Año de publicación: 2011
Valoración: Está bien
Comenzaré por el final. En las páginas que cierran la
novela –tan teatrales como cualquiera de las otras– tiene lugar una escena muy fin de fiesta, especie de recapitulación
de lo leído a cargo de uno de los coprotagonistas, el vigilante de la nave, donde
viene a decirse que, por mucho que el trabajo se sublime, nadie se prestaría a
realizarlo si no necesitase el sueldo. Una obviedad, sí, pero relativa. Porque detrás
de ese monólogo de clausura podemos imaginar a Isaac Rosa escribiendo con rigor
y paciencia, documentándose a base de bien, incluso exprimiendo sus neuronas –con
poco éxito, por cierto–para aflojar la tirantez del ambiente a base de monólogo
interior y momentos de agresividad más o menos soterrada entre personajes, pero
sin pasión, obligado por la necesidad de ganarse, él también, las lentejas. Algo
que nota el lector desde esas primeras líneas en que un albañil, del que no
sabemos nada, detalla con una minuciosidad y parsimonia irritantes cada uno de
los movimientos necesarios para levantar una pared de ladrillos. Y, créanme,
son bastantes, tantos y tan aburridos que dan ganas de arrojar el libro al mar
y rezar para que alimente a las ballenas.
Porque yo en eso soy tajante: o leo o no leo. Jamás he practicado lo que
llaman lectura en diagonal, entre otras cosas porque distorsionaría
radicalmente la opinión que voy a formarme de un texto; imposible saber cuánto
puede aburrirnos si lo leemos a saltos. De ahí que me lo trague todo, palabra
por palabra, incluidas digresiones –que en este caso, como digo, amenizan un
poco el conjunto–, momentos bajos y hasta posibles incongruencias. Hace falta
dar oportunidades al cabreo. O a lo que sea, pues si hacemos trampas perdemos
la posibilidad de enfadarnos más de la cuenta, pero también de reflexionar con
los pensamientos que nos salgan al paso o de saborear hallazgos impactantes.
El autor experimenta con las perspectivas de su idea
original y ese experimento tiene por objeto otro: un montaje o performance
donde varias personas ejercen su oficio en un escenario con público. Algo
ciertamente inusual, pero no demasiado sorprendente después de lo que llevamos
visto. Cada capítulo refleja los pensamientos de uno de estos trabajadores en un
estadio concreto del proyecto, de forma que cada punto de vista hace avanzar la
acción un poco más, hasta el desenlace, tan coherente como previsible, incluso
un puntito irónico.
La plantilla –donde, por cierto, se oculta un esquirol– está
constituida por carnicero, operaria, informático, administrativa,
teleoperadora, mecánico, costurera, limpiadora, camarero y mozo –inmigrante por más señas–además
de los dos mencionados, y hasta una prostituta ocasional fuera de nómina. Tampoco
faltan los merodeadores y vagabundos que visitan la instalación de incógnito para
aliviarse, consumir o desfogar sus ánimos con un poco de vandalismo.
El título no se ha puesto al azar: se entiende por “mano invisible” el mecanismo espontáneo
que caracteriza a toda sociedad capitalista haciéndola progresar por el simple
impulso de sus leyes internas. De ahí que la novela, desde su planteamiento
hasta el último detalle, contenga una carga crítica implícita, un guiño irónico
sobre la cacareada utopía de que el trabajo realiza y pone en marcha una sociedad
(casi) perfecta. Se trata por tanto de una sátira, del retrato de un estrato
social y de una indagación sobre la experiencia laboral, sus posibilidades, frustración,
reglas y límites, entendiendo por tales las condiciones de cualquier tipo que alguien,
el que sea, está dispuesto a soportar a cambio de un salario. Límites que no
son homogéneos, pues, como se demuestra a lo largo de la trama, dependen de la experiencia,
capacidad crítica, espíritu de sacrificio, ideología, inteligencia, docilidad, resistencia,
penosidad de las tareas, vocación, ambiciones, rebeldía, conciencia de clase, naturaleza
reivindicativa etc. de cada uno de los individuos.
Eso en cuanto al fondo. El estilo, como es lógico, tiende
a la monotonía y, en sus momentos más logrados, recuerda mucho al Saramago de Ensayo sobre la ceguera, tanto que somos
incapaces de disfrutar unos párrafos más agradables que la media pero que se
intuyen calcados de otro sitio.
En pocas palabras, novela con protagonista coral,
bienintencionada y bastante trabajada, pero carente de chispa debido a la rigidez
de planteamientos consustancial al subgénero de tesis.
6 comentarios:
Coincido en un alto porcentaje con la reseña, aunque la valoración me parece un poco generosa.
El planteamiento, muy de Saramago, es lo más interesante del libro. El resto, para mí, decepcionante. Sobre todo, personajes estereotipados, situaciones estiradas en exceso, páginas que sobran, etc.
Fue lo primero que leí de Isaac Rosa y, hasta ahora, lo último.
Un abrazo
Gracias por reseñar este libro, compañera: yo llevaba un tiempo planteándomelo, pero no me acababa de decidir... ¡ahora ya no tengo dudas!
Hombre, Koldo, un "Está bien" es entre cinco y seis, creo. y se lo ha ganado por las buenas intenciones y la exhaustiva documentación, porque estamos de acuerdo en que de literario, nada. (¡Qué susto! al leer lo de valoración generosa pensé que me había confundido y le había puesto un "Recomendable". :)
No hay de qué, Juan. Supongo que no tener dudas, en este caso, significa que desistes. Te vas a perder un buen ladrillo, aunque es cierto que su análisis del mundo del trabajo sería interesante si lo hubiese expuesto de otra forma.
Hola a todos y gracias por la reseña. Es cierto que la repetición se hace irritante, pero quizá sea intencionada. ¿Por qué pensáis que Rosa se sirve del teatro para exponer su, como dice la reseña, "tesis"? Saludos
Este que reseñas no lo he leído pero Feliz Final me parece recomendable por si alguien quiere leer algo de este autor. Es angustioso en parte pero tiene reflexiones que dan que pensar y provocan replanteamientos. Quizá conecte más con el lector que ahora ande alrededor de los cuarenta.
No dudo de que muchos otros libros de Isaac Rosa tienen un contenido interesante, incluido el de esta reseña. Lo que no me ha convencido es la forma, pues usa un recurso, que empieza siendo novedoso
y acaba aburriendo a las ovejas a base de repetir un esquema previo que se agotó en la segunda página.
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