Idioma original: Griego
Título original: Βάρδια
Año de publicación: 1954
Traducción: Natividad Gálvez
Valoración: Muy recomendable
Marinero. Poeta. Apenas
narrador. La guardía es la única novela que nos dejó Nikos Kavvadías, así como tres
relatos breves: Li, De la Guerra y A mi caballo. Como poeta resultó igual de
parco, publicando dos libros en vida –Marabú en 1933 y Calima en 1947- y uno más
–Través, en 1975- editado de manera póstuma. Su rasgo personal más evidente fue
la condición de marino mercante y, en consecuencia, su manera de mirar y de contarlo;
“En la ribera veo un marabú muy quieto,/ y mientras él me mira a su vez
insistente,/ nos parecemos -creo-: estúpidos y solos”. Marabú, por cierto, le
quedó como uno de los apodos con los que fue conocido. Nikos Kavvadías –aunque también
transcrito como Kavadias o Cavadias- fue él mismo un personaje solitario, fantasioso
y errante. Nacido en 1910 en Usuriisk, al norte de Vladivostok, en la porción
de Manchuria dominada por los rusos, se embarcó por vez primera con veinte años
y, con el paréntesis de la II Guerra Mundial, no volvió jamás a pasar demasiado
tiempo en tierra firme.
La guardia está
estructurada en tres partes. La primera lo hace como un diálogo entre un primer
oficial y un radiotelegrafista –oficio de Nikos Kavvadías- en el turno de la
guardia intermedia, la menos deseada por interrumpir sin remedio el sueño.
Ambos se reencuentran dieciocho años después de un incidente con cuchillo de
por medio a bordo del Pytheas, un carguero de quinientas toneladas con calderas
y máquinas de vapor que navega desde Singapur hacia el Norte. Los turnos de
guardia en el puente de mando dan pie a rememorar las vicisitudes compartidas a
las que el tiempo ha despojado de rencor para dejarlas en recuerdos de
trastadas y fechorías en travesías y puertos: en Beirut o en las islas
Aleutianas, en Amberes o en Sydney, en Huelva o en Argel… En sus muelles, sus
cabarets y pensiones, o en las cubiertas y camarotes de los barcos que
navegaron. Historias de oficiales, mecánicos, peones, estibadores, guardas, prófugos,
prostitutas y madames, que parecen haber surgido de un cuadro de Jules Pascin.
Personas que se inventan su personaje, que se ocultan tras máscaras para que
heridas, fragilidades y traumas no sean demasiada desventaja en la lucha de
todos contra todos que los más desvalidos disputan por sobrevivir. Y en la que,
cuentan, el propio Kavvadías aportaba el complejo por su escaso tamaño y un físico
de esos considerado como poco agradecido. De ahí, quizás, esa querencia por
crear personajes fatales y feroces, marineros cosidos a tatuajes, tragos,
marihuana, decepciones y traiciones: “A nosotros nos hacen falta los cuerpos
celestes cuando se encuentran a determinados grados sobre el horizonte. Lo demás
es cosa de los enamorados en los parques.”
Por la segunda y
la tercera parte de la novela desfilan más personajes de la tripulación y asistimos
a nuevos detalles de la vida de los marinos mercantes, navegando hierros
flotantes que deberían haber visitado hace tiempo el desguace y que son una
actividad más hostil y sacrificada que el de los pasajeros, línea de negocio por
la que no cabe si no el mayor de los desprecios. Aquí el relato adopta un tono
más intimista y personal (“Escucha. Es como si rompiéramos un juguete para
encontrar el resorte”) y son frecuentes las alusiones, fieles o exageradas, a
detalles que podrían ser considerados como biografía del autor, en Grecia, en
el Índico, por los mares de China; las familias de marineros de la isla jónica
de Cefalonia de donde salieron sus progenitores o anécdotas como la de la cucaracha
en una barra de pan que su padre se tragó diciendo que era una pasa de su isla
para que no menguase su reputación como mercader de confianza, la adolescente
que esquivó en Beirut la custodia que le habían confiado...
Nikos Kavvadías dejó de
navegar unos pocos meses antes de fallecer en febrero de 1975 en Atenas: “Yo
que deseé tanto que un día me enterraran / en algún mar profundo de las Indias
lejanas / tendré una muerte triste y bastante normal / y un funeral de esos
como toda la gente”. (Todos los versos aquí citados han sido traducidos por
David Hernández de la Fuente). Un busto en su homenaje le recuerda en la
orilla de ese mar que fue su vida, en Argostoli, en Cefalonia, junto a Ítaca. Por
lo que cuentan, en Grecia sus poemas gozan de bastante popularidad gracias a
las versiones de algunos músicos como Thanos Mikroutsikos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario