Idioma original:
inglés
Traductor: Jaime
Zulaika
Año de publicación: 2004
Valoración: Muy
recomendable
El gran escritor inglés Julian Barnes tiene una especial querencia por los relatos cortos, como sin duda sabrán sus muchos seguidores. Prefiero poner “relatos” a “cuentos”, no tanto por las connotaciones infantiles que pueda tener este término (cualquiera que haya leído a los hermanos Grimm sabe que no todos los cuentos son para niños… o no sólo para niños), sino porque los de Barnes no se ajustan siempre al esquema: planteamiento-nudo-desenlace, que yo identifico con la idea de “cuento” (aunque también me puedo equivocar, no sé. Se lo dejo para los taxonomistas de la literatura). El caso es que este escritor ha publicado ya varios libros de relatos, con la característica de que suele partir de algún tema o elemento común: en Al otro lado del Canal, por ejemplo, el tema eran las relaciones entre lo inglés y lo francés (Barnes es un confeso francófilo). O, si se prefiere, sobre lo francés visto desde lo inglés o viceversa. Barnes, además, tiene la divertida costumbre de repetir algunos elementos, aunque sean detalles triviales o circunstanciales, de un relato a otro, con lo que refuerza aún más esta idea de cierta unidad temática, además de que lo hace a veces con una sutileza que el lector no puede dejar de agradecer.
En La mesa limón, el tema que unifica todos los relatos es el de la vejez. En realidad, tanto la mesa a la que hace referencia el título como el limón en sí son símbolos de la muerte, o elementos que la aluden, como se explica en el último relato, “El silencio”. Pero, aunque la muerte parezca a lo largo de todo el libro y sea el epílogo ineludible, más o menos lejano, de todas las historias que se cuentan, el tema del que nos habla Barnes es el envejecimiento y sus circunstancias: esclavitudes, limitaciones y peculiaridades varias (ventajas no parece verle muchas, la verdad). Es de suponer que es un tema que le interesaba al autor, que cuando publicó el libro se acercaba a la sesentena. Y unos años más tarde, escribió Nada que temer, éste ya centrado en la muerte y en lo que nos espera (o no) después de ella.
La gravedad de los temas tratados aquí no significa que el tono general de los relatos sea solemne o plúmbeo. Al contrario, están todos o casi, impregnados del sentido del humor característico de este escritor, hasta el punto de resultar, algunos, francamente hilarantes. Incluso cuando tratan un tema tan desolador como es el alzheimer y sus consecuencias (y no sólo para el enfermo). Lo mismo ocurre cuando habla del exacerbamiento de las manías, de la cabezonería propia de la ancianidad (no siempre), de la debacle física y, en consecuencia, sexual. También cuando trata sobre las esperanzas perdidas con los años o mantenidas a pesar de ellos; lo que pudo ser y no fue, lo que fue y no debió de ser; los recuerdos y sentimientos a veces falseados por nosotros mismos. La propia conciencia de nuestro cambio con los años y, por tanto, de nuestra mortalidad.
Una recopilación de once relatos de los que, cuando menos, una buena parte de ellos son de lo mejorcito que puede leerse de un escritor actual. No diré cuáles, en mi opinión, alcanzan tal excelencia, para no condicionar a nadie. Pero me apuesto lo que sea (incluso estoy dispuesto a comerme esta reseña... a la plancha y aliñada con limón, claro) a que cualquier lector encontrará aquí al menos un par de ellos que le conmoverán y no dudará en calificarlos también de magistrales. Si no me creen, hagan la prueba. Por favor.
2 comentarios:
Muy buena reseña. Yo también disfruté mucho de esta lectura de tema oscuro pero factura luminosa. Te dejo mi post en http://goo.gl/C6wc8I
(Me he tomado la libertad de citarte)
Un saludo,
Sonia
Hola, Sonia:
Gracias por tu amable comentario y por citarnos en tu propia reseña. Me encanta tu definición del libro:"de tema oscuro, pero factura luminosa". Exactamente, eso es lo que es.
Un saludo.
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