Año de publicación: 1995
Título original: Sabbath's Theater
Traducción: Jordi Fibla
Valoración: recomendable
En El teatro de Sabbath Philip Roth me ha parecido más cercano al obseso (que no acabé de comprender) de El lamento de Portnoy que al obseso de las novelas de Zuckerman. Obsesos los dos, sí. Obsesos con sus proezas sexuales (cuenten con la intervención de parejas o no), Mickey Sabbath y Zuckerman son judíos enamorados de su miembro viril, o gobernados por éste, o teledirigidos, podéis elegir el término que más os plazca.
Mickey Sabbath es un titiritero que ya se encamina a la vejez. Se niega a aceptar su decadencia física y sus acciones son cada vez más reprobables y cada vez lo son desde un mayor número de perspectivas. El teatro de Sabbath rememora momentos clave de su existencia, y en todos ellos encontraremos algo que lo convierte en un ser abyecto y repulsivo, y aunque esa figura (véase referentes culturales recientes como la serie You o la película The joker), la del malo que parece reiterarse hasta caer simpático, sea un elemento latente, he de decir que Roth no consigue, si es ese, su propósito. Ni tan siquiera a base de esa repetición cíclica del hecho capital que parece representar el espoleo para una existencia tan retorcida: la pérdida de su hermano mayor, piloto en la campaña de Japón y muerto en combate en 1944. Difícil empatizar con tamaño caudal de conducta inmoral: Sabbath engaña a las mujeres, se aprovecha de ellas con malas artes, engaños, chantajes, a pesar de ser un individuo de mal aspecto físico. Se casó y su joven esposa desapareció. Se volvió a casar y no dudó en lanzarse a una prolongada aventura extramatrimonial con Drenka, una especie de cómplice sexual con la que ha perpetrado mil y una depravaciones y que ha fallecido de un cáncer fulminante. Sabbath crea una especie de castillo de naipes alrededor de ese hecho. Acude al funeral de un amigo y se hospeda en la casa del otro, donde sus tropelías continúan, como si se tratara del escorpión de la parábola, porque no puede escapar a su naturaleza.
Una novela osada y difícil, más que innovadora o arriesgada, siempre en la frontera del desafío para el lector, que no solo acusa su estructura anárquica e indefinida sino una extensión claramente excesiva, como lastrada por la necesidad de Roth en rizar el rizo sobre el personaje y afrontar sin tapujos las descripciones procaces de todo tipo, tan claras y explícitas que en su tiempo fue acogida de forma dispar, hubo quien la consideró la obra maestra del escritor de Newark (se alzó con alguno de esos prestigiosos premios USA) y algún otro prestigioso critico la aplastó sin contemplaciones. Obscena con intención clara y transparente de serlo. No voy a estar ni de un lado ni del otro: me ha gustado su falta de escrúpulos pero la innegable repulsión de su protagonista me ha hecho pensar en alguna novela de Boris Vian: en todo caso, una obra de esas que, con sus defectos, muestran a un escritor desinhibido, valiente, al que no le importaba provocar reacciones de repulsa. Hasta para eso hace falta talento.
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