ensayo histórico novelado, o más bien dramatizado, ya que se trata de un diálogo, tan ficticio como cualquier obra dramática. Naturalmente, no es representable en absoluto dada su extensión y complejidad, aunque tras una adaptación laboriosa se podría exhibir en los escenarios. Ya me estoy imaginando el féretro de pie, frente al público, y al actor declamando con voz cavernosa, interrumpido muy de vez en cuando por la voz en off de Berchtold.
Como colofón, se incluyen tres extensas misivas de otras tantas personalidades de la época, las dos primeras no sé si reales o ficticias, a saber, del embajador estadounidense en Belgrado, su homólogo ruso y del mariscal Tito a Stalin. A mi entender, lo único que las conecta con lo anterior es que están fechadas entre 1914 y 2019, para ser exactos poco después de la II GM. Da la impresión de que el autor las había compuesto para otro proyecto y, como no tenían encaje en ningún sitio, las incluyó aquí, que al fin y al cabo se trata de un despropósito con gracia. Y muy erudito, que conste.
Debo destacar la magnífica labor de traducción, en perfectísimo castellano, sin un solo detalle que chirríe, pues, aunque existen traducciones estupendas, no es habitual encontrar un trabajo ejecutado con tanto rigor y talento.



Traducción y notas: Juan Cristobal Díaz

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