Título original: Solal
Año de publicación: 1930
Traducción: Javier Albiñana Serraín
Valoración: entre recomendable y bastante recomendable
Año de publicación: 1930
Traducción: Javier Albiñana Serraín
Valoración: entre recomendable y bastante recomendable
En principio, la reseña iba a tratar sobre Bella del señor, la obra cumbre de Albert Cohen, pero mientras pensaba en cómo encararla, me decidí a leer esta novela, la tercera obra del autor y la primera de una tetralogía donde aparecen sus personajes más famosos: Solal, el grupo de Los Esforzados, cinco tipos divertidísimos y patéticos y encabezados por el tío de Solal, Saltiel de los Solal (lo de los nombres en esta tetralogía es para enmarcar, dándole un tono que bordea lo épico y lo ridículo al mismo tiempo), la Sociedad de las Naciones como concepto de nido de hipocresías y luchas de poder para acceder a los rangos, etcétera. Curiosamente, la lectura me dejó la sensación de que es mejor atravesar esta novela con el conocimiento de Bella del señor, pero si hubiese sido al revés no hubiera cambiado en nada, incluso me hubiera generado dudas, lo cual es raro, porque primero se publicó esta novela y no aquella.
Parodia delirante y a la vez ataque cínico de cómo funciona el amor (o al menos el amor burgués), la novela trata sobre los años de formación de Solal de los Solales, un personaje del cual me costaría mencionar un solo atributo positivo, y aún así es uno de los personajes más fascinante de la literatura. Exagerado, rebelde, malicioso, cínico, nihilista, apasionado, aburrido, sádico, constantemente lúcido, constantemente loco, irritante, histérico, alienado. Lo vemos de chico, recibiendo las ¿enseñanzas?, ¿la ausencia?, de su padre/rabino Gamaliel, compadeciendo a su madre Rachel por la mísera participación en su vida (que explicaría parte de su actitud hacia las mujeres en la edad adulta) y lidiando con su tío, que cree que su sobrino es el elegido de su pueblo, que necesita hacer negocios a toda costa y que trata de mantener el liderazgo de Los Esforzados porque los considera unos atontados que no aprecian su labor (memorable el momento en que Comeclavos, uno del grupo, intenta crear un impuesto a la tos y Saltiel lo observa todo y se pone a filosofar sobre si la levita que viste es lo mejor para recibir a su sobrino y así enganchar una posición digna). Lo vemos de grande, cuando consigue puestos de poder por casualidad, por seducir a la mujer correspondiente. No importa si la mujer está casada o lo odia al principio, todas caen rendidas ante él por un misterioso influjo que a Solal lo hastía soberanamente, pues tan pronto cree amar a una se aburre de su necesidad de cariño y de sexo (de estas quejas solo extraemos dudas; sus acciones son demasiadas claras como para no pensar que se reprocha a sí lo que hace). En fin, que su educación moral y amorosa se desarrolla a los tumbos, como si cada paso que da no terminase por concluirlo nunca, y mucho de eso tiene que ver con la prosa.
En esta novela aún se nota lo primerizo que es el autor. Todos los recursos expuestos con brillantez en Bella del señor aparecen acá, pero difuminados: el narrador entrometido, que nunca sabemos si es Cohen u otro y que opina salvajemente cuando le conviene, los monólogos y la adopción del habla de cada personaje, el paroxismo del amor ridículo en los primeros meses, añiñando a los personajes hasta el extremo (las mujeres se comen las letras, Solal exagera absolutamente lo que siente y se adelanta a cualquier gesto romántico, retorciéndolo para compadecerse), la crítica feroz hacia los modales burgueses para luego apuñalarse por la espalda; todo eso está en menor cantidad, como si aún le resultara un escándalo desarrollar esa manera de escribir. Muchas de las frases dan sensación de incompletitud y la acción se desarrolla con un ritmo irregular que no te deja imaginar con precisión; lo mismo te clava un capítulo espectacular y lleno de ironía a uno densísimo donde son largas disquisiciones no muy bien descriptas sobre la pertenencia del judío en la sociedad. Por otro lado, ciertas tramas no llevan a nada y carecen de esa comicidad y mala sangre espectacular de la que Cohen hará gala después (pienso, sobre todo, en la adquisición de un terreno en Palestina por parte de Saltiel y que no resulta en nada..., por no decir un spoiler que incurre en un hueco argumental tamaño planetario). A partir de cierto giro en la tercera parte (una gran escena), la novela desbarranca y no sabe para dónde seguir.
Por más que peque de esos defectos, su lectura es recomendable. No tiene la aridez de los primeros capítulos de Bella del señor ni los monólogos plomizos de veinte páginas sin puntuación, pero tampoco los momentazos estelares. Es mucho más accesible en forma y contenido y a la vez más incoherente con la trama. Aún así, las risas genuinas que te brindan los Esforzados y el cinismo y cansancio que te genera la actitud y análisis de Solal para con sí y con las mujeres es prueba suficiente de que Cohen era un distinto, capaz de lo mejor con solo unas pocas páginas.
Y espérense a la reseña de su obra cumbre...
2 comentarios:
Te animo con esa reseña de "Bella del señor." Intenté hace tiempo leer esa novela (es el típico libro que interesa y repele a la vez: dicen que es buena, pero parece un tostón, qué letra más pequeña tiene, vaya montón de páginas etc etc). Al final, me pareció un tostón terrible, con algunas partes rescatables. Cohen quería contar tantas cosas que acabó por hablar de todo y nada con una pesadez de buzo. Quizá no la haya leído con la atención que merece. Es muy posible. Esperamos tu reseña. Un cordial saludo.
Hola, Alberto. Te voy adelantando que la reseña es bastante favorable a Bella del señor. A mí realmente me gustó; por supuesto, como decís, tiene momentos que son un plomazo, pero las partes maravillosas lo compensan. Es excesivo en todos los sentidos, y te termina arrollando. Ya la leerás muy pronto. Gracias por el comentario.
Publicar un comentario