Título original: Being Wrong. Adventures in the margin of error
Año de publicación: 2010 (En España:
2015)
Valoración: Muy recomendable
¿Han oído hablar de la errorología? He estado buscando el término y no he logrado
encontrarlo en nuestro idioma, sí en inglés (erroroloy) y en italiano
(errorologia). Es obvio que hablamos de la traducción literal (y lógica) de una
palabra con idéntica raíz que significa estudio de los errores. La traductora,
María Cóndor (con muy buen criterio, el mismo que utiliza para trasladar de
forma, no solo impecable sino brillante, un texto divulgativo pero de cierta complejidad y con
un índice considerable de tecnicismos) ha optado por emplear este neologismo
que espero haga fortuna a la larga.
Analizar el error como concepto además de considerarlo
una experiencia inevitable sobre la que
volver cuando no hay más remedio es más productivo de lo que parece a primera
vista. Cierto que posee una carga negativa, que a nadie se le escapa y que la
autora no oculta, pero también es una experiencia fructífera en muchos aspectos
si sabemos servirnos de ella. Desde luego, tiene gran variedad de implicaciones
(filosóficas, psicológicas, sociológicas etc.) y ha sido estudiado por los
grandes pensadores de la historia desde la Antigüedad hasta hoy.
Schulz ha realizado un arduo trabajo de recopilación, no
solo de teorías y estudios varios, también de tipologías, casos concretos en
que puede producirse, de nuestras reacciones sobre el error propio y ajeno, las
consecuencias que se derivan de este y otras cuestiones que nos ilustran sobre
nuestras facetas individual y social. Esta exhaustividad documental e
indagadora no lo convierte en un tocho intragable y repetitivo, como sucede a
veces con este tipo de ensayos, tampoco resulta excesivamente denso. Al
contrario, el análisis se centra en lo esencial, sin divagaciones innecesarias,
acompañándolo de aclaraciones –documentales y testimoniales– y de una gran
cantidad de ejemplos, simpáticos y amenísimos, que ayudan a digerir las
explicaciones a la vez que las ilustran. A este contenido se suma un lenguaje
franco, didáctico, todo lo sencillo o complejo que exige el texto pero
perfectamente comprensible para el profano en materias filosóficas y
psicológicas. Y aún así se trata de un trabajo muy personal que no se limita a
plasmar lo recogido de otras fuentes. En todo momento vemos a la autora
aclarando ideas, expresando su punto de vista y relatando montones de anécdotas
propias o recogidas de primera mano. En suma, dejando su propio sello tanto en el
estilo como en la forma de afrontar el tema del error.
Tampoco puede considerarse extenso: 312 páginas de
lectura efectiva si descontamos bibliografía notas y agradecimientos. Todo ello
lo convierte en un texto divertido y curioso con cuya lectura uno aprende casi sin
darse cuenta.
La evolución de las especies está basada en este
mecanismo de corrección de errores, pero no hace falta irse tan lejos. Sin
salir del ámbito humano, la ficción, literaria o cinematográfica y el arte en
general, más aún cuanto menos realista, se fundamentan en un error –entendido
como intencionada distorsión de la realidad–cuya existencia tiene lugar (y
sentido) porque cuenta con la complicidad del público. Gracias al error
progresamos, tanto individual como socialmente, en el ámbito de la ciencia. Es
obvio, pues, que un mundo sin errores quedaría inmutable para siempre en su
perfección o imperfección básicas. “«ver
el mundo como no es» equivale más o menos a la definición de error, pero es
también la esencia de de la imaginación, la invención y la esperanza.” Es
lo que afirma el modelo optimista del error, según el cual este no es tan malo,
aunque nos cueste horrores aceptar que no estamos a salvo de él, sobre todo si el
suelo se tambalea bajo nuestros pies o nuestra identidad de siempre se
desdibuja cada vez que la revelación afecta a nuestras convicciones más
trascendentes. Postura, por otra parte, más que comprensible, ya que:
“… la experiencia de tener razón es imperativa para nuestra supervivencia, gratificante para nuestro ego y, por encima de todo, una de las satisfacciones más baratas e intensas de la vida.”
Por eso reconocer un error propio resulta tan difícil como
sencillo parece identificar los ajenos y ese es el motivo de que desarrollemos
estrategias, como la negación, la fabulación, generación de estereotipos, la
firme adhesión a creencias previas o al pensamiento de grupo, justificarnos con
nuevas teorías, así como presuponer que el mundo es exactamente como lo vemos
(realismo ingenuo) y, por tanto, quienes nos llevan la contraria son
ignorantes, malvados o tontos. Pero esto es tan humano como errar, pues da la
casualidad de que “creer cosas basadas en
pruebas deficientes es el mecanismo que hace funcionar toda la milagrosa
maquinaria de la cognición humana.”
Lo recomendable sería establecer un ten con ten entre los dos modelos de error. Hay que continuar
confiando en nuestra particular visión del mundo porque nuestra naturaleza nos
obliga a ello desde que nos convertimos en adultos, pero a la vez –y aunque
esto suponga una destreza aprendida, algo que no traemos de fábrica– adquirir
el hábito de revisar cualquier indicio mínimamente fiable que parezca ponerla a
prueba. Y el primer paso es aceptar que podemos estar confundidos pues el error
forma parte de nosotros, como seres humanos que somos, y no solo del resto del
mundo.
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