Hecha esta aclaración previa, conviene situar al autor en su momento histórico. Miembro de la Generación del 14, grupo prácticamente olvidado por estar a medio camino entre la Generación del 98 y la Generación del 27, Gabriel Miró fue un autor que volcó en su obra buena parte de sus vivencias personales. Sirvan de ejemplo su infancia en Orihuela y su formación en un colegio jesuita, los cuales aparecen reflejados en la novela.
Situada aproximadamente entre 1880 y 1900, podríamos resumir (aunque sea mucho resumir) La novela de Oleza como un texto circular en el que se se enfrentan "civilización y barbarie", conservadores y liberales, tradición y progreso, en una pequeña ciudad levantina. Construida en base a diferentes contraposiciones a nivel de ideas y personajes, constituye una crítica / ridiculización de la España pacata e hipócrita de la época y de cómo esta es capaz de llevarse vidas por delante.
Oleza tiene ojos de gato y demonio que traspasan las paredes.
En cuanto al texto en sí, podríamos encuadrarlo dentro de un "realismo impresionista" (y que me perdonen los eruditos). Tipos, personajes y costumbres que representan a una colectividad muy clara se entrelazan con profusas descripciones de paisajes, olores, sabores, claustros, altares, esculturas... creando una combinación que sorprende y, al mismo tiempo, asusta al lector de 2023 por su abrumador dominio del lengua y un estilo algo anacrónico.
Oleza callaba. Oleza debía de estar oyendo misa al monasterios y parroquias. Quietud y limpidez de otoño. Vuelos de palomos; crujidos de las ropas que lavaba una mujer en su piedra de la orilla; y los lienzos lavados en la calma del domingo parecían esparcir su olor de blancura nueva.
Producto de esas descripciones, y aunque creo que es algo que ocurre menos que en Las cerezas del cementerio, la trama se ve interrumpida y el texto parece convertirse más en una sucesión de estampas que una novela propiamente dicha. Esta tendencia es menos acusada en El obispo leproso, quizá la más "novelesca" y disfrutable para los estándares actuales, que me resulta más "redonda" como conjunto que Nuestro Padre San Daniel. Y es que además de poseer un hilo narrativo más claro, una trama más lograda, también es más arriesgada en lo formal, con saltos narrativos y elipsis que habrá de completar el lector.
Dicho esto, hay que reconocer dos claras virtudes en Miró. La primera es el ya comentado brutal dominio del lenguaje (diccionario a mano, gentes); la segunda es la magnífica construcción de los personajes como Don Magín, Cararajada, Paulina, Pablo, etc. Muy buenos personajes, bien desarrollados, bien definidos a través de sus palabras y sus silencios.
Podría extenderme mucho más. Sus casi 500 páginas dan para mucho mas pero el objetivo es trazar una idea general de un texto muy proustiano que, con sus virtudes y defectos, puede resultar tan exigente y pesado para algunos como sumamente recomendable para otros. Cuestión de inclinaciones y gustos, como todo.
P.S.: Aprovechando que son dos novelas más o menos independientes, he dejado pasar un mes entre la lectura de una y de otra. Leer del tirón casi 500 páginas de Gabriel Miró solo está al alcance de los más valientes y yo soy más bien cobarde. Como decía Woody Allen, en caso de guerra yo solo valdría para ser prisionero.
También de Gabriel Miró en ULAD: Las cerezas del cementerio
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