Idioma original: español
Año de publicación: 2000
Valoración: muy recomendable
Qué enorme placer leer a Juan Marsé. Cuántos no alcanzarán en toda su producción el nivel de esta Rabos de lagartija, publicada con casi cuarenta años de intervalo respecto a otras novelas magistrales como Si te dicen que caí pero consiguiendo una especie de continuidad, sobre todo, más que espacio-temporal (novelas barcelonesas, ambientación en la post-guerra) más emocional, no quiero ser malinterpretado que aquí no hay inflamación alguna, sobre todo estilística, y la personalidad del autor arrasa con todo y, a ver si se van enterando algunos de los que pretenden cancelarlo por ciertas actitudes políticas personales, aunque su obra muestre claras influencias externas, estas son bien digeridas y asimiladas y generan un lenguaje propio. Florido, rico en descripciones y en vocabulario, juguetón sin excesos líricos, Marsé era de esos escritores cuyas novelas no dejaban cabos sueltos, cuya estructura no ofrecía lugar a improvisación, pero cuya impresión en el lector era fresca, dinámica, totalmente satisfactoria. Literatura en mayúsculas, diríamos.
Rabos de lagartija cuenta la historia de David Bartra, adolescente barcelonés que convive con su madre, embarazada. Estamos en la Barcelona de los años 50, presumiblemente en el barrio del Carmel, escenario habitual de las novelas de Marsé. El padre de David se oculta de la policía franquista, que lo persigue por circunstancias poco claras, seguramente vinculadas con su condición de desafecto, eufemismo que en los primeros lustros del franquismo podía acabar con los huesos de uno en el paredón. Por tanto, como tantas otras, la familia de David está señalada a todos los efectos y sus expectativas no son nada claras. El inspector Galván, un policía viudo, visita frecuentemente la casa preguntando por el padre, que nunca está en casa pues se oculta en diversos descampados de la zona, entre arbustos a los que David acude de vez en cuando a visitarle. David recibe al inspector de vez en cuando y se dedica a tomar el pelo al policía. Galván tolera esa actitud pues se ha prendado de la madre, a la que agasaja con productos desviados de los cauces de la época, marcada por la miseria, el hambre, el racionamiento, el célebre estraperlo. La madre rehúye al policía, pero este responde con tesón, siempre visitándola con la coartada de la búsqueda del marido. Un triángulo amoroso muy sui géneris, pero que sirve de sensacional marco en que retratar la situación social de la época. Las duras represalias contra el bando perdedor y la perversa persecución de cualquier conato de disidencia, pero nada es tan fácil en un barrio obrero y la novela se desarrolla en varios frentes: la casa con las recurrentes visitas del policía, los escondrijos en el monte donde el padre recibe las furtivas visitas del hijo, y el hijo en una estrafalaria amistad con Paulino, que a la vez es víctima de los abusos de un tío, guardia urbano, que lo amenaza.
Y sin que esta novela represente un desafío para el lector, he de decir que Marsé se muestra sumamente audaz al estructurar la narración. Hay un narrador omnisciente, pero los cambios de perspectiva en los diálogos son francamente chispeantes. Sobre todo en esos cambios, Marsé llega a poner voz al hijo que la madre alberga en su útero, al que el novelista le otorga un extraño protagonismo, como si fuera un testigo de esa precaria situación familiar. O la simple presencia, en la pared de la vivienda, de una foto recortada de una revista, la de un piloto de guerra de la aviación británica que acaba de haber sido preso de los alemanes, que parece albergar secretos e incógnitas sobre la figura del padre, su contexto y las situaciones que lo han convertido en un fugitivo.
Todo este panorama Marsé lo dibuja con precisión y maestría y, no conforme con eso, enlaza esa trama con uno de los primeros hechos en que una tímida pero tenaz respuesta se produjo ante el franquismo: la huelga de usuarios del tranvía de Barcelona en 1951, en protesta por la subida de tarifas. Y lo que sería una brillante novela de postguerra enlaza de forma sutil y certera con la realidad y la convierte en un excelente retrato de la sociedad en esa triste y oscura época.
También de Juan Marsé en ULAD: Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí
2 comentarios:
Casi nadie sabe lo triste y oscura que fue esa época.Y ahora vamos hacia lo mismo.
Solo con leer se recuperaría la memoria, imprescindible para no repetir tiempos aciagos.
Tenía pendiente a este autor y empecé este fin de semana con este libro. Ma ha atrapado, por supuesto voy a seguir leyendo sus obras.
Publicar un comentario