Idioma original:
francés
Título original:
Le Camp des Saints
Año de
publicación: 1973
Valoración: Magnífico
pero indigesto
Antes de entrar
en materia, permítanme un ejemplo para que puedan entender la impresión que me
ha producido esta novela. Está usted contemplando su obra de arte favorita de
todos los tiempos, ha acudido a ese museo –quizá desde muy lejos– solo para
verla de cerca; cuando la tiene delante la encuentra sencillamente extraordinaria;
lo que nadie le ha dicho es que la obra en cuestión contiene partículas
radioactivas que le fulminarán en cuestión de minutos. Bien, pues exactamente
eso es El desembarco.
En su Prefacio a
la tercera edición, el autor justifica sus opiniones apoyándose en la Teoría de
la Evolución: “… Forman parte simplemente
del movimiento perpetuo de las fuerzas que, oponiéndose, forjan la historia del
mundo. Los débiles se eclipsan, después desaparecen: los fuertes se multiplican
y triunfan”. Sin embargo, esta resignación que deben practicar los
perdedores, ese respeto que merece el que tiene las de ganar, cae en el olvido
cada vez que su bando se encuentra en inferioridad de condiciones. “…Occidente, trágicamente minoritario (…) tras sus murallas desmanteladas (…) perdiendo batallas en su propio territorio
(…) empieza a percibir asombrado el sordo
estruendo de la formidable marea que amenaza con sumergirlo”. Es decir,
cuando los nuestros van perdiendo, entonces la selección natural no tiene
ninguna relevancia. Defender dos afirmaciones contradictorias dentro, incluso,
de la misma página y pretender que el conjunto se entienda como un razonamiento
lógico es jugar con las cartas marcadas y pensar, además, que el lector es
tonto. Y continúa: “Así fue como murió el
imperio romano: a fuego lento, es cierto, aunque esta vez puede que se produzca
un incendio repentino.” Si nos apoyamos en sus propias premisas, se
trataría de un desenlace de lo más natural, como ya predijo Darwin. No sé de
qué se extraña. Simplificaría mucho las cosas que el escritor no considerase una
catástrofe universal la coexistencia de seres que hasta ahora vivían alejados.
Sí, claro, lo que teme es una pérdida de privilegios. Pero ¿en qué quedamos, Jean
Raspail, nos hemos encomendado a Darwin
o hemos renegado de él?
Titulada en
francés El campamento de los Santos
por una alusión que aparece en el Apocalipsis, la novela nos coloca en un
escenario tan magníficamente descrito que nos parece estar viendo nuestra
propia versión filmada. ¿Con qué intención? Se trata de una distopía
premonitoria que, como toda ficción bien desarrollada, a partir de determinado
momento, prescinde de las reglas establecidas por su propio creador y comienza
a tener vida propia. Confieso que dudé mientras iba leyendo, pues la carga
crítica que contiene una situación
determinada puede ir en un sentido o su contrario, y la intención del que escribe
no siempre encuentra en el lector el eco que espera. Hemos leído distopías que
describen auténticas tragedias y, por lo general, tendemos a situarnos del lado
del más débil. Conociendo la trayectoria de su autor, no hay duda sobre la
ideología que inspira El desembarco;
en cuanto a las conclusiones, supongo que a cada lector le servirá para
reafirmarse en lo que pensaba previamente. Pues ¿cómo reaccionar ante una
panorámica aérea que nos muestra un amasijo de cuerpos, les priva de identidad,
los deshumaniza y degrada resaltando lo más repelente de los gestos y acciones
del conjunto?Se trata de un retrato expresionista de la miseria y del pánico
que esta genera, una caricatura tan magistral como malintencionada que contiene
una impresionante capacidad de vaticinio, (ya que por predecir, predice hasta
las mafias). El objetivo de sus críticas son, naturalmente, los gobiernos
occidentales, que durante décadas han contemplado impasibles una problemática intolerable
y, secundariamente, los ciudadanos, que observaban lo que ocurría más allá de
sus fronteras como un mero espectáculo. Pero –y nos suena de algo este argumento–
el espectáculo se puede presentar en
tu salón.
El procedimiento
narrativo es más propio del reportaje, ficticio en este caso, que de la novela.
Personajes y escenas arquetípicos, descripción global de mecanismos
político-sociales, casi siempre con un enfoque panorámico, muy raramente
moviéndose a ras del suelo. La acción comienza en Calcuta, cuando millones de
personas repartidas en nada menos que cien buques emprenden viaje a las costas
del sureste francés. Asistimos a escenas dantescas, un hacinamiento e
insalubridad inimaginables, promiscuidad denigrante, cadáveres flotando constantemente alrededor durante la travesía (cuando llegasen un fogonero quemaría a paletadas a medida que el mar los iba
arrojando a tierra, los quemaba sin ninguna compasión y ¡¡cantando!!). Es patente
el interés por cosificar y privar de dignidad a estas personas, por que
sintamos hacia ellas repugnancia y desprecio. Aún así, imposible no disfrutar
con sus expresivas imágenes, la ácida ironía, la sabia utilización del absurdo o todo a la vez. Como aquella propuesta de impedir indefinidamente el desembarco
y crear una nación oceánica, alimentada por los países prósperos, con
representación en la ONU etc. Casi puedo escuchar la carcajada de Raspail
mientras escribe.
Una vez establecidos
en el país de acogida, se abrirá un
periodo de solo tres días durante los cuales los recién llegados y aquellos,
que con mayor o menor entusiasmo, les aceptan y acogen –que son bastante numerosos,
tanto como los que huyen hacia el interior a toda prisa– acabará con el estado
de cosas anterior y proclamará un nuevo orden nacional (y mundial, pues se
produce una especie de efecto dominó). En cambio, los restos del Viejo Mundo
–el mundo individualista y acomodado, insolidario y chauvinista, que defiende
hasta el último de sus privilegios aunque eso suponga la muerte de los otros– personificado en el profesor
Calgués junto a los despojos de un ejército de fantoches, no muestra ninguna compasión,
su crueldad parece justificarse porque su condición de oriundos les otorga
todos los derechos. Pero los recién llegados son mucho más numerosos, así que el
fantasma de Darwin, una vez más, acaba derrotándolos. Lo sabemos porque el
narrador ofrece desde un hipotético futuro la crónica de aquellos tres
decisivos días: “Ahora, cuando el Tercer Mundo se ha desplomado sobre nosotros, podemos
verificar que su dinámico inconsciente ha hecho valer su fuerza en todo”. Como
ven, una fábula moderna, que sintetiza proféticamente lo que ha ocurrido, de
forma más secuencial y lógica, unas décadas más tarde.
Traducción: Manuel
Vázquez