Título original: QualityLand
Traducción: Carles Andreu Saburit (ed. en castellano) y Ramon Farrés (ed. en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable
Creo poder afirmar, que la mayoría de nosotros asiste expectante al avance inexorable que la sociedad está realizando en términos de desarrollo tecnológico. Y creo poder afirmar también que, a muchos de nosotros, más allá de lo que la tecnología nos ofrece, nos inquieta el uso que se le está dando, sin ser conscientes de ello (o tal vez siéndolo) y el camino que se está trazando hacia un futuro que debería preocuparnos.
En esta novela, Marc-Uwe Kling nos retrata, de manera satírica, una sociedad en el futuro (un futuro que preveo más próximo de lo que me gustaría), una sociedad marcada irremediablemente por la tecnología, pero no como instrumento para nuestro beneficio, sino dirigida por criterios algorítmicos creados por personas con intereses que distan mucho de ofrecer la mejor calidad de vida que en principio prometían. Porque siempre hay motivos ocultos disfrazados de facilidades. Es el siglo de las redes sociales y la tecnología; está por ver si también lo será de nuestro abandono como humanidad.
Con los avances tecnológicos en mente, y con un estilo divertido, mordaz, satírico y dócilmente punzante, el autor nos lleva a un mundo ubicado en un futuro no muy lejano, a QualityLand, una ciudad tecnológicamente avanzada, con coches sin conductor, con una tecnología que se encarga de todos los detalles hasta el punto de conocer los deseos inconscientes de sus habitantes antes de que el propio ser humano tenga consciencia de ellos; una ciudad plagada de sirvientes tecnológicos avanzados que piden la comida que supuestamente deseas antes incluso de que seas consciente de ello… un mundo lleno de facilidades, siempre que uno se ajuste al esquema establecido.
Porque QualityLandinduce ofrece un sinfín de facilidades para la vida diaria de sus ciudadanos: reconocimiento facial para identificarse, aplicaciones para encontrar la pareja perfecta (QualityPartner), sistemas para evaluar y clasificar a cada ciudadano en varias categorías como formación o salud, que proporciona puntos en función de quien eres y como te comportas (RateMe) y, a más puntos, más ventajas respecto a los demás (a la hora de reservar mesa o incluso llamar al ascensor, previo pago de una serie de créditos que se recuperan a mayor velocidad cuantos más puntos tienes). Todas las acciones de una persona son automáticamente procesadas para premiar a aquellos ciudadanos que se comportan como deben (o como el sistema cree que deben) y castigar a los que son menos útiles a la sociedad. Este aspecto me ha recordado lo que se hace en Rongcheng, en la región de Weihai (China), en la que se implantó un sistema de crédito social para luchar contra las actitudes incívicas de modo que los ciudadanos son evaluados a través de un sistema de puntuación (otorgado también por los propios conciudadanos) de manera que se puede valorar la honestidad y el civismo de cada individuo y otorgarle diferentes privilegios o restricciones en función de esa valoración (lo que vendría a ser el capítulo “Nosedive” de Black Mirror pero en versión terroríficamente real).
Así, la sociedad que retrata Marc-Uwe Kling ofrece a priori todo un conjunto de aplicaciones para facilitar el día a día de sus ciudadanos, como la implantación de chips hormonales para calmar bebés, canguros robóticos para niños que graban un resumen de los mejores momentos del día para que puedan verlos sus padres y tener la sensación que no se pierden nada (pero con el riesgo de que les pasen anuncios a la que se despisten), aplicaciones que te envían a casa productos que el sistemacree sabe que necesitas o deseas, pero… ¿qué ocurre cuando el sistema se equivoca? ¿cómo una persona puede luchar contra ello, para defenderse, para recuperar su integridad, defender su forma de ser, reivindicar sus necesidades reales o conseguir de nuevo cierta privacidad?
Porque, en el fondo, el libro trata sobre el siguiente dilema: ¿qué ocurriría si nuestro perfil en las redes no corresponde con quienes realmente somos, que ocurriría si nos encasillan en una calificación personal que nos presenta el mundo en base a una categorización incorrecta? ¿Nos sentiríamos cómodos ahí? ¿Iríamos cambiando nuestro comportamiento para adecuarnos al perfil o lucharíamos contra el sistema? ¿Somos quienes creemos que somos o quienes ellos nos han hecho creer que somos?
Estas son las reflexiones que la lectura de QualityLand nos deja, un futuro distópico lamentablemente no tan lejos de la realidad. Porque tratando diferentes aspectos de nuestro día a día en la sociedad, el libro toca diferentes áreas que nos acompañan en nuestras vidas, desde el periodismo basado en clickbaits (eso ya no es distopía, es una realidad), a la política sin escrúpulos ni emociones o a la vida íntima que, controlada por la aplicación de QualityPartner te avisa incluso sobre cuando uno debe volver a casa antes de que lo haga la pareja y te pille en una infidelidad o notificar a través de QualityCare la rotura con tu pareja a través de la aplicación (rotura que la propia aplicación ha aconsejado al encontrar una pareja mejor, al menos según la información que la aplicación recaba). Porque lo que plantea el libro es una destrucción inexorable de la privacidad, de las libertades, de las opciones y el libre albedrío. Todo ello narrado con humor, sí, pero también con un poso de angustia que va calando en el lector que, a cada tic espontáneo provocado por una sonrisa inconsciente le acompaña un click mental que el avisa que no es todo tan divertido.
Con un estilo dinámico, atrevido y cómico, Kling expone y muestra un futuro (puede que no tan lejano) donde la superficialidad y el egoísmo aparecen en primer plano para establecer los parámetros bajo los cuales la funciona la sociedad, una sociedad que ha quedado a expensas de grandes corporaciones que, bajo una supuesta prestación de facilidades, controla y dirige la vida de sus usuarios.
A pesar de una duración algo excesiva, una línea argumental que sirve únicamente de vehículo para sustentar tales reflexiones y una narración interrumpida por anuncios publicitarios que rompen el relato, el libro se lee con interés y avidez. Mordaz y divertido, el libro que ha escrito plasma de manera evidente y diáfana una sociedad encaminada a la pérdida total de la noción consciente de la personalidad y la diferencia, la espontaneidad y el libre albedrío, dejándose guiar y conducir por una serie de algoritmos y programas que conducen las cada vez más vacías vidas al arcón donde se encuentran sus más ambicionados beneficios.
Tras la lectura uno se da cuenta que ha disfrutado pero el poso que deja es de cierto desasosiego y un sinfín de ideas preocupantes que se me vienen a la cabeza, a bote pronto: ¿Qué pasaría si blogger decidiera aumentar de manera automática el número de visitas para que los blogs no cerraran? Sabiendo que quien diseña las aplicaciones de redes sociales lo hace siguiendo el modelo de tragaperras de pequeñas recompensas de manera aleatoria, ¿qué pasaría si Twitter decidiera hacer FAVs o RTs automáticamente de gente que te sigue, pero sin que ellos lo supieran, solo para mantenerte enganchado a la red en periodos con poca interactividad? ¿Qué ocurriría si, pongamos en medio de una pandemia, Google se dedicara a mostrar principalmente noticias positivas para mejorar el estado de ánimo de la gente? ¿Qué ocurriría si, buscando billetes u hoteles, el precio que se nos muestra fuera en función de nuestro nivel de ingresos? Podría pasar todo esto (incluso podría estar pasando) y, la cuestión es, no ya si nos parecería bien o no, sino si nos daríamos cuenta de ello.
Es posible que lo que retrata Marc-Uwe Kling en esta divertida pero preocupante novela sea una distopía partiendo de la tecnología actual y llevándola al extremo. Pero, ¿y si no se trata de una serie de ideas llevadas al extremo, sino simplemente el siguiente paso hacia un futuro en el que perdemos el control de nuestras vidas? ¿Y si ese límite está mucho más allá? ¿Seremos capaces nosotros de sacrificar la comodidad que ofrecen estas aplicaciones hasta el punto en el que ya no tengamos que cuestionarnos si debemos hacerlo? ¿Llegará un momento en que ya aceptaremos sin tan siquiera reflexionar la total invasión a nuestra privacidad? ¿Dejaremos algún momento de ser conscientes de lo que hacemos? ¿Dejaremos en algún momento de decidir sobre nuestras vidas? ¿Llegaremos algún día a renunciar ser nosotros mismos?
En esta novela, Marc-Uwe Kling nos retrata, de manera satírica, una sociedad en el futuro (un futuro que preveo más próximo de lo que me gustaría), una sociedad marcada irremediablemente por la tecnología, pero no como instrumento para nuestro beneficio, sino dirigida por criterios algorítmicos creados por personas con intereses que distan mucho de ofrecer la mejor calidad de vida que en principio prometían. Porque siempre hay motivos ocultos disfrazados de facilidades. Es el siglo de las redes sociales y la tecnología; está por ver si también lo será de nuestro abandono como humanidad.
Con los avances tecnológicos en mente, y con un estilo divertido, mordaz, satírico y dócilmente punzante, el autor nos lleva a un mundo ubicado en un futuro no muy lejano, a QualityLand, una ciudad tecnológicamente avanzada, con coches sin conductor, con una tecnología que se encarga de todos los detalles hasta el punto de conocer los deseos inconscientes de sus habitantes antes de que el propio ser humano tenga consciencia de ellos; una ciudad plagada de sirvientes tecnológicos avanzados que piden la comida que supuestamente deseas antes incluso de que seas consciente de ello… un mundo lleno de facilidades, siempre que uno se ajuste al esquema establecido.
Porque QualityLand
Así, la sociedad que retrata Marc-Uwe Kling ofrece a priori todo un conjunto de aplicaciones para facilitar el día a día de sus ciudadanos, como la implantación de chips hormonales para calmar bebés, canguros robóticos para niños que graban un resumen de los mejores momentos del día para que puedan verlos sus padres y tener la sensación que no se pierden nada (pero con el riesgo de que les pasen anuncios a la que se despisten), aplicaciones que te envían a casa productos que el sistema
Porque, en el fondo, el libro trata sobre el siguiente dilema: ¿qué ocurriría si nuestro perfil en las redes no corresponde con quienes realmente somos, que ocurriría si nos encasillan en una calificación personal que nos presenta el mundo en base a una categorización incorrecta? ¿Nos sentiríamos cómodos ahí? ¿Iríamos cambiando nuestro comportamiento para adecuarnos al perfil o lucharíamos contra el sistema? ¿Somos quienes creemos que somos o quienes ellos nos han hecho creer que somos?
Estas son las reflexiones que la lectura de QualityLand nos deja, un futuro distópico lamentablemente no tan lejos de la realidad. Porque tratando diferentes aspectos de nuestro día a día en la sociedad, el libro toca diferentes áreas que nos acompañan en nuestras vidas, desde el periodismo basado en clickbaits (eso ya no es distopía, es una realidad), a la política sin escrúpulos ni emociones o a la vida íntima que, controlada por la aplicación de QualityPartner te avisa incluso sobre cuando uno debe volver a casa antes de que lo haga la pareja y te pille en una infidelidad o notificar a través de QualityCare la rotura con tu pareja a través de la aplicación (rotura que la propia aplicación ha aconsejado al encontrar una pareja mejor, al menos según la información que la aplicación recaba). Porque lo que plantea el libro es una destrucción inexorable de la privacidad, de las libertades, de las opciones y el libre albedrío. Todo ello narrado con humor, sí, pero también con un poso de angustia que va calando en el lector que, a cada tic espontáneo provocado por una sonrisa inconsciente le acompaña un click mental que el avisa que no es todo tan divertido.
Con un estilo dinámico, atrevido y cómico, Kling expone y muestra un futuro (puede que no tan lejano) donde la superficialidad y el egoísmo aparecen en primer plano para establecer los parámetros bajo los cuales la funciona la sociedad, una sociedad que ha quedado a expensas de grandes corporaciones que, bajo una supuesta prestación de facilidades, controla y dirige la vida de sus usuarios.
A pesar de una duración algo excesiva, una línea argumental que sirve únicamente de vehículo para sustentar tales reflexiones y una narración interrumpida por anuncios publicitarios que rompen el relato, el libro se lee con interés y avidez. Mordaz y divertido, el libro que ha escrito plasma de manera evidente y diáfana una sociedad encaminada a la pérdida total de la noción consciente de la personalidad y la diferencia, la espontaneidad y el libre albedrío, dejándose guiar y conducir por una serie de algoritmos y programas que conducen las cada vez más vacías vidas al arcón donde se encuentran sus más ambicionados beneficios.
Tras la lectura uno se da cuenta que ha disfrutado pero el poso que deja es de cierto desasosiego y un sinfín de ideas preocupantes que se me vienen a la cabeza, a bote pronto: ¿Qué pasaría si blogger decidiera aumentar de manera automática el número de visitas para que los blogs no cerraran? Sabiendo que quien diseña las aplicaciones de redes sociales lo hace siguiendo el modelo de tragaperras de pequeñas recompensas de manera aleatoria, ¿qué pasaría si Twitter decidiera hacer FAVs o RTs automáticamente de gente que te sigue, pero sin que ellos lo supieran, solo para mantenerte enganchado a la red en periodos con poca interactividad? ¿Qué ocurriría si, pongamos en medio de una pandemia, Google se dedicara a mostrar principalmente noticias positivas para mejorar el estado de ánimo de la gente? ¿Qué ocurriría si, buscando billetes u hoteles, el precio que se nos muestra fuera en función de nuestro nivel de ingresos? Podría pasar todo esto (incluso podría estar pasando) y, la cuestión es, no ya si nos parecería bien o no, sino si nos daríamos cuenta de ello.
Es posible que lo que retrata Marc-Uwe Kling en esta divertida pero preocupante novela sea una distopía partiendo de la tecnología actual y llevándola al extremo. Pero, ¿y si no se trata de una serie de ideas llevadas al extremo, sino simplemente el siguiente paso hacia un futuro en el que perdemos el control de nuestras vidas? ¿Y si ese límite está mucho más allá? ¿Seremos capaces nosotros de sacrificar la comodidad que ofrecen estas aplicaciones hasta el punto en el que ya no tengamos que cuestionarnos si debemos hacerlo? ¿Llegará un momento en que ya aceptaremos sin tan siquiera reflexionar la total invasión a nuestra privacidad? ¿Dejaremos algún momento de ser conscientes de lo que hacemos? ¿Dejaremos en algún momento de decidir sobre nuestras vidas? ¿Llegaremos algún día a renunciar ser nosotros mismos?
22 comentarios:
Marc:
Qué interesante, qué ganas tengo de leerlo.
No sabes hasta qué punto lo que planteas es el tema estrella en mi casa, puesto que mi pareja es programador y experto en Big data, y, al mismo tiempo, ninguno de los dos estamos en redes sociales y mantenemos un estricto control sobre nuestra intimidad, prohibiendo a toda la familia que publique fotos de nuestras hijas, y no compartimos ninguna foto de ellas sin su expreso permiso. Pero.... estoy escribiendo esto en mi p.. móvil, que aborrezco y necesito al mismo tiempo para no quedarme sin vida social ni personal.
A algunas personas la tecnología nos estresa y no somos capaces de asimilar los cambios tan rápidos; asusta hasta qué punto nos controlan y como es imposible librarse de ello; el blindaje de las compañías y el tráfico deshonesto de los datos es totalmente amoral, pero es lo que hay.
Al final, el equilibrio entre la vida tranquila y de calidez humana y la tecnificación utilitarista es muy difícil. Hay que ser muy, muy crítico.
Estamos renunciando a nuestra libertad por la comodidad y la seguridad, espoleados por el miedo.
Sólo nos queda defendernos como podamos.
¿Qué nos traerá el futuro? ¿Nuevas colonias neo-luditas al estilo amish? ¿Gente perfecta superpositiva al estilo misterwondeful?
¿No nos estamos hartando todos de que nos digan que sonríamos, que somos héroes y que todo saldrá bien?
El otro día leí que no estoy haciendo la cuarentena de forma productiva.. ni útil.
Qué les den..
Saludos a todos y todo no va a salir bien, pero a ver si nos sirve para hacernos un poquito menos memos.
Enhorabuena Marc por tu reseña. Me la he leído tres veces, porque me ha encantado. Mucho.
Gracias
Hola, Lupita, muchas gracias por tus elogios.
La verdad es que es interesante ver el punto de vista de alguien que convive con un programador y experto en Big Data, pues es una fuente de primera mano de lo que se nos avecina. También yo “toco” ciertos temas, aunque a nivel de redes de telecomunicaciones. Sin duda, tenemos un mundo ligado a la tecnología del que, de una manera u otra, intentamos escapar de vez en cuando y fijar los pies en la parte humana y humanística. ¡Qué gran poder tiene el arte como evasión y reflexión!
Mi visión del tema es que las redes sociales nos afectan, y sí, nos modifican. Porque todos queremos mostrar nuestra mejor cara, o incluso una versión de nosotros que, más que mejorada, es ficticia. A raíz de esto, creo que puede interesarte la reseña que hice de “El ojo y la navaja”, pues habla de esto, aunque más centrada en Instagram (para mi, la más perversa de las redes sociales y a la que más temo por el mal que hace).
No sé si la sociedad del futuro estará dividida en tecnófobos y tecnoadictos, es posible, pero no me gustaría ni una cosa ni otra.
En cualquier caso, iba a de ir que depende de nosotros, pero cada vez lo tengo menos claro porque a veces más que conducir nuestra vida, dejamos que, como en el libro, sea conducida por otros.
Saludos,y gracias por leernos y participar tan a menudo. Tus comentarios siempre aportan valor a nuestras reseñas.
Marc
A mí también me gustó la reseña, Marc. Las preguntas siempre me gustan más que las respuestas y tú has hecho muchas.
Entusiasma esto como para escribir un comentario tamaño libro pero voy a controlarme.
Tú, Lupita, yo, la gran mayoría de los que hacen y visitamos este blog somos Dinosaurios.
Si alguna vez tuvimos distintos caminos para escoger, hoy, diría yo, ya estamos en uno que se sostiene con tres patas (técnica, tecnología, globalización) en el que el horizonte se divide en dos: Posthumanismo o Extinción.
Dicho así, Quality Land parece la mejor opción. Juas!
Hay otros caminos, claro que sí, pero creo que ya no le quedará tiempo a los progresistas de demostrar que la ilustración y la razón nos bastan para cogerlos o para cambiar. Es decir, para aceptar que fracasamos.
Un saludo.
Muchas gracias, Diego, por tus palabras.
Y siento cierto pesar leyendo tu comentario que, ciertamente, parece que estamos abandonando el humanismo. Nos convertimos en seres solitarios, individualistas, egoístas y egocéntricos. Y, a pesar que el confinamiento nos está haciendo ver que en el fondo sí necesitamos del contacto social y de relacionarnos, abrazarnos y compartir cosas, creo que es un solo espejismo y que, pasado cierto tiempo, cuando hayamos agotado las ínfimas existencias que tenemos de añoramiento de calidez humana, volveremos a convertir nuestra sociedad en algo frío y distante.
Y podríamos culpar a la tecnología, pero sería una mera justificación, pues esta desaparecería si nadie la usara. Y, esto último no sucede ni sucederá. Por algo será.
Saludos, y gracias por comentar.
Marc
Hola Marc:
Voy a tratar de aportar una visión optimista. Las tecnologías (nuevas y viejas) son sólo herramientas. Pueden ser usadas para causas nobles o miserables. Instagram puede servir para promocionar marcas de ropa o para iniciar un proyecto solidario (cómo está pasando ahora con la pandemia). Es posible vivir fuera de Twitter, FB y demás. Yo lo hago y no soy un ermitaño. Respecto de la necesidad de contacto y/o calidez humana creo que nada será igual después de lo que estamos viviendo. Revalorizaremos los besos y abrazos.
Saludos
PD: Tu comentario anterior me pareció algo pesimista por eso quise dar una opinión con otro matiz. :)
Hola, Gabriel.
Haces bien en dar una visión optimista, y me alegra ver que hay quien aún confía en que la sociedad no acabara abandonándose a un lugar frío y decadente, y sí, revaloricemos besos, abrazos y compañía. Y, a pesar de mi visión pesimista, también coincido contigo en que las redes pueden aportar cosas buenas. Entre muchas de ellas, porque sin Twitter no hubiera entrado a formar parte de este mundo uladiano y he abierto mi mente a muchos puntos de vista y conocer realidades que me eran ajenas No todo está perdido.
Saludos, y gracias por aportar tu punto de vista.
Marc
Si cambiase el nombre de la obra reseñada, y le pusiese Westworld: Temporada 3, a tu magnífico analisis no debería cambiarle ni una coma. Porque de esto mismo trata la, en mi opinión de adicto al cine y las series, maravillosa Westworld, que este año decidió salir del confinamiento del parque temático y centrarse en el mundo real de 2057.
IA, algoritmos, robots más que humanos, humanos deprimidos, destrozados. Y como tu bien señalas, mucho de ello ya está sucediendo. Vivimos Black Mirror en tiempo real, y lamento no compartir la mirada optimista de Gabriel.
Tema de absoluta actualidad siempre, pero mucho más hoy, en tiempos de pandemia.
El Dinosaurio Puma
Me añado al clan de los dinosaurios, declarándome pro-decrecentismo.
Vivir al margen de las rrss es posible y positivo.
Dejo como recomendación "Mañana todavía" , con 12 relatos distópicos de autores españoles. El primero "We kids", de Laura Gallego, va sobre redes sociales.
Sobre la tecnología y el utilitarismo, sin duda, "La pianola", de Kurt Vonnegut.
Saludos
Yo voy a intentar dar una visión optimista pero al revés.
Leyendo vuestros comentarios cualquiera pensaría que antes de las nuevas tecnologías todo era maravilloso y no había problemas. Yo no sé cómo será el futuro pero el pasado sí lo conozco un poco. Cualquier "horror" de los que se describen ahí ha sido superado mil veces en el siglo XX sin usar las tecnologías.
Veo vuestro Black Mirror y subo a Holocausto, Hiroshima, Gulag, Stasi y vuelos de la muerte.
"Al reproche de «pesimismo» puede responderse diciendo que el mayor pesimismo es el de quienes tienen lo dado por algo malo o por algo carente de valor suficiente, hasta el punto de asumir cualquier riesgo por una posible mejora." Hans Jonas.
Además de recomendar a Jonas, que mucho habló de esto, me vienen a la mente Habermas, Bauman o Edgar Morin; todos ellos con trabajos contundentes sobre nuestro presente/futuro.
En mi comentario me refiero a un marco mayor que el que comprende Instagram sí o Instagram no o "despues del coronavirus"; que vamos camino a un Posthumanismo y que el puente transhumanismo está bajo nuestros pies es algo que se afirma, incluso, desde la antropología. Que un ordenador nos traiga la cena antes de pedirla es una chorrada comparado a la eugenesia liberal que permitirá a los poderosos diseñar su descendencia a costa de la pérdida de los que quedan atrás.
Sí, estoy de acuerdo con Gabriel de que esta pandemia nos enseñará cosas importantes. Hay una cita del siglo XVIII de no me acuerdo quién que dice así: "Donde crece el peligro crece lo que nos salva" y es una gran verdad. Latouche mismo habla de que solo con las catástrofes los hombres aprendemos sobre el mundo complejo en el que estamos. Entonces sí, volveremos a darle valor a los besos y los abrazos así como volvemos ahora a darle valor al vecino del otro balcón, pero también veremos florecer como la soja a representantes ultra nacionalistas que aspiren a sociedades prececulares.
otro saludo de DinoDiego.
*pre-seculares.
Hola a todos de nuevo.respondo por orden.
A Puma le diré que Westworld me entusiasmó en su primera temporada y me aburrió tanto la tercera que la deje a medias. No sé si recuperarla, por lo que dices. Me lo pensaré!
A Lupita, hablando de redes sociales y tecnología, tengo pendiente de reseñar el libro FakeYou, que habla sobre las fake news (quien las crea, por qué motivo, cómo contrarrestarlas) y que seguro que dará pie a muchos debates, visto lo visto. a ver si me pongo con ello.
Al anónimo, tiene bastante razón al afirmar que sin las nuevas tecnologías pasaron grandes catástrofes y horrores. Creo que con tecnología entendida como acceso a la información, organización popular, etc puede que algo de ello se hubiera evitado. Mi crítica no es sobre la tecnología, sino sobre el uso que parte de la sociedad le está dando, pues en lugar de aprovecharlo para cosas que aporten lo hacen para alimentar su propio ego. Ahí radicaba mi crítica.
A Diego, pues sí, asustan poder de las grandes corporaciones, de los poderosos. ¿Quien puede afirmar, por ejemplo, que GoogleMaps es neutral a la hora de guiarte hacia un destino? ¿Quien dice que no elige las calles en función de las tiendas que hay? ¿Quien puede estar completamente seguro que esas tiendas no tienen vínculos con ellos para que así sea y los ciudadanos tengan que pasar por delante de ellas y puede que entrar a comprar? Son meras elucubraciones, pero ¿podemos estar seguros que eso no ocurre?
Saludos
Marc
El anónimo de antes era yo. No sé por qué he salido como anónimo. Me ha traicionado la tecnología😀
Yo creo que hay tantos usos de la tecnología como personas. No creo que sean mayoritaramente malos. ¡Incluso hay gente que las usa para hablar sobre libros!
Sobre el ejemplo que pones de Google Maps, las propias tecnologías te protegen de eso. Eso se descubriría enseguida. Antes era mucho más fácil hacer esas cosas, por ejemplo, cobrar por aparecer en una guía o por subir puestos en la lista de la cadena de radio, sin que nadie se enterase.
No puedo menos que coincidir con Chuang Tzu acerca de las atrocidades cometidas por el ser humano a lo largo de la historia. Sin embargo, creo que estamos siendo testigos de una nueva era, en la cual la IA ocupará un rol que todavía no somos capaces de ponderar
El poder de los poderosos siempre asustó. Pero el problema, creo yo, va más allá de nuestra pérdida de libertad. (Se puede leer en todas partes que la libertad es uno de los mayores ideales. Amazon se permite vender libros que se llamen "Amazon es una mierda"). El problema está en lo que hacemos con nuestra libertad y con nuestro individualismo.
Al problema que tenemos con los poderosos yo me lo explico con esta indiscutible afirmación: Gracias a la tecnología los humanos vamos a resolver antes el problema de la muerte que el de la desigualdad.
Es decir, la tecnología es maravillosa pero incontrolable si "los que aprietan el botón" lo son; si trabajan para lo de siempre: para que algunos sean dioses.
Podemos pararnos en el siglo XXI y equiparnos con todos los beneficios de nuestra comunicación global pero si se asesinan a 350.000 en cuatro meses en Darfur, para nuestra realidad no es más que unos segundos de las noticias del verano.
Pasa la segunda guerra y tecnológicamente nos hacemos capaces de producir comida industrialmente para alimentar al mundo pero en vez de alimentar al mundo la usamos para que los que tienen más recursos coman lo que quieran cuando quieran y, si es posible, tiren a la basura cuanto quieran. Un par de décadas después nos hacemos con la biotecnología para alimentar al mundo y la utilizamos para el mismo propósito que la industrialización agraria. El hijo del creador de Facebook va a vivir mil años pero cualquier etíope va a consumir menos energía durante toda su vida que cualquier Avatar de un videojuego de mi hijo.
ChuangTzu acierta al traer claros ejemplos sobre las manchas en nuestra historia. Justamente hay autores que se sostienen en la segunda guerra mundial para afirmar que el racionalismo fracasó. Pero a nuestra relación con la tecnología conviene mirarla a vista de pájaro. Es la tecnología la que nos dio, también, el poder de llevar a cabo semejantes atrocidades. La síntesis del amoníaco es un avance tecnológico que nada tiene que envidiarle a la internet en la competición sobre quién cambió más al planeta.
La cuestión es que primero golpeamos una piedra contra otra y descubrimos que quedaba un filo al partirla y eso nos serviría de herramienta. Pasaron dos millones de años para que descubriéramos que tallar ese trozo de piedra nos proporcionaría una punta de lanza mucho más práctica. Dos millones de años para eso y solo quince mil para pasar de esa punta de lanza al satélite, a vivir en un planeta donde los ríos bajan por donde nosotros queremos, la atmósfera se calienta como nosotros queremos y ya no hay distinción entre lo natural y lo artificial o entre el alma y el cuerpo.
El "problema" con la tecnología es que ha evolucionado mucho más deprisa que nosotros y solo nos queda mimetisarnos con ella para evolucionar. Hoy podemos hacer un hijo a la carta. Qué quieres? Ojos azules, sentido de la responsabilidad, tono muscular alto, que sea extrovertido... lo que quieras. Y, vale, lo haremos. Pero alguna vez ese "ser humano" que diseñamos va a poder sentirse responsable de sus actos?
El monstruo de Frankenstein no es ese verde con tornillos en la cabeza ni la máquina que le hizo posible revivir. El monstruo de Frankenstein es el doctor que no se hace responsable de su creación.
Ese tipo de cuestiones son las que se preguntan algunos autores sobre lo que ahora dice Puma. Un rol que no somos capaces de ponderar. Asi como no fuimos capaces de ponderar mucho de lo que venimos haciendo con la tecnología desde que nos enganchamos a la energía barata y nos vinimos arriba con el subidón.
Yo creo que, como Houellebecq en Las partículas elementales, vamos a mirar al pasado y recordar que el hermano ciencias humanas se masturbó cuanto pudo y el hermano ciencias naturales se alejó de sí mismo cuanto pudo. Ambos sufrieron y quedaron "viudos" por lo mismo: lo limitado de nuestra condición biológica, humana.
La tecnología nos da el poder de trascender.
Dale a un mono una escopeta.
Hola, Diego, qué curioso. Yo cuando leo a Houellebecq veo la búsqueda del ser humano tras haber matado a Dios. Pero quizás es la visión de una persona de fe.
Por no convertir esto en un diálogo, te digo, de modo breve, que has expresado justo qué es lo que más me desasosiega de la tecnología y su uso. Comencé hablando de mi visión "de a pie de calle" , de los debates intensos y encontrados de mi propia casa; ¿cómo es posible que la tecnología no se use para acabar con la enorme pandemia actual, la del hambre?
Respecto a los horrores del pasado, gracias a la tecnología, los podemos ver desde nuestro salón; esto ha servido, entre otras cosas, que los asumamos como parte de la vida que no podemos cambiar. Con 12-13 años vi atónita como se retransmitía la guerra del Golfo, y luego vinieron tantas otras, pasando por lo que más me ha impactado en la vida, que ha sido la guerra de Ruanda, y que aún colea, 25 años después, por las guerras que hay alrededor del coltán.
Las redes sociales pueden ser un instrumento bueno o ser dedicadas para la manipulación perversa y la propagación del odio. Pero de lo que no hay duda es de que nos introducen en este mundo memo y autocomplaciente de los aplausos. Sólo hay que ver en esta situación que vivimos, que por estar varias semanas en casa enganchados a esa energía barata que dice Diego y rodeado de comodidades nos llamemos héroes y nos aplaudamos.
No sé si soy optimista o pesimista, sólo sé que antes sentía el mundo más real y asible, y que todo va demasiado rápido para los ritmos humanos. La obsolescencia programada de las máquinas va aplicándose cada vez más a los humanos, que nos tenemos que estar "reseteando" continuamente.
Bueno, me despido de este debate; siempre es un placer hablar con la familia uladiana.
Saludos
A ti te leí el otro día diciendo que tendrías que esperar para comprarte un libro y me vinieron ganas de decirte: Lupita, estás encerrada por culpa de una epidemia que se convirtió en pandemia a causa de la globalización. Que va sobre un virus controlable que se vuelve incontrolable por la falta de materiales que solo fábrica China por culpa de la globalización. Comentada por periodistas desde las webcams de sus casas donde a todos les sale detrás una estantería de Ikea por culpa de la globalización... Mujer, no te quedes sin leer y bájate el Kindle o pidete algo por Amazon y aprovecha la globalización.
Estimado Diego:
No,no y no, jajaja. Tengo libros para leer durante meses, y esperaré con sumo placer para ir con tiempo y observar en mi librería favorita mis otras dos cosas favoritas: libros y hombres.
La espera alarga el placer,¿no?
Además, han vuelto las golondrinas; soy tan sosa que me gusta mirar pájaros. Como me dicen en casa, soy una abuela.
Perdón al resto de lectores, es el encierro.
Agur
Suscribo lo dicho por Gabriel. Se puede vivir sin redes Twitter y demás inventos de los últimos años kempes 19
A ti sí te creo cuando cantas el "resistiré".
De acuerdo. Abrazos.
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