Título
original: ニシノユキヒコの恋と冒険
Nishino Yukihiko no koi to bôken
Año
de publicación: 2003
Valoración: Está bien
Al final de la edición que he manejado se
recogen comentarios de varias publicaciones, una de ellas dice: “Si te gusta Haruki Murakami, adorarás Los
amores de Nishino” No sé si será cierto, pero conmigo se cumple. Murakami,
ni fu ni fa, y lo mismo podría decir de la obra que nos ocupa. En cuanto a su
autora, tengo que matizar. En primer lugar, no podría afirmar que se copie
constantemente a sí misma, tal como hace el eterno candidato al Nobel, pues de
ella solo he leído El cielo es azul, la tierra blanca hace ya bastantes años. En su momento, me gustó: contaba una
historia sencilla y sincera, transmitía emoción con gran sobriedad narrativa y,
en la fecha de su publicación, aún no tenía un gran recorrido como escritora. Aquella
novela obtuvo un premio importante, luego llegaron otros, Kawakami se ha
convertido en una celebridad en Japón tras haber publicado unas cuantas obras,
pero es difícil saber cómo ha evolucionado ya que tardan bastante en llegar a
España. Esta en concreto no se ha traducido aquí hasta 2017. El asunto amoroso
sigue siendo el eje argumental, aunque en este caso parece haber un propósito
más ambicioso, la acción ya no gira en torno a dos únicos personajes y, además, se propone analizar los caracteres. Tanto Nishino como sus
amores se exponen a la mirada del lector. Ellas son las que hablan, y hablando
se retratan a sí mismas.
Ya sabemos que la literatura oriental es
elusiva en lo que aquí consideraríamos primordial, y se fija mucho en lo
inanimado, logrando así un efecto poético y ralentizando de paso la acción. Eso
es lo que admiro de algunos grandes autores de ese país y algo de esa tradición
encuentro en Kawakami, que hace brillar ciertas escenas con su mirada delicada
y sutil aunque eso no justifica una inconsistencia y un vacío de contenido evidentes.
Para empezar, su personaje central, el tal
Nishino, no suscita tanto interés como para ser objeto de la mirada de todas
esas personas y menos aún justifica tanto conato de enamoramiento. O ellas no
han sabido explicarse o él es aburrido hasta decir basta. Y mira que hay
seductores legendarios en la historia de la literatura. De ambos sexos, y muy
bien caracterizados, tanto físicamente como en su forma de ser, sin olvidar la
pormenorizada descripción de sus artimañas y el efecto que estas producen en
sus víctimas. Aquí, en cambio, no
logramos identificar al personaje más allá de su afición por las conquistas, ni
estas se distinguen tanto entre sí, hablando en general, como para que resulten
fácilmente reconocibles. No obstante encuentro dos rasgos de interés.
La mayoría de las rupturas tienen el mismo
origen, o muy parecido: ellas son las que le dejan pero él aparece como
culpable. Lo hacen por desconfianza: cuando comprenden que no juega limpio
prefieren abandonar el barco antes de sufrir una traición en toda regla. Un
enfoque original y muy bien justificado en todos los casos, que, por cierto,
son tan parecidos entre sí que se confunden y acaban resultando algo tediosos.
También es original –y a la vez
interesante y escabroso– el motivo que ha dado lugar a un comportamiento
repetido durante cuarenta años y que solo averiguaremos al final. Nos lo cuenta
su último amor, describiendo una de los pocos romances que se apartan de la
tónica común y que encuentro bastante inverosímil, aunque en este caso puede
que mi desconocimiento de la mentalidad japonesa me impida comprender sus
reacciones.
De todas formas, no me hagan mucho caso. A
mí, tanto las historias de amor como las de guerra, cuando no contienen otros elementos
que rebajen un poco su inevitable monotonía, me aburren. No puedo evitarlo.
También de Kawakami: El cielo es azul, la tierra blanca, Vidas frágiles, noches oscuras
3 comentarios:
Hola Montuenga:
Gracias por la reseña. Intento leerla y después te cuento.
Saludos
Parece que ahora están de moda los Murakami a precio de saldo. A mí Murakami no me parece gran cosa, aunque entretiene, a veces, y es muy inferior a Mishima, Kawabata o Tanizaki, los peces gordos. Y los discípulos de Murakami, pues bueno; como bien dice Montuenga: resultan tediosos, como este Kawakami. El esteticismo y estatismo de la literatura japonesa se pueden aguantar en Tanizaki, pero no en Banana Yoshimoto. Si esta belleza de las cosas inanimadas y la suspensión narrativa están al servicio de una trascendencia artística etc, vale; pero como sea recrearse en lo inanimado por narices y sacar profundidad de pega del puro tedio, el inanimado acaba por ser el sufrido lector. Mucha de esta literatura japonesa es de pega y de baja calidad, a mi juicio.
Hola Gabriel. Antes de nada aclaro que no todos los libros que traigo aquí son exactamente de mi gusto. El blog sería muy parcial si hiciera eso. Intento además reseñar con toda la objetividad posible, aunque mi opinión queda clara en la reseña, sobre todo al final. Por otra parte, nunca hubiera dicho que te fuera a interesar este libro, pero si es así, adelante y ya nos contarás.
Y contigo, 1984, estoy totalmente de acuerdo. Antes, de la literatura japonesa sólo nos llegaban los grandes (Kawabata, Mishima, Tanizaki, Kenzaburo Oe... todos excelentes), pero desde que se pusieron aquí de moda hace años están aprovechando el filón y nos inundan los productos comerciales que, como es lógico, son los que tienen éxito allí. Por algo son comerciales, ¿no? Y Murakami, como Kawakami, son productos con pretensiones, que es todavía peor porque eso los hace aburridísimos.
Y, otra cosa, esto para todos: una vez publicada la reseña, he caído en la cuenta de lo ambigua que resulta la portada. Otra más que induce a engaño. Así que me apresuro a repetir que Nishino es un HOMBRE. Tendrían que haber retratado a un grupo de mujeres para ser fieles al contenido, sobre todo porque aquí la mayoría no sabemos distinguir los nombres propios japoneses por sexos. Creo que queda claro en la reseña, pero nunca viene mal insistir.
Saludos a los dos.
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