Título original: Борис Годунов
Traducción: Rocío Martínez Torres
Año de publicación: 1831
Valoración: Recomendable
Aleksánder Pushkin es algo así como el poeta nacional ruso, una especie de Shakespeare o Cervantes que reina en las letras de aquella cultura, tal vez por encima de esos otros autores que a todos se nos ocurren, mucho más conocidos en Occidente. Es algo digno de analizarse, por qué alguien con méritos literarios internacionalmente menos celebrados parece representar mejor el espíritu de la literatura de un país. Quizá porque encarna valores que en otros lugares nos resultan ajenos, por algún tipo de hito fundacional, o porque quien escribe en verso a lo mejor entronca con su idioma de una forma tan especial que se nos escapa a los profanos. Porque efectivamente Pushkin escribe en verso, aunque sus obras más conocidas, entre ellas la que traemos hoy aquí, se nos sirven afortunadamente prosificadas.
Allá por finales del siglo XVI o principios del XVII, con la desaparición de Iván IV el Terrible, la corona debe recaer en su hijo Dimitri, un niño de corta edad, y a la extraña muerte de éste es elegido zar el regente Borís Godunov, ajeno a la dinastía reinante. Hay sospechas de que Godunov tuvo que ver con el fallecimiento del heredero, pero aun así buena parte del pueblo y la nobleza (los boyardos) apoya su ascensión, como hombre con autoridad para gobernar en tiempos complicados. Sin embargo, años después aparece un individuo que pretender ser el Dimitri que en realidad había sobrevivido, y con ayuda de los polaco-lituanos y parte de los nobles se dispone a arrebatar el poder a Godunov.
Vaya, todo un drama shakespeariano incrustado en la historia medieval rusa. Aunque parece ser que no se ajusta del todo a los hechos históricos, Pushkin deja abierta la sospecha sobre el acceso al trono del zar, quien a su vez se ve amenazado por lo que parece un nuevo engaño. Todo apunta a que es la corrupción, en sus distintas formas, la que pone y quita gobernantes, pero ¿en qué se apoyan esos vaivenes del poder? Pues en elementos tan poco edificantes como la conspiración, el error, los intereses o los caprichos (o la manipulación) de la opinión pública. Godunov es aupado por la necesidad de un gobierno fuerte en un entorno de inestabilidad por la ausencia de heredero. La nobleza local apoya su ascenso buscando los favores de un gobernante sólido, y el pueblo asiente con el silencio típico de una sociedad postrada. A su vez, el nuevo pretendiente se ve respaldado por los poco amistosos vecinos (intereses políticos, territoriales, incluso religiosos), por los nobles, cansados de autoritarismo y atisbando un mejor caballo al que subirse y, finalmente, por aquel mismo pueblo, en el que seguramente pesa el deseo de recuperar la dinastía que creían perdida, en definitiva la tradición.
Entre toda esta confusión, Pushkin hace un excelente dibujo de los dos personajes antagonistas. Godunov se siente fuerte en apariencia, busca legitimidad en el estamento religioso y apoyo entre sus fieles, y planea la continuidad de la saga familiar. Curiosamente, aparece más bien poco en la obra, pero lo suficiente para mostrarse sutilmente consciente de cargar con un pasado dudoso que en cualquier momento puede hacerle caer. Por su parte, el supuesto Dimitri (que el autor presenta desde el inicio como Impostor, así que no hay spoiler) es un personaje sorprendente, en apariencia carente de ambición y de convicciones sólidas, dispuesto a dejarlo todo por amor (ella, princesa polaca, no parece en absoluto de acuerdo), pero que sin embargo continúa con su empresa como arrastrado por una corriente cada vez más irresistible. Toda una situación si se quiere absurda, en la que confluye la culpa de ambos personajes con la conjunción de elementos, a veces aleatorios, que desembocan en cambios decisivos y situaciones dramáticas.
Leemos que Pushkin revoluciona con esta obra el teatro y la literatura rusa, que mantiene elementos del romanticismo originario pero incorpora una corriente realista que rompe con los cánones de la época y el país, que materializa los valores esenciales de la historia rusa como nadie lo consiguió antes. Muchas cuestiones digamos técnicas que se nos escapan pero que explica con sencillez y eficacia el prólogo que firma la traductora Rocío Martínez Torres, de lectura imprescindible antes de sumergirnos en el texto. Y, una vez instruidos sobre algunos aspectos esenciales, disfrutemos de una historia llena de potencia, una tragedia histórica que encierra más claves de las que en principio pueden parecer.
4 comentarios:
Qué bueno que haya leído a Pushkin. Saludos cordiales!
Pues es verdad que Pushkin no es un autor demasiado leído por estas tierras, así que animo a darle un poco más de bola.
Gracias por el comentario, Eduardo.
Creo haber escrito hace muchos años que para mi abuela paterna, rusa y gran lectora, Pushkin era por lejos el más grande de los grandes. Luego estaba Tolstoi. Después el resto, incluyendo a Dostoievsky, a quien consideraba un escritor menor comparado con los otros dos.
Su explicación? Nadie como Pushkin y Tolstoi sabía transmitir "el alma rusa", como bien señalas en tu reseña, Carlos, en otras palabras.
Tal vez por no ser demasiado afecto a la poesía, sigue siendo este hombre una de mis asignaturas pendientes.
Pues yo creo recordar que hiciste ese comentario aquí en el blog, y seguramente ahí está la clave, en el 'alma rusa', que muy probablemente nadie que no sea ruso es capaz de apreciar, empezando por mí mismo.
Pero aunque no alcancemos a llegar ahí creo que es una buena lectura, y tienes esta y supongo que otras obras prosificadas en la versión castellana, lo que facilita mucho el trabajo del lector. Yo creo que merece la pena echarle un vistazo.
Saludos, y una vez más gracias por acompañarnos.
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