Título original: Hollywood
Traducción: Cecilia Ceriani
Año de publicación: 1989
Valoración: Está bien
No creo que me equivoque mucho si digo que casi todos hemos catado en alguna medida a Bukowski en nuestra juventud. Es que es irresistible, todo eso del realismo sucio, hablando sin tapujos de sexo, de alcohol, libros en los que se dice follar y que te jodan, tipos antisociales que se ríen de las convenciones. Una especie de versión cínica de Kerouac, un Borroughs en viaje de vuelta. Un cóctel apetecible para alguien ansioso de conocer el lado oscuro del vicio, el riesgo y las peleas. Muchos años más tarde echamos un vistazo a aquellas historias y, claro, impresionan bastante menos pero ¿pueden seguir resultando atrayentes?
Un director de cine encarga a Bukowski (o a su inevitable alter ego Chinaski) que escriba un guion. Tras algunas dudas consigue sacarlo adelante, y ahora toca hacer la película. Todo son dificultades con productores y actores, con la financiación y los caprichos de la industria, problemas que el guionista contempla a cierta distancia, más vinculado al proyecto por amistad que por auténtico interés (al margen del económico, claro). Las múltiples vicisitudes que se van sucediendo, algunas disparatadas pero con el aspecto de ser muy reales, constituyen el cuerpo del relato de principio a fin.
Bukowski siempre habla de Bukowski, con lo que la lectura de todos sus libros nos proporciona algo parecido a una biografía completa. Esta tendencia a contarnos sus excesos y aventuras puede resultar un poco cansina, y hasta poner en cuestión la creatividad del autor. Pero bueno, es innegable que con su personaje a cuestas consigue arrastrar a buen número de incondicionales que disfrutan de su aspereza y su sarcasmo. Todo esto lo encontramos, claro está, en Hollywood, que por lo demás me parece un texto algo monótono, una colección de anécdotas más o menos cómicas que desde el punto de vista narrativo no dan mucho más de sí.
Claro que Bukowski no es mal escritor, no solo tiene un estilo muy personal y domina perfectamente la acción (no por nada es su propio protagonista y puede estirar, adornar o reinventar su propia experiencia), sino que también sabe colocar elementos que realcen su relato. Aunque sea en una capa menos visible, podemos detectar la decadencia que marca la edad, y una especie de viaje involuntario, casual o no tanto, a lugares visitados en la juventud, un punto muy tenue que, sumergido en la ironía dominante, se diría que el autor no quiere que se llegue a apreciar. El peculiar papel del guionista asoma también entre las páginas, es quien ‘hace latir los corazones’ de sus personajes, quien les da ‘palabras para hablar’, les hace vivir o morir; pero
¿Y dónde estaba el escritor? ¿Quién fotografiaba alguna vez al escritor? ¿Quién aplaudía? Aunque menos mal ¡joder!, claro que menos mal: el escritor estaba donde debía estar: en algún rincón oscuro, observando.
Ya, se podría añadir, o más bien en el bar, o en ese mismo rincón oscuro trasegando un par de botellas de vino. Porque si nos parásemos a contar las botellas que se vacían en este relato (sobre todo vino, pero también whisky, vodka, lo que se tercie) nos podría salir un número cercano a ese gúgol que nos es tan familiar, no por nada la presencia del alcohol en los relatos de Bukowski, o sea, en su propio día a día, es de esas cosas que en principio hacen gracia, diríamos que despiertan simpatía, pero sobrepasada una frontera, empiezan a dar bastante grima. Quizá también porque, queriéndolo o no, todo tiene un ligero aire de autoparodia: al autor le gusta presentarse como el alcohólico irreductible que ha aprendido a integrar su vicio con cierta dignidad, y también como el sexagenario bien curtido al que nada asusta, el superviviente que se ríe del mundo y sus pequeñas miserias.
Naturalmente, hay en el fondo una corriente crítica con la industria del cine, el gobierno implacable del dinero y la ambición, los caprichos de las estrellas y la mezquindad de los productores, la falsedad escondida en fiestas aburridas donde cada uno busca su oportunidad. Y por ahí, ocultándose o saludando, anda Bukowski, que a fin de cuentas parece un buen hombre, buscando al camarero para que le ponga otra copa.
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6 comentarios:
A Bukowski hay que leerlo antes de cumplir los 20 años. Después ya deja de impactar.
Pues esa era un poco la idea.
Por que en estas páginas literarias siempre hay los que van de pretenciosos, creyendose que lo han visto todo cuando sólo son adultos aburridos tirados en el sofá quejandose de las mujeres.
Ya, es que cada uno tiene sus limitaciones, ya ves.
Yo ahora estoy con su poesía "Los placeres del condenado" y a mis 37, está bien... Pero es cierto que pierde chicha...
Acabas de definir a Bukowski
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