sábado, 3 de marzo de 2018

Mia Couto: La confesión de la leona


Idioma original: portugués

Título original: A confissão da leoa
Año de publicación: 2016
Traducción: Rosa Martínez-Lázaro
Valoración: recomendable

Hace algunas semanas se planteaban, a raíz de la  creciente repercusión mediática de Chimamanda Ngozi Adichie, cuestiones algo delicadas sobre la valoración de la literatura cuando esta valoración es afectada por factores no intrínsecamente literarios relacionados con las condiciones de los autores. Mi interpretación era que se ponía en tela de juicio a la crítica en su conjunto  en lo concerniente a cierta relajación de la objetividad (menudo concepto) dadas las innegables circunstancias de la escritora nigeriana: africana, de raza negra, mujer de un país de lo que aún llamamos Tercer Mundo. Un innegable cóctel ideal para verter algunos de los peores ingredientes: la sensación disimulada de superioridad (parece que para ser escritora en África todo tenga que consistir en superar trabas y obstáculos), la empatía forzada, la condescendencia, glups, peor aún, la conmiseración. 
No por reconocerlo habrá que renunciar a reconocer que esto es un desastre, que habría que intentar aislar una novela de esos factores que son un entorno viciado proclive a la predisposición, que la perspectiva de lector occidental aposentado en el sofá alternando de vez en cuando algo de literatura exótica (o como se les viene a llamar, literaturas periféricas - cómo mola el jodido concepto de llamar a lo demás periférico para enseñar al mundo que tu ombligo es el centro), no deja de ser un enorme condicionante y casi un factor de corrección a la hora de emitir un juicio fiable.
Vaya rollo.
Resulta que Mia Couto es mozambicano (o mozambiqueño, que alguien por favor me saque de dudas con este gentilicio), pero que es hombre y es blanco y que, por tanto, será muy raro que ciertas de las escenas de esta novela le sean familiares. Él no ha nacido en una pequeña aldea ni habla maconde ni ha formado parte de una sociedad tribal africana en la que las mujeres juegan un rol tan secundario y pasivo y servil. Y es bueno recordarlo cuando hay tanto iluminado que se deslumbra ante ciertas figuras evocadoras de ciertos ritos de ciertos pueblos y se compra una máscara de esas en cualquier mercadillo y habla de la ética de cierta tribu y de su respeto por la naturaleza y de sus dioses y sus fascinantes tradiciones... mientras pasan hambre y privaciones y continúan con ritos macabros como la ablación del clítoris. En fin, no represente ello más que una reflexión, para nada una recriminación ni una acusación de apropiarse de elementos ajenos. La historia empieza con cierta dureza: Mariamar es la última hija viva de Hanifa, esposa de Genito. Sus hermanas han ido falleciendo: la última, Silência, despedazada por leones que visitan el poblado de Kulumani donde ellos viven. Los hechos desencadenan un súbito interés por parte de Florindo Makwala, administrador del territorio, que quiere evitar los daños electorales que estos hechos pueden acarrear. Arcángel Baleiro, cazador de oscuro pasado que incluye vínculos poco claros con Kulumani, es designado para acudir a montar una cacería y acabar con los leones.
A partir de esa premisa exótica pero posible, Couto despliega una trama con ciertos detalles de intriga, en torno a las relaciones enrarecidas entre todos los personajes, trama que incorpora elementos sociales, raciales, religiosos, culturales, entremezclados de forma que puede resultar mágica aunque también algo folletinesca. Puede que Kulumani se nos muestre como una Comala o un Yoknapatawpha, algo de ambición hay aquí, pues la novela parece querer explicar mucho más que una mera tragedia local y se extiende, aunque en momentos pueda parecer algo confusa o extraviada, y en algún momento pisamos esa tierra polvorienta y notamos esa presión, ese machismo asfixiante, esa mezcolanza sórdida de supersticiones y realidades.

De Mia Couto en ULAD: El último vuelo del flamenco

3 comentarios:

Interlunio dijo...

Primero que nada decir que me gustó el rollo inicial. Me parece muy valorable que un debate anterior sea tenido en cuenta o invite a reflexionar. No digo que sea el caso, pero nunca escapo a debatir porque siempre preferí caer mal a pasar desapercibido.

Lo cierto es que compramos los libros de Rushdie, Ishiguro o Lessing como libros de autores británicos, y por más que estos africanos también maduren, estudien, vivan y publiquen en el primer mundo, se nos venden como autores africanos.
Con la señorita Chimamanda en particular, ya advertí que podría estar equivocado; en su ensayo esperaba leer sobre las animaladas que suceden en su país (has mencionado una), y me decepcionó leer sobre las diferencias salariales de una secretaria en Norteamérica.
Mis razones para interesarme en los autores africanos no se dan por aludidas en las que tú apuntas en ese cóctel, responden más a querer conocer sobre un lugar que no conozco, de la misma manera que si me intereso sobre la reciente historia Argentina voy a decantarme más por Walsh que por Bianciotti.

Sí, entiendo que a la hora de valorar una novela o llegar a ella sin prejuicios es necesario dejar de lado estas cosas. También entiendo que un africano tiene derecho a escribir sobre Laponia y que no se espere otra cosa por su nacionalidad.
Aquel debate surgió sobre Tranvía 83 de Mujila. Me agradó mucho leerlo y descubrirme equivocado. Descubrirme leyendo 60 páginas de un tirón a pesar de que ese Tranvía 83 podría ser un quilombo en sudamérica o que su autor podría ser de Ohio y no haber pisado el África jamás. Pero a diferencia de la nigeriana, encontré en él otras virtudes que me hicieron dejar de lado mis intenciones. Siempre me gustó la literatura que me hizo sentir ignorante o tonto y el ensayo de Chimamanda no me dejó nada que no haya leído antes.
Tú apuntas a la falta de objetividad en los críticos. Mis comentarios de aquel día apuntaban más al asco que me producen  las formas de publicitar algo o a alguien.

Aprovecho que le estoy robando tiempo a mi jefe para comentar algo muy del momento y que va por esta línea. Hoy, me arrancaría los ojos antes de leer "Fariña", "el libro prohibido" con el cual Casadellibro me atomiza día y noche para que lo compre por 7,99. El cual, ¡Ho casualidad! sufre esta censura una semana antes de que grupo Planeta saque la serie basada en él.
Ese tipo de cosas me generan rechazo. Que el libro más vendido sea el llamado "libro prohibido", y llamado así por un gigante que te lo mete hasta en la sopa. Y al mismo tiempo, no tengo razones para afirmar que el libro sea malo. Solo es que no puedo dejar de pensar en cientos de autores que no cuentan con esa promoción o que desearían que alguien les secuestre para que alguien les lea.
Yo creo que a la buena literatura no hace falta censurarla, ya es el inconsciente colectivo el que la ningunea.

También creo que en África habrá mucho talento y denuncia que no estudió en Yale ni en Cambridge, que no pasó por el sacrosanto filtro occidental, y me apena no tener acceso a él.
Por ahí iban mis comentarios aquel día.

A Mia Couto nunca lo he leído, aunque hace tiempo que tengo en la lista a "Venenos de Dios, remedios del Diablo."

Como dije al principio, gracias por traer a cuento aquel debate. Me molestó bastante debatir sobre feminismo, y tener que leer que lo hago porque tengo problemas con el feminismo. Es una suerte que alguien rescate otros debates para certificar que tengo problemas con otras cosas. :)

Juan G. B. dijo...

En castellano el gentilicio es mozambiqueño

Francesc Bon dijo...

Pues Interlunio, creo que el debate que se plantea aquí sería el del "racismo inverso". O el qué cojones hace un blanco intentando penetrar de tal manera en el subconsciente tribal. Cómo se atreve. Pero justo antes de ayer un juez hablaba de esferas mentales, y ya me lo creo todo yo. Me lo creo para mal, aclaro.