Año de publicación: 2017
Valoración: Está bien
Es un hecho más que
comprobado que al ser humano la vida se le queda muy corta. La suya, la de su
entorno y la del mundo en general: presente, pasado y futuro. Por eso se
inventó la literatura.
Y nos fue bien durante muchos
siglos, pero luego esta se convirtió en negocio. Entonces llegó la auto-ficción.
Lo siento, pero cuando se
trata de novedades a veces no hay más remedio que insistir en el asunto. Y
aclaro que me refiero a la auto-ficción como producto ligero, que atrae a
numeroso público y convierte a quienes la practican en iconos populares en un
periodo record de tiempo. Utilizarse a uno mismo como pretexto es un recurso
muy respetable y hay autores que, valiéndose de él, han producido auténticas
maravillas. Pero, claro, después de salir a la palestra, hay que elevar el
discurso, algo que se puede hacer de muchas formas. Citaré algunas que
recuerdo, a saber: crear todo un mundo literario con el material de que se
dispone, profundizar en el real dando a conocer realidades inexploradas o
sacando nuevas facetas a la luz, irse por las ramas del pensamiento, ramas que,
dependiendo de la personalidad e intenciones del escribiente, pueden adoptar
enfoques muy diversos, etc. etc.
Del Molino se ha quedado
plantado en las aceras de su antiguo barrio y de ahí ha extraído un texto
entrañable, cercano, emotivo, introspectivo e intimista, pero claramente por
debajo de su potencial a mi muy modesto entender. Comprendo, y entiendo que es
legítimo, el orgullo por haber superado expectativas derivadas de un origen
concreto, y está bien exhibirlo tal cual en, por ejemplo, un diario personal o
la correspondencia privada, pero en un volumen con título en portada, si no lo
sazonas con los debidos aditamentos literarios te acabará convirtiendo en un
pelma.
Todavía hay más peros a esta tendencia tan frecuentada
últimamente. Y es que el escritor ya tiene en la cabeza, con todo lujo de
detalles, los lugares, ambientes y personas que retrata, de modo que no ve la
necesidad de caracterizarlos, olvida que el lector solo conoce lo que él tiene
a bien contarle. Relacionado con esto, entramos en la cuestión de la intimidad,
porque –no lo olvidemos– el escritor expone en todo momento su propia vida y la
de su entorno, de modo que no le es posible aportar muchos detalles, la excusa
perfecta para evitar cualquier tipo de pauta narrativa, por ejemplo, no hay
obligación de cerrar las historias. Todo esto nos lleva a la reflexión del principio,
si existe la ficción –narrada o en imágenes– es, precisamente, para que sirva
de catarsis, mezclando mentira con verdad, disfrazando, distorsionando y
fabulando para no desvelar datos concretos, y de paso aportando al relato una
coherencia que la realidad no ofrece casi nunca.
Del Molino tuvo la suerte de
contar en el instituto con un profesor de filosofía que hacía pensar a sus
alumnos, alguien que le abrió los ojos al mundo y, por tanto, uno de los
condicionantes que le han convertido en lo que es. Un personaje así, cuyo pensamiento
no funciona a base de clichés y que además tiene la valentía de expresarlo, constituye
un tesoro para el novelista. Si, como en este caso, el individuo en cuestión no
es un ideal de cartón-piedra, sino que está vivo en su memoria, con sus
contradicciones, equivocaciones, histrionismos, rebeldías y exabruptos diversos,
las posibilidades de hacerlo funcionar en un texto son casi ilimitadas. Más aún
cuando la idea de convertirse en material de ficción surgió del propio
ex-profesor como una táctica más, entre otras, de intervenir en su futuro
póstumo. No obstante, casi todo se reduce a recuerdos dispersos, notas
rescatadas de algún diario, apenadas reflexiones, junto a una panorámica
general de sus años de adolescencia, con el profesor como coprotagonista, y una
serie de anécdotas de la relación entre ambos a través de los años
transcurridos con el panorama político-social de los 90 como telón de fondo de
la historia.
Sin abundar en detalles para
que cada cual descubra lo que esta lectura le reserva, debo señalar que el
susodicho aparece citado expresamente. A las pocas páginas comprendí que ese
nombre me sonaba de algo y, efectivamente, había sido autor de un blog personal
que yo frecuenté hace tiempo y que se interrumpió bruscamente alegando un
motivo tan increíble como dramático. “Dejo de escribir porque he decidido irme
de este mundo” es lo que venía a decir, más o menos. En aquel momento, pensé
que se trataba de una broma. Tristemente, el tiempo y que no se produjesen
desmentidos fue haciendo verosímil la noticia. Supongo que estas confesiones habrán servido a su autor para exorcizar
fantasmas y a los lectores para disfrutar de un relato emocionado. No es el
artefacto subversivo que, probablemente, esperaba el finado, pero ningún
discípulo es una copia exacta del maestro. Y su título, además de sonoro, no
puede ser más certero pues da en el centro de la diana; el propio autor lo
explica y las imágenes que suscita esta explicación también son impactantes.
Del mismo autor: La España vacía, La hora violeta, Lo que a nadie le importa, Lugares fuera de sitio
4 comentarios:
Este es otro caso sobre un libro que nunca leeré, pero con el que he disfrutado de la reseña de Montuenga.
Eres implacable y pocos adjetivos me parecen mejores para elogiar a alguien que se encuentra en tu posición.
Sobre El Negocio y lo que hay detrás de él no vale la pena decir mucho, responde a códigos tan simples que nada interesante hay en escrutarlo. La causa de que los autores entren en esa rueda también es fácil de resolver. Lo interesante son, pienso, las razones que hacen que el consumidor mayoritario incline los mercados hacia estos derroteros. Si el hecho de que los programas televisivos más vistos sean los reality ya hablaba mal de nosotros, que la auto-ficción abunde en la literatura actual parece un signo aún peor.
En lo particular no he probado semejante indigestión y supongo que se debe a que no tengo tantas lecturas en la mochila como vosotros, además de poder mantenerme alejado de las novedades. Desde aquí, siempre admiro y envidio vuestros kilometros leídos y vuestros conocimientos literarios, no así vuestro lugar a la hora de abrir un libro. Quiero decir que como "lector medio" aún soy lo suficientemente inocente para disfrutar de una obra de ficción sin desmenusarla obligatoria o invariablemente. Tú misma escribes que es una obra entrañable y uno podría pensar que ese adjetivo basta a la mayoría del público.
Pero aprender es perder la inocencia y aquí es cuando caben aún más agradecimientos a vuestra labor.
Dicho todo lo anterior, que nadie se extrañe cuando agrego: gracias, Montuenga y Ulad por hacernos "menos felices".
Jaja. Gracias a ti, Diego. Date cuenta de que no eres menos paradójico que yo, pero como es lógico estoy de acuerdo contigo. Saludos
Hola:
No he leído a este hombre, sólo sé que se hizo famoso por escribir algo a raíz de la muerte de su hija, y que tiene una sección de libros en la radio, de tipo ligero.
Montuenga, después de leer tu reseña no tengo ningún interés en leer este libro, porque coincido en todo lo que tú has dicho. Esta auto-ficción de discurso fácil y entrañable me cansa; eres implacable, sí, pero certera: son unos pelmas. Además, con el discurso de lo políticamente correcto de fondo, en cuanto decimos algo sobre este tipo de escritura, aparece alguien que nos tacha de poco "comprensivos", "intolerantes" "faltos de empatía" (pongo las comillas ya que los adjetivos son textuales), porque son las vivencias de una persona que ha sufrido mucho y siente la necesidad de ayudar al prójimo contándole como lo ha superado.
Se da la paradoja de que, en contraposición, hay otro tipo de literatura que abunda en lo opuesto, en exponer la basura de esta sociedad acomodaticia e ideal, poniendo el foco en lo que nos avergüenza de nosotros mismos. Me refiero a escritores como Houllebecq, Chirbes, Koch, Lamaitre, etc..,que frente a una escritura "gazmoña" presentan otra de tipo..mmm.. ¿salvaje?, ¿audaz?
Ambas me superan, una porque es mema y de baja calidad, y la otra porque no deja resquicio a la esperanza y no la soporto muy seguido.
Diego, yo me consideraba una lectora abierta y poco exigente, pero desde que sigo a ULAD de modo asiduo me he hecho bastante más crítica con lo que leo. No sé si soy menos feliz, pero he ganado en capacidad de reflexión, que no es poco.
Saludos
¿Qué se puede decir después de esto? Amén, Lupita, y muchísimas gracias :)
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