Título original: Sońka
Traducción: Xavier Farré (ed. en catalán) y Francisco Javier Villaverde (ed. en castellano)
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable
Es evidente que, en tiempos de pandemia, una editorial pequeña puede tener grandes dificultades para conseguir situar a los ojos del lector, para tentarlo, para atraerlo, un libro de reciente aparición. La potencia de las grandes editoriales, con sus recursos y su altavoz mediático se impone, y un libro publicado un mes antes de la irrupción de la pandemia es difícil que sobresalga. Pero para eso estamos, para encontrar joyas que puede que hayan pasado injustamente desapercibidas entre el público y abrir una rendija por donde entre la curiosidad lectora.
El inicio del libro que nos ocupa es singularmente atrayente y empieza cuando Sońka, una anciana campesina de un pueblo pequeño ubicado entre Polonia y Bielorrusia, ve cómo un coche para en medio de la carretera próxima a su casa. La persona que baja del coche resulta ser Igor Grycowsky, un joven y famoso dramaturgo, quien le cuenta que se le ha estropeado el coche y no puede llamar a nadie. Sońka le ofrece hospitalidad en su pequeña casa y, mientras le da cobijo, le cuenta su vida, una vida marcada por la guerra y la tragedia, por el amor y el odio, por la incertidumbre y el desespero. Una historia que atrapa a Igor y que encuentra en ella un material inigualable para representar su vida en una obra teatral.
A partir de esta inesperada visita o fortuito encuentro, Sońka narra a Igor la relación que tuvo años atrás con un soldado alemán, en plena Segunda Guerra Mundial. Una relación apasionada, desatada, atrevida, contra los elementos que rigen la coherencia y la racionalidad, un amor por el que afirma que «nos amábamos tanto que el tiempo corría únicamente cuando estábamos juntos. Como si nosotros mismos fuéramos el tiempo. Fuera de nosotros, el tiempo no existía, nada de nada». Un enamoramiento del que recuerda que «rogaba fervorosamente (…) porque los alemanes ganaran y se quedaran allí para siempre». Una relación a escondidas, del padre, de los hermanos, de los vecinos, una relación imposible atada a una mentira que la persigue, que «se te adhiere como una telaraña, que te quita la libertad y —sobre todo— te condena a la soledad».
Estilísticamente, sorprende ya de entrada el estilo de Karpowicz, un estilo que mezcla el tono rural de Sońka, algo antiguo, rústico, de antaño, con un atrevimiento inusual que torna hacia la parte cómica, distendida y valiente de Igor. La mirada del narrador se sitúa inicialmente en el plano de quien, no únicamente contempla la escena entre divertimento y confusión, sino también en la admiración que surge del contraste entre estilos de vida y de pensamiento. Así el narrador permite sorprenderse con la propia historia narrada y contagia al lector en ese interés por saber lo que realmente ocurre entre ambos personajes, que ubica mentalmente y describe tomando consciencia de que forman parte de una obra teatral, situándolos en un escenario y adornando la historia con añadidos teatrales, tal y como describe gráficamente cuando Igor entra en casa de Sońka: «el sol se apagó, en el auditorio se fueron apagando las voces, ahora empezará el estreno, el foco central hace emerger de la oscuridad una figura encorvada». Porque este es uno de los méritos del autor y uno de sus principales atractivos: mezclar el relato de la vida de Sońka con la adaptación de su historia al terreno teatral, una recreación que sucede a la vez que la historia es contada, mezclando lo sucedido con los pensamientos de Igor al ensayar la obra. Con este atrayente planteamiento inicial, el autor consigue mezclar modernidad con antigüedad, distender tanta tragedia aportando distancia saliendo de la escena, al darnos a entender que eso ya pasó, que ocurrió años atrás, pero cautivándonos nuevamente al entrar de nuevo en la historia representada.
Partiendo de esta premisa, el autor teje una narración meta literaria, donde recrea esa historia que uno no sabe a ciencia cierta si ocurrió o es parte del proceso creativo del autor/protagonista narrador que le va añadiendo recursos dramáticos y efectistas, pero que eso es lo de menos, pues para narrar los sentimientos no hace falta que lo que ocurra sea verídico, sino únicamente que sea creíble. Las sensaciones que emanan del texto son reales, existan en este relato o en otro, viven dentro de nosotros y el autor juega con la incertidumbre de la veracidad de la historia sin dudar en ningún momento sobre la autenticidad de los sentimientos que narra. Y el autor no rehúye esa dicotomía, ese dilema narrativo, pues transmite al lector sus inquietudes de manera clara, interpelándolo, casi desafiándole siendo consciente de que todo es un teatro, como la propia vida.
Escrito con gran belleza y sensibilidad, la historia que narra Karpowicz es una historia de dolor y tragedia, de guerra y muerte, pero también de esperanza e ilusión, tal vez rota a veces o quebrantada por una realidad que insiste, obcecadamente, en incidir en la vida dejando una marca anímica imborrable, pero sí transformable, adaptable a una nueva realidad que grita a voces reclamando un espacio para crecer allí donde solo parecía haber tierra árida e infértil. Sońka acoge en su personaje el pesar de aquellos pueblos atravesados completamente por una guerra que deja atrás muertos y pesar, y que deja delante un vasto pasaje de desesperanza. Un estado de ánimo que queda patente cuando afirma que «sabía que la guerra terminaría pronto, porque ya no había gente. Había muerto. Y si no hay gente, tampoco hay guerra».
En esta obra que gana en intensidad a medida que uno avanza en la lectura y que, en ocasiones, recuerda a las tragedias de Mouawad por ese teatro lleno de fatalidades, desgarrador y pasional, un teatro que aquí se entreteje en medio del propio libro, en un acto de metaficción que pone al lector en el anfiteatro desde el que observar la vida, que incluso recuerda a Kristof, por las rurales vidas narradas, tristes y con una esperanza tenue, frágil y sumamente temporal, o también a Țîbuleac, por narrar la tragedia desde la belleza estilística. Porque ahí está la clave, en la pasión que desprende el relato, en su dureza no exenta de belleza narrativa.
Karpowicz ha escrito un texto en el que se entremezcla la narración con el teatro, la representación con la realidad, la vida con la muerte, la esperanza con la tragedia y la revisión de un pasado que no tiene fuerza suficiente para mirar al futuro; una obra que conmueve, afecta y deja un poso que solidifica en el estado anímico del lector que empatiza de manera irremediable con la obra. Dice el autor, en una escena donde Sońka llora desconsoladamente, que «en las personas hay mucha más agua que sangre». Karpowicz hace que seamos conscientes de ambas cosas, inundando con lágrimas una tragedia labrada a base de dolor y muerte.
El inicio del libro que nos ocupa es singularmente atrayente y empieza cuando Sońka, una anciana campesina de un pueblo pequeño ubicado entre Polonia y Bielorrusia, ve cómo un coche para en medio de la carretera próxima a su casa. La persona que baja del coche resulta ser Igor Grycowsky, un joven y famoso dramaturgo, quien le cuenta que se le ha estropeado el coche y no puede llamar a nadie. Sońka le ofrece hospitalidad en su pequeña casa y, mientras le da cobijo, le cuenta su vida, una vida marcada por la guerra y la tragedia, por el amor y el odio, por la incertidumbre y el desespero. Una historia que atrapa a Igor y que encuentra en ella un material inigualable para representar su vida en una obra teatral.
A partir de esta inesperada visita o fortuito encuentro, Sońka narra a Igor la relación que tuvo años atrás con un soldado alemán, en plena Segunda Guerra Mundial. Una relación apasionada, desatada, atrevida, contra los elementos que rigen la coherencia y la racionalidad, un amor por el que afirma que «nos amábamos tanto que el tiempo corría únicamente cuando estábamos juntos. Como si nosotros mismos fuéramos el tiempo. Fuera de nosotros, el tiempo no existía, nada de nada». Un enamoramiento del que recuerda que «rogaba fervorosamente (…) porque los alemanes ganaran y se quedaran allí para siempre». Una relación a escondidas, del padre, de los hermanos, de los vecinos, una relación imposible atada a una mentira que la persigue, que «se te adhiere como una telaraña, que te quita la libertad y —sobre todo— te condena a la soledad».
Estilísticamente, sorprende ya de entrada el estilo de Karpowicz, un estilo que mezcla el tono rural de Sońka, algo antiguo, rústico, de antaño, con un atrevimiento inusual que torna hacia la parte cómica, distendida y valiente de Igor. La mirada del narrador se sitúa inicialmente en el plano de quien, no únicamente contempla la escena entre divertimento y confusión, sino también en la admiración que surge del contraste entre estilos de vida y de pensamiento. Así el narrador permite sorprenderse con la propia historia narrada y contagia al lector en ese interés por saber lo que realmente ocurre entre ambos personajes, que ubica mentalmente y describe tomando consciencia de que forman parte de una obra teatral, situándolos en un escenario y adornando la historia con añadidos teatrales, tal y como describe gráficamente cuando Igor entra en casa de Sońka: «el sol se apagó, en el auditorio se fueron apagando las voces, ahora empezará el estreno, el foco central hace emerger de la oscuridad una figura encorvada». Porque este es uno de los méritos del autor y uno de sus principales atractivos: mezclar el relato de la vida de Sońka con la adaptación de su historia al terreno teatral, una recreación que sucede a la vez que la historia es contada, mezclando lo sucedido con los pensamientos de Igor al ensayar la obra. Con este atrayente planteamiento inicial, el autor consigue mezclar modernidad con antigüedad, distender tanta tragedia aportando distancia saliendo de la escena, al darnos a entender que eso ya pasó, que ocurrió años atrás, pero cautivándonos nuevamente al entrar de nuevo en la historia representada.
Partiendo de esta premisa, el autor teje una narración meta literaria, donde recrea esa historia que uno no sabe a ciencia cierta si ocurrió o es parte del proceso creativo del autor/protagonista narrador que le va añadiendo recursos dramáticos y efectistas, pero que eso es lo de menos, pues para narrar los sentimientos no hace falta que lo que ocurra sea verídico, sino únicamente que sea creíble. Las sensaciones que emanan del texto son reales, existan en este relato o en otro, viven dentro de nosotros y el autor juega con la incertidumbre de la veracidad de la historia sin dudar en ningún momento sobre la autenticidad de los sentimientos que narra. Y el autor no rehúye esa dicotomía, ese dilema narrativo, pues transmite al lector sus inquietudes de manera clara, interpelándolo, casi desafiándole siendo consciente de que todo es un teatro, como la propia vida.
Escrito con gran belleza y sensibilidad, la historia que narra Karpowicz es una historia de dolor y tragedia, de guerra y muerte, pero también de esperanza e ilusión, tal vez rota a veces o quebrantada por una realidad que insiste, obcecadamente, en incidir en la vida dejando una marca anímica imborrable, pero sí transformable, adaptable a una nueva realidad que grita a voces reclamando un espacio para crecer allí donde solo parecía haber tierra árida e infértil. Sońka acoge en su personaje el pesar de aquellos pueblos atravesados completamente por una guerra que deja atrás muertos y pesar, y que deja delante un vasto pasaje de desesperanza. Un estado de ánimo que queda patente cuando afirma que «sabía que la guerra terminaría pronto, porque ya no había gente. Había muerto. Y si no hay gente, tampoco hay guerra».
En esta obra que gana en intensidad a medida que uno avanza en la lectura y que, en ocasiones, recuerda a las tragedias de Mouawad por ese teatro lleno de fatalidades, desgarrador y pasional, un teatro que aquí se entreteje en medio del propio libro, en un acto de metaficción que pone al lector en el anfiteatro desde el que observar la vida, que incluso recuerda a Kristof, por las rurales vidas narradas, tristes y con una esperanza tenue, frágil y sumamente temporal, o también a Țîbuleac, por narrar la tragedia desde la belleza estilística. Porque ahí está la clave, en la pasión que desprende el relato, en su dureza no exenta de belleza narrativa.
Karpowicz ha escrito un texto en el que se entremezcla la narración con el teatro, la representación con la realidad, la vida con la muerte, la esperanza con la tragedia y la revisión de un pasado que no tiene fuerza suficiente para mirar al futuro; una obra que conmueve, afecta y deja un poso que solidifica en el estado anímico del lector que empatiza de manera irremediable con la obra. Dice el autor, en una escena donde Sońka llora desconsoladamente, que «en las personas hay mucha más agua que sangre». Karpowicz hace que seamos conscientes de ambas cosas, inundando con lágrimas una tragedia labrada a base de dolor y muerte.
18 comentarios:
¡Joder, qué pintaza! Apuntado queda (otra cosa es que caiga)
¡Muchas gracias, Koldo!
A ver si te animas y nos cuentas qué te ha parecido.
Saludos
Marc
A mí me ha llamado mucho la atención, también. El problema es que mi lista de libros pendientes crece más rápidamente que lo que me da tiempo a leer. No sé qué voy a hacer.
Hola, ChuangTzu, me alegro que te haya interesado. Se trata de un buen libro.
Y, por si te sirve de consuelo, el problema de la lista de crecimiento interminable creo que lo tenemos muchos de los que andamos por aquí. La clave está en intentar acertar en la decisión de qué leer (y cuando, que también cuenta). Y a pesar de que no siempre es fácil. Entre todos (con la ayuda de vuestras aportaciones y sugerencias) intentamos encontrar los libros buenos entre la gran cantidad de libros publicados.
Saludos, y gracias el comentario.
Marc
Gracias Marc.. Por tu extraodinaria reseña... Mayor Thompson
¡Muchas gracias, Mayor Thomson!
Saludos, y gracias por el comentario y leernos.
Marc
Marc,!!
Ya obtuve el libro y en un par de horas lo empiezo.....
Nota: me encantan tus reseñas!
Muchos Saludos desde México en pleno encierro!
Hola, Marcela.
Muchas gracias por los elogios a mis reseñas, siempre es un motivo más (y uno de potente) para seguir reseñando y compartiendo opiniones.
Ya me contarás qué te parece el libro y si coincidimos en la valoración.
Saludos y ánimo con el encierro.
Marc
Cierto, las reseñas son magnificas, por eso sueles "pillarme". Ya hace un tiempo que acomodo mis lecturas (casi) a lo que se reseña en este blog. O sea que de nuevo, a ti y a todos, "gracias por existir".
Sonka es sin duda un gran libro, aunque confieso que me ha costado un poco, he tenido la sensación que quería meter demasiados temas en poco espacio y algunas veces las imágenes o simbolismos se me atragantaban, eso de leer dos veces un párrafo y decir "pues es que no pillo que me quieres mostrar" .
Pero bueno, leído con gusto y recomendable a pesar de todo.
Hola, Magda.
En primer lugar, disculpas por la demora en responder a tu comentario, algo impropio de mi.
Te entiendo cuando dices que te costó un poco, a mi al principio también por el still del autor mezclando escenas puntuales de teatro y narración. Pero luego, una vez te acostumbras, ya disfrutas también con ello.
Gracias por el elogio a la reseña y al blog en general, y gracias también por enriquecerlo con tus comentarios.
Saludos
Marc
Muchas gracias por esta recomendación. Lo leí en kindle pero no me resisto a volver a leerlo de verdad. Saludos!
Hola, Jose, muchas gracias por tu comentario.
Me alegro que te haya gustado el libro hasta el punto de volvértelo a leer.
Saludos, y gracias por leernos.
Marc
Justo hoy he terminado Sonka de Karpowicz (animada por tu reseña) y me ha parecido literariamente muy buena,la he disfrutado mucho, la forma de expresar los sentimientos, este amor tan de dentro, detalles que te llenan el alma, , pinceladas historicas de la dureza de una época y de un lugar, la dureza de la vida rural, la dureza hacia las mujeres, ...
Saludos y gracias por vuestras reseñas
M.Àngels
Hola, M. Àngels.
Me alegro que el libro te haya gustado, y describes perfectamente las sensaciones que tuve al leerlo: el amor incontrolable, la dureza de una época y un lugar, pero también la belleza de un relato.
Muchas gracias a ti por los elogios al blog, y por visitarnos y comentar.
Saludos
Marc
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Este libro me ha impactado como pocos y esa manera de narrar mezclando efectos teatrales a la vida de Sonka, es verdaderamente original. También me ha llamado la atención el lenguaje, es muy visual, puedes ver cada escena, las imágenes aparecen claramente en tu cabeza.
La manera de describir la sangre me pareció algo tan poética, preciosa...
También quiero apuntar esa unión con los animales, forman parte de ella, son como unas extensiones de su cuerpo.
Recalcar que es una novela que hay que leer porque Sonka es una mujer extraordinaria, se merece que conozcamos su historia.
Hola, Anónimo.
Me alegra que coincidamos en la valoración. Ciertamente es un gran libro que, por razones que desconozco (puede que sea porque ha estado publicado por una editorial pequeña) no ha tenido la repercusión que merece,
Buenos apuntes acerca de cómo habla de la sangre y los animales, y de todo su estilo poético.
Saludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc
De nada, otro que te recomiendo es " Kramp" de María José Ferrada. Soy María Pilar Bueno Heredia. En mi IG haré estos días la reseña. Feliz fin de año��
Hola, María Pilar.
Tomo nota del libro “Kramp”, pues por lo que he mirado tiene buen pinta. Igualmente estaré pendiente de tu IG para leer la reseña.
Saludos y Feliz fin de año y un mejor 2021.
Marc
Publicar un comentario