Año de publicación: 2019
“Las mujeres siempre hemos sido molestas para las sociedades tradicionales, en la vida pública, en la cultura, incluso en la familia; una misoginia ancestral nos acompaña, también de forma más sibilina en la actualidad, por nuestra actitud persistente de seguir reclamando derechos, de hacernos visibles.” Desde el comienzo, este exhaustivo trabajo deja claro cuál es su asunto y su enfoque. Siguiendo su ejemplo, me apresuro a presentar a su autora Rosa María Rodríguez Magda. Filósofa de formación, feminista por sensibilidad, analista del pensamiento contemporáneo, gestora cultural y crítica literaria, cuenta con una extensa obra ensayística iniciada a mediados de los años 80. En 2008, obtuvo el Premio Internacional Jovellanos por su ensayo Inexistente Al Andalus.
La autora comienza realizando un rápido recorrido por las sucesivas visiones del género humano, y de la mujer en particular, que han predominado en cada momento histórico. Por encima de jerarquías al uso, tanto el pensamiento griego clásico como el cristianismo enfatizaron la dignidad intrínseca del hombre, su igualdad de derechos, pero es la filosofía ilustrada quien otorga tanta visibilidad a esta idea que, a partir de entonces, resulta difícil no tenerla en cuenta en cualquier estudio sociopolítico serio. Sin embargo, y mirando más atentamente, este estatus protagónico atañe exclusivamente al varón blanco adulto. La mujer queda pues, en el imaginario colectivo y en la voluntad de los gobernantes, como un ente secundario, mero apéndice del cabeza de familia bajo cuya tutela vive y a quien debe servir y obedecer. A partir de Freud, la noción de identidad –ligada indisolublemente al sexo- se sitúa en el centro del debate, sin que esto suponga el abandono del androcentrismo imperante.
De ahí que sea el feminismo de la época quien asuma la tarea de rebatir un
argumentario tan injustamente asimétrico. El discurso de Simone de Beavoir en
su obra El segundo sexo contiene
elementos todavía vigentes ya que, al constatar que son las pautas culturales
transmitidas de una generación a otra las que condicionan a los individuos de
ambos sexos, está aludiendo con otras palabras a lo que conocemos como género hoy día. El feminismo posterior
recoge la idea de que es la forma en que hombres y mujeres hemos sido moldeados
socialmente, y no la biología, lo que determina las conductas, (o las
determinaba en esa época, porque algo hemos avanzado desde entonces) e insiste
en que no hay nada de natural en esta subordinación histórica, en esta asunción
de roles (dominante/sumisa) que hasta cierto momento se había considerado
inevitable. La conclusión obvia es que la libertad de la mujer pasa por
eliminar el género, considerado como trampa ideológica que la ha oprimido y
condicionado en cualquier época y lugar.
Abundando en esta postura, y mediante el estudio de la intersexualidad (o
hermafroditismo humano), autores como John Money van más allá y recogiendo la
idea de los roles aprendidos distinguen entre sexo biológico e identidad de
género –que según afirman se construye en torno a los dos años–. Sus teorías
culminarán con la fundación en 1965 de la Gender
Identity Clinic, primera clínica dedicada a modificar el sexo de sus
pacientes, cuyo ejemplo dará lugar a otras muchas.
“…se parte de la discutible y asombrosa tesis de que es más fácil modificar el cuerpo que intentar una adecuación psicológica. Esta idea, que tiene mucho de delirio médico-quirúrgico, de síndrome de doctor Frankenstein, va a tener bastante éxito, pues por un lado es atractiva como reto profesional para la clase médica, resulta económicamente muy rentable y ofrece al paciente la ilusión de resolver de manera definitiva sus conflictos psicológicos.”
Por estas y otras razones, y a pesar de que los experimentos de Money acabaron en fracaso debido a prácticas poco ortodoxas, a partir de entonces la transexualidad ha sido respaldada en muchos países por legisladores y académicos. La autora resalta el aspecto reaccionario de una práctica que, en lugar de abolir estereotipos, los refuerza, haciendo coincidir el aspecto físico con unas conductas que deberían ser libremente elegidas por cada individuo y no condicionadas por éste. Estudios posteriores han ido profundizando y analizando las repercusiones de las diversas formas de entender el binomio sexo/género.
El feminismo de la igualdad
defiende la necesidad de liberarse de imposiciones de género y asumir la
igualdad de derechos sin importar el sexo con el que se haya nacido. Para ello,
por una parte, construye sus fundamentos teóricos: aparece la noción de patriarcado, como estructura que
condiciona la relaciones de poder, y por otra reivindica transformaciones
sociales y legislativas que liberarán a la mujer de servidumbres tanto
biológicas como históricas. En cambio, el feminismo
de la diferencia se apoya en lo biológico para reclamar la vuelta a una
feminidad esencial cuyos valores defiende.
Partiendo de la transexualidad, solo hay que dar un paso para desembocar en
la teoría queer. Sus defensores
consideran que sexo y género son imposiciones externas y pretenden derribar
radicalmente el binarismo, huir de divisiones de sexo y género para construir
libremente una realidad más fluida a
partir de decisiones personales. Aunque eso no invalida –afirma Rodríguez
Magda– que, a pesar de los condicionantes, el sexo sea una realidad previa a
todo lo demás. La conclusión es obvia: tanta diversidad e indiferencia hacia lo
biológico acaba invisibilizando e ignorando a las mujeres como sujetos del
feminismo y como integrantes de una humanidad cuyos teóricos posmodernos han
logrado dar una vuelta de tuerca para que la opresión, en lugar de eliminarse,
y con la excusa de la equiparación de identidades, se ejerza de otra forma.
La transexualidad y el transgenerismo -siempre según la autora– son
fenómenos consustanciales a una época en la que se produce un cambio de
paradigma y que podríamos llamar transmodernidad.
Asumimos lo transnacional, transcultural, transgénico… incluso transhumano, con
la pretensión de superar todas las limitaciones, hasta las propias de nuestra
especie. La forma de percibirnos ha cambiado tanto que andamos rozando la
utopía. Por eso no es extraño que exista también un transfeminismo que intenta abarcarlo todo: diferencias de sexo,
raza, clase etc. No obstante:
“… está claro que nuestras reivindicaciones como mujeres deben, aun cuando se coincida en algunos puntos, gestionarse con una estrategia propia, y no ser incluidas como una más de la diversidad sexual, cosa que empieza a ser común en el etiquetado de los departamentos de la administración o académicos y en la inercia burocrática.” “La desigualdad histórica entre hombres y mujeres no es una más de las diversidades electivas, sino la diversidad estructural en la que se ha asentado la sociedad”.
En este contexto la palabra patriarcado ha quedado obsoleta, las mujeres ya no están bajo la tutela del padre pero sí en inferioridad de condiciones respecto a sus coetáneos, por tanto fatriarcado sería el término adecuado para definir la situación actual. Se trataría de un “pacto entre varones” que conlleva rivalidad, violencia y exclusión (del otro sexo). Ante todo, hay que mostrar virilidad –poder, dominación– y eso se aprende desde la infancia. Las mujeres han socializado de forma opuesta, no solo a los varones sino a transexuales y transgénero, que al reivindicar su condición de mujer combaten con más empeño las opiniones del feminismo actual que las del fratiarcado hegemónico. También suelen coincidir con las tesis neoliberales en la defensa de negocios tan lucrativos como el porno, la prostitución o los vientres de alquiler. Cuando el deseo se confunde con los derechos acaban perdiendo los de siempre. El deconstructivismo está llegando a unos extremos que rozan la caricatura, lo peor del asunto es que todo esto se ha traducido en leyes que operan ya en muchos países y que asimilan a las mujeres a una identidad entre otras muchas. Pero ser mujer no es una identidad asumida ni asignada, sino uno de los dos sexos en que se divide nuestra especie.
“Todo esto por cumplir el deseo ¿de quién?, no nuestro sino conformado por una sociedad androcéntrica, fratriarcal y sexista. La estética femenina está pensada para la mirada del macho y la masculina para adecuarse al arquetipo viril.”
El giro ha sido tan completo que hemos recorrido 360ª y es un hecho que los
estereotipos están más vigentes que nunca.
ENTREVISTA:
· ¿Qué contestaría a quienes afirman que las mujeres han conseguido todo lo que pretendían, incluso que tienen privilegios?
¿De verdad? Que miren la inferior proporción de mujeres
en los puestos directivos de grandes empresas, universidades, academias, premios
nacionales de cultura, literarios…, la brecha salarial, los datos de violencia
machista, la situación de las mujeres prostituidas, su cosificación humillante
en la pornografía…, y eso solo en el llamado primer mundo, si miramos en el
resto del segundo y tercero: abortos selectivos de niñas, matrimonios
infantiles, mutilación genital, limitación de derechos, feminicidios… ¿Sigo?
· En pocas palabras, ¿por qué el porno, la prostitución y los vientres de alquiler denigran a las mujeres?
Utilizan el cuerpo de la mujer como algo que puede ser
objetualizado, vendido, fragmentado, humillado, usado para el placer o el deseo
de otro.
· ¿Cree que ahora mismo coexisten dos opresiones hacia las mujeres, la tradicional y la posmoderna? ¿Si es así, podrían neutralizarse de algún modo?
Coexisten muchas opresiones, todas aquellas que
legitiman la desigualdad entre los sexos, o cierran los ojos ante ella, pero lo
más preocupante es que a las opresiones tradicionales, apoyadas en posturas
ultraconservadoras o religiosas fundamentalistas, se suman ahora sectores de
izquierdas y liberales que pretenden defender como empoderamiento lo que no es
sino degradación de la dignidad de las mujeres, es el caso ya citado de la prostitución o vientres de alquiler.
Únicamente un análisis crítico puede deshacer tales falacias, y desvelar los
intereses de los lobbies que los promueven.
· ¿Cómo podría perjudicar a las mujeres la teoría queer y su aplicación legislativa? ¿Qué sugeriría al legislador?
La teoría queer
niega que las mujeres sean el sujeto del feminismo y considera que no sólo el
género sino también el sexo es un constructo cultural, y por lo tanto elegible
y modificable, ello desdibuja la situación de las mujeres, las mujeres pasan de
ser un sexo reconocible a convertirse en una identidad elegible entre otras,
invisibiliza las opresiones que sufren en función de su sexo, y pone en peligro
los logros en su protección. Una legislación que postule nociones como “identidad
de género”, “género sentido” o “autodeterminación del sexo” se hace cómplice de
este borrado de las mujeres. Sugeriría al legislador un esfuerzo de
imaginación para promover leyes que
protegieran exigentemente los derechos de las minorías sexuales: gais,
lesbianas, transexuales… sin necesidad de cambiar el modelo de la diferencia
sexual macho/hembra biológicamente incontestable en todas las especies o
importar conceptos no científicos.
· ¿Por qué la transexualidad y el transgenerismo no tienen los mismos efectos sociales?
Las personas transexuales sufren disforia de género –
ahora incongruencia de género- que buscan superar transformando su cuerpo por
medio de tratamientos hormonales y quirúrgicos. Su derecho al cambio de nombre
y sexo registral y a los tratamientos médicos están recogidos ya en la
legislación española. Una persona transgénero
reivindica el ser reconocida con el género que elija: masculino,
femenino, no binario…, sin necesidad de transformar su cuerpo y poder modificar
su sexo registral sin ninguna otra justificación que su simple voluntad.
· ¿Le parece que la transexualidad siempre es beneficiosa para quien decide dar el paso?
Una persona que siente incongruencia de género sufre
psicológica y socialmente. Debe tener la posibilidad de ser acompañada
psicológica y medicamente y de que se la preserve de cualquier discriminación
social. Dicho esto, si es adulta, deberá ponderar los pros y los contras de los
tratamientos hormonales y quirúrgicos.
· En relación con el transexualismo infantil, ¿qué pautas habría que adoptar?
En primer lugar no adelantar el diagnóstico. Un niño/a que no se ajusta a los estereotipos sexuales quizás solo es un niño/a inteligente, crítico y sensible al que debemos respetar su singularidad sin catalogarlo como “trans” y pensar que ha nacido en un cuerpo equivocado. Esto refuerza los estereotipos sexistas, es regresivo. Una sociedad libre de los mandatos del género sería aquella en la que, por ejemplo, un niño vestido de princesa no se conceptuara como una niña en un cuerpo de niño, sino como un niño vestido de princesa. Es la sociedad la que debe cambiar no medicalizar a niños sanos para que se ajusten a los roles sexistas tradicionales.
3 comentarios:
Hola, Montuenga:
Hoy he vuelto a leer tu reseña con calma porque me gustó muchísimo. He vuelto a ella por eso, y porque hay aspectos de la misma, sobre todo las teorías queer, que me resultan difíciles de entender.
Por partes: el tema de la mujer molesta es y ha sido tan constatable que es de recibo incluirlo dentro de la llamada "memoria histórica", ¿o no? Leyendo la reseña no podía dejar de acordarme de la Pardo Bazán, que se metía en todo, y, además, era gorda y poco femenina. La mujer que adorna, molesta menos, eso es innegable. En cuanto a las distintas fases del feminismo, viví mi infancia y juventud en plena ola de ese feminismo en el que "había que ser como los chicos" (palabras de Rosa Montero), despreciando los símbolos típicos de la feminidad cursi. Y ahora, que parecía que asumíamos ya que cada persona puede elegir lo que quiera, y que hay mil formas de ser hombre o mujer, nos dan una vuelta de tuerca más.
Las teorías queer tienen un punto de complicación intelectual que hacen difícilmente entendible su discurso para la mayoría de las personas. El problema, para mí y personas de mi alrededor y supongo que muchas otras, es que genera confusión e inquietud en personas de muy corta edad, a las que ni siquiera les ha dado tiempo a terminar su crecimiento físico. Me he encontrado en la situación ya varias veces de no saber cómo hablar a alguna chica porque todo lo que digo es sexista/machista o anti-algo. En una época en la que hacemos alarde de librarnos de las etiquetas, ¿no estamos haciendo a la gente que se etiquete más aún?
Vamos tan deprisa que no damos tiempo a crecer. Con 14 años ya se sienten en la obligación de definirse y/o salir del armario. Es normal buscar la propia identidad, pero ¿qué narices le tiene que importar a los demás la vida privada de cada uno?, ¿o es que ya no hay vida privada?
La entrevista también me ha gustado mucho, y he encontrado en ella a una mujer con un gran sentido común.
En definitiva, un trabajo muy bueno, que merece ser reconocido.
Gracias y un saludo
Hola Lupita. Esperaba tener un ordenador a mi alcance porque lo que planteas merece una respuesta elaborada, pero estoy en un sitio sin cobertura y, de momento, eso va a seguir así.
Pardo Bazán era muy inteligente, tenía una gran personalidad y escribía mejor que muchos de sus colegas. Pero era mujer, y no le perdonaban que valiera tanto. Debían preguntarse por qué no se dedicaba a bordar, en esta época hubiera podido cambiar de sexo para que la valoraran como merecía. Alguna filósofa española ha optado por hacer lo propio, y eso que estamos en el S. XXI.
Y es que el cerebro no tiene sexo, no existe un alma femenina y otra masculina como proclama la teoría queer. NO EXISTE EL ALMA.
Por cierto, una mujer siempre es femenina. Puede que tenga más testosterona de lo habitual, y aún así sigue siendo mujer. Puede también no entrar en los estándares que marcan los varones, pero no es un defecto de fábrica, aunque siempre nos hayan querido convencer de lo contrario. Cada uno es como es. Estoy hasta el gorro de que se acompleje a la mujer por sistema.
Y efectivamente, estamos multiplicando las etiquetas, fomentando un binarismo absurdo que se basa en los "sentimientos" masculinos y femeninos. Pero si tus cromosomas, tus hormonas, tus caracteres sexuales primarios y secundarios son de mujer y te han educado como tal para que aceptes un montón de renuncias... O viceversa con los hombres, no veo la duda por ningún sitio: si anda como un pato, grazna como un pato... Etc etc
SIGO.
Quede claro que no estoy en contra de decisiones personales. ¡Estaría bueno! Pero hay demasiados intereses comerciales (cirujanos etc) y demasiado ruido ideológico para no sospechar que mucha gente confusa no se ve empujada a una solución que considero demasiado drástica y que acarrea otros muchos problemas físicos y psicológicos. Algunos ya están empezando a hablar.
Veremos en qué queda todo esto, si sale la ley que se anuncia, en las condiciones que rige ya en países muy "avanzados" un señor calvo y con bigote se puede declarar mujer cuando quiera, (sin transformarse en absoluto) para eludir un castigo, acercarse a mujeres vete a saber para qué u obtener beneficios por pertenecer al "sexo discriminado".
Y lo del transexualismo infantil ya clama al cielo.
Rodríguez Magda es clara y concisa, sus respuestas te aclararán muchas cosas.
Publicar un comentario