lunes, 4 de agosto de 2025

Iván Repila: El jardín del diablo

Idioma original: 
español
Año de publicación: 2025
Valoración: recomendable (y necesario para estos tiempos que corren)
 
[Disclaimer habitual en estos casos: a Iván lo conozco desde hace ya tantos años que no quiero ni decir cuántos son, pero no creo que la amistad me nuble la vista para poder valorar esta novela. Y si me la nubla, pues qué le vamos a hacer. En todo caso, aquí va mi reseña y que cada cual saque sus conclusiones]
 
Quien comienza a leer El jardín del diablo probablemente se siente, sin duda, algo desconcertado en las primeras páginas (y no solo porque el primer capítulo lleve el número 33, el siguiente el 32, y así sucesivamente). En este primer (o trigésimo tercer) capítulo nos es presentada una voz sin nombre, la del narrador, que habla a su "búfala", suponemos que su hija, para contarle una historia antes de que vuelva a olvidársele. También se presenta una palabra clave, "Curupira", que aunque no se explique en el texto es una figura del folklore brasileño, lo que introduce una sugerencia exótica o lejana. Poco después se nos van ofreciendo otros datos de eso que se llama world building, sin caer en la exposición pesada: el narrador vive en una comunidad, en un "jardín", junto con otros personajes de nombre extraño como "Cremea" o "Nargan", utilizan palabras como "formicar" (que no "fornicar")... Poco después, el narrador le cuenta a su búfala que llegó su vez de ser Curupira y abandonar el jardín... y el resto de la novela acompañamos el viaje de Volva (que así se llama el narrador, según descubrimos ya mediada la obra) por un mundo que le resulta cada vez más extraño, pero que para el lector será cada vez más reconocible.
 
En cierto modo, se puede decir que El jardín del diablo supone una cierta vuelta a los orígenes para su autor, puesto que el tono de fábula o de cuento maravilloso de, sobre todo, la primera mitad de la novela, nos hace retroceder hasta El niño que robó el caballo de Atila, que seguramente sea su mejor obra: ninguna de las dos son una historia para niños, pero parecen apelar a nuestra memoria de jóvenes lectores, por el mundo misterioso en que se sitúan, por el estilo de Iván Repila, que integra lo poético o lo fantástico con lo real, incluso con lo científico, y también, claro, por ese uso tan poco habitual de dos tintas (negra y azul), que a los que tenemos ya cierta edad nos hace recordar aquellas antiguas ediciones de La historia interminable (infelizmente, las ediciones más recientes han decidido abaratar costes renunciando a este recurso). 
 
Por supuesto, que la novela adopte recursos de la fantasía o de la fábula no significa que no hable de cosas serias y adultas. De hecho, El jardín del diablo cuestiona nuestra relación con la naturaleza y con el otro, nuestra forma de "cohabitar con el entorno", como dice el propio narrador. Las hormigas, omnipresentes en la obra, sirven como contrapunto y modelo (no necesariamente ideal) para reflexionar sobre el lugar que ocupan en nuestras vidas y en nuestras ideologías lo común, los cuidados, el respeto por el planeta. Inmersos en un sistema que prioriza lo individual, lo competitivo, que nos desgasta y exprime, y que destruye y consume insosteniblemente los recursos del planeta, el Jardín propone un modelo alternativo en que la educación es flexible, las tareas se reparten, el ocio es una parte fundamental de la vida, y todos cuidan de todos, en armonía con el entorno natural en el que viven. Podría decirse que es una aplicación ficcional del famoso slogan "Otro mundo es posible", con todos los matices ecológicos y políticos que implica esa frase.
 
Por supuesto, para que nadie me acuse de favoritismo y de hablar solo de las cosas buenas por amiguismo, hay algunos aspectos de la novela que me han convencido menos y que explican que la valoración sea "recomendable" y no otra más alta: en contraposición con esa construcción compleja del universo ficcional de la primera parte, que puede alejar a algunos lectores, la segunda mitad de la obra en cambio me ha parecido menos conseguida, y algo apresurada en algunos aspectos. Tampoco esa mezcla de lenguaje misterioso y fantasioso con lenguaje científico creo que funcione igual de bien en todos los casos; a veces he tenido la impresión de que es el autor, y no el narrador, quien quiere impresionarnos con términos de bioquímica o nombres científicos de diferentes especies de hormigas, y que habría sido más coherente con el personaje que se expresase en un lenguaje más natural y menos mediado por la ciencia institucional. 
 
En todo caso, estos aspectos que me han convencido menos no restan valor y relevancia a la novela. Creo que ya lo he dicho por aquí, pero no me preocupa ser pesado repitiéndolo: en las circunstancias actuales, necesitamos un arte político. Esto no quiere decir que tengamos que ponernos todos a reescribir La madre de Gorki o a filmar El acorazado Potemkin; se puede ser político en muy diferentes géneros y con técnicas muy diversas, para alcanzar el mayor número de lectores posible. La obra de Ursula K. LeGuin es radicalmente política, como lo es Carcoma de Layla Martínez o Sacrificios humanos de María Fernanda Ampuero; también es político El jardín del diablo, porque busca intervenir en el mundo, a través de la ficción, y mejorarlo. Personalmente, en estos momentos, creo que hay pocas cosas más importantes que se le puedan exigir a una obra de arte.

También de Iván Repila en ULAD: Aquí 

No hay comentarios: