lunes, 3 de noviembre de 2025

César Aira: En El Pensamiento

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2024

Valoración: Recomendable


No sé si a alguien más le pasa, pero a mí valorar lecturas de César Aira me parece bastante complicado, quizá porque le leo muy de cuando en cuando. Me parece que escribe extraordinariamente bien, con capacidad para crear las atmósferas adecuadas, jugar al despiste con facilidad pasmosa y talentazo para sacar petróleo de cualquier cosa por insignificante que parezca. Todo esto solo lo puede conseguir un escritor con técnica y sensibilidad que brotan con naturalidad y llevan la palabra justa al lugar adecuado para construir narraciones siempre inteligentes y a veces de enorme belleza.

Si alguien se ha fijado en la mayúscula del título se habrá dado cuenta de que El Pensamiento es un lugar, en concreto un pueblito minúsculo, una pequeña aldea construida en torno a una estación del ferrocarril que une (o unía, no sé) Rosario con Puerto Belgrano. La estación y cuatro casas, rodeado todo ello por inmensos paisajes despoblados, un lugar real que Aira seguramente conocía, ya que nació en Coronel Pringles, localidad cercana y ya de más entidad. El relato se centra en los recuerdos de quien fue un niño en El Pensamiento, justamente el año anterior a emigrar a la pequeña ciudad vecina. 

La llegada de un joven preceptor y la misteriosa desaparición de una locomotora son los hilos conductores de la historia. Si es que se puede llamar así, porque lo que tenemos son multitud de imágenes, sonidos y sensaciones grabadas en el recuerdo del niño, percepciones de un mundo visto desde su  óptica, de dimensiones ajustadas a su escala, y de una ingenuidad que muy poco a poco va cediendo al contacto con el mundo adulto. La memoria se va entrelazando con la fantasía (el ángel que rellena los tinteros al amanecer), el descubrimiento de pequeñas claves racionales (las vías que parecen juntarse en la lejanía) o de pautas de comportamiento (el grupo en un picnic), mientras el autor se deja a ratos llevar por algo próximo a la prosa poética.

Pero, claro, es César Aira, y ese ramalazo dura poco, porque donde disfruta de verdad es integrando propuestas dispares, sin orden aparente, simplemente porque fluyen así, aparecen y desaparecen dejando al lector en una deliciosa duda. Así, el relato parece cobrar vida propia ofreciendo variantes posibles que quizá no conduzcan a nada, pero que dejan la sensación de literatura de gran nivel, y el mismo lenguaje se transforma en pocas líneas de algo que roza el surrealismo a la aspereza de un catálogo técnico. El relato se asoma al pasado del niño incluso físicamente, como observando un pequeño escenario de juguete en el que podría interactuar. Todo es un moderado placer en el que ya importa poco la historia de la aldea ferroviaria, y nos basta con disfrutar de la frase exacta, del quiebro sutil e inesperado o de la atmósfera tenue de un pasado en blanco y negro, hasta que el autor nos vuelve a sorprender con un final algo abrupto que le deja a uno estupefacto.

Estaba pensando que para César Aira esto de escribir libros debe ser una especie de juego, algo a lo que él juega desde luego muy bien, a base de ir soltando textos casi siempre muy breves donde se explaya como a él le apetece, ahora más bromista, luego más metaliterario, después más poético o reflexivo. Tiene repertorio, mucho, creatividad, a toneladas, escribe magníficamente y domina los resortes, de manera que todo le sale bien. Pero a uno le queda la duda de saber lo que daría de sí levantando algo de más empaque, una historia menos espontánea y más elaborada. Puede que de esta forma se convirtiese en un autor más convencional y se perdiese así la gracia de lo que hace. O tal vez podríamos descubrir a un absoluto genio que sumar a la lista de seis, ocho o diez autores latinoamericanos top que podamos tener en la cabeza. Podría ser una cosa o la contraria, veríamos, pero lo cierto es que don César no parece que esté por la labor.


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