Idioma original: español
Fecha de publicación: 1993
Valoración:
Recomendable
Zambullirse
en el oscuro mundo de Fernando Vallejo es una experiencia compleja. Empezaré
por confesar que me costó mucho entrar en la novela porque eso significaba interesarme
por un personaje que, en cierto modo, es el alter ego del autor pero del que no
se aporta ninguna pista. Esto que por lo general es para mí un aliciente se
convirtió en una pesadilla que duró unas decenas de páginas. No entendía cómo
un producto que contaba con todos los ingredientes para apasionarme –un estilo
personal e impecable, análisis psicológico, crítica social, repaso de
circunstancias históricas- conseguía exasperarme de ese modo. Y es que Vallejo
se emplea a fondo en diseñar una de las personalidades más despreciables de la literatura,
que se construye paulatinamente ante nuestros ojos y en el que no encontramos el mínimo rastro de humanidad hasta bien
avanzado el texto. Es egoísta, egocéntrico y, ante todo, cruel. Su soberbia le
induce a defender las mayores aberraciones, odia a las minorías, al clero (igual
que el autor) a los literatos de su tiempo, a los políticos y a la humanidad
entera. El único ser por quien siente afecto es su perra Bruja. Pero, muy poco
a poco, atisbamos una emotividad cubierta por una gruesa costra de inquina,
acumulada a lo largo de sus muchos años, que se manifiesta en la nostalgia por
su ya lejana Colombia, el amor por los animales, el dolor por la ausencia de
algunos de sus seres queridos y la amistosa complicidad con su escribiente.
La
obra forma parte de un extenso ciclo autobiográfico y consiste en un largo
monólogo que abarca alrededor de 250 páginas y en el que Vallejo repasa alguna
de sus filias, todas sus fobias, y puede que unas cuantas más, que añade para dotar
de credibilidad –y repulsión- a esta creación suya que, supongo, concibió
voluntariamente así de monstruosa y perversa. El protagonista y narrador dicta recuerdos
y observaciones –aparentemente desorganizados en un logradísimo flujo de
conciencia- destinado a formar parte de una supuesta autobiografía que será
publicada tras su muerte. El principal interlocutor es la perra y compañera de
fatigas, también el secretario. Con esta excusa, Vallejo, hace un repaso de los
hechos que de verdad le han marcado: su temprana salida de Colombia para
instalarse en Méjico donde aún sigue, la relación de amor-odio con su tierra
natal y sus aversiones políticas e ideológicas.
Aunque
aparentemente no sigue ningún orden y la (casi inexistente) trama avanza según
los caprichosos impulsos del protagonista, a retazos se intuye una organización
temática e incluso cronológica. Pero lo que está perfectamente definido es el
inicio –que ubica durante el terremoto que se produjo en Méjico el año 1985- y el conmovedor
desenlace, cuando, al fin, desprendiéndose de la coraza que le impedía
traslucir sus sentimientos, lleva a cabo el ansiado viaje al pasado que el propio
autor –a pesar de haberlo negado en algún momento concreto- está deseando
realizar. En este punto la empatía del lector hacia el desdichado ya es enorme.
Su descripción del territorio de su infancia constituye una logradísima
síntesis entre el elemento emotivo y el visual. El círculo se cierra. O los
círculos. Tanto el trazado por el narrador como por el propio Vallejo, que ha
conducido a su sosias literario hasta la meta que desearía alcanzar él.
También de Fernando Vallejo en UnLibroAlDía: La virgen de los sicarios, El desbarrancadero, Mi hermano el alcalde
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