jueves, 2 de febrero de 2017

Semana de la Revolución Rusa #4: Las doce sillas, de Ilya Ilf y Evgueni Petrov

Idioma original: ruso
Título original: Двена́дцать сту́льев 
Año de publicación: 1928
Valoración: Está bien




Las coincidencias parecen haber unido a estos dos autores. Aunque ambos nacieron en Odessa, se conocieron ya viviendo en Moscú, ciudad a la que, cada uno por su lado, se trasladaron en 1923. Cultivaron la literatura y el periodismo, pero lo que les convirtió en colaboradores y aportó popularidad en la época fue una vena satírica común que generó varios artículos de prensa, tres novelas, unos cuantos relatos, el reportaje (traducido como La América de una planta y reseñado en este blog hace tiempo) que realizaron en Estados Unidos a lo largo de tres meses por encargo del periódico Pravda, y hasta un guión cinematográfico que nunca llegó al celuloide. La producción conjunta hubo de quedarse ahí, ya que Ilf falleció poco después de su llegada a consecuencia de una enfermedad contraída en el viaje.

Dudo de que aquella fuese la época más propicia para escribir una sátira en Rusia, fundamentalmente, porque se precisa cierta tolerancia hacia un sistema que todavía está en sus inicios. Supongo que ese es el motivo de que la novela –vista con los ojos del lector actual– les haya quedado tan blanda. No es que me esperase una crítica demoledora, pero sí más munición soterrada: en lugar de tanta saña hacia la gente, una visión de conjunto que mostrara las carencias y logros de aquel socialismo incipiente.

El argumento, como reconoce el prólogo de la edición que he manejado, no tiene nada de original, pero el aval de una larga tradición constituye un buen punto de partida para construir un armazón sólido. Aquí, la novela de aventuras, la picaresca y el tópico de la búsqueda del tesoro se alían para crear esta sátira costumbrista protagonizada por dos personajes contrapuestos que, con el tiempo y como suele suceder, irán acortando las distancias.

El juego de doce sillas formaba parte del mobiliario que, con el triunfo de la revolución, le fue confiscado a Hipólito Matvéevich, antiguo empleado del Registro Civil y yerno de la otrora acaudalada Claudia Ivánovna. La trama arranca cuando la mujer, en su lecho de muerte, decide confesar, tanto al viudo de su hija como al cura que le administra los sacramentos, dónde escondió las joyas de la familia. Pero el buen padre Fedor resulta ser un pícaro de cuidado cuya obsesión por triunfar en los negocios le ha impulsado a emprender las más disparatadas aventuras financieras. Matvéevich, en cambio, aunque sin alma de pícaro, no tarda en encontrar un mentor, Bender, estafador sin escrúpulos y un genio en el arte de sacar tajada de cualquier oportunidad que se presente.

Imaginamos lo que sigue, una alocada sucesión de episodios en los que el apocamiento de uno y la sinvergonzonería del otro se alían para emprender una búsqueda frenética que les llevará de unas regiones a otras. Sin embargo, y a pesar de que visitamos viviendas particulares, edificios estatales e inmuebles diversos, no sacamos mucho en limpio acerca de costumbres, problemática y mentalidad del pueblo ruso de la época, a excepción de una generalizada y desmedida codicia. Tampoco se nos muestra, más allá de los bienes confiscados que ponen en marcha el argumento, cómo ha cambiado la vida de la gente con la llegada de la revolución, ni encontramos el más mínimo esbozo de la nueva organización social. Cuando Bender y el antiguo funcionario emprenden un amplio recorrido siguiendo a una compañía teatral, lo que Ilf y Petrov ofrecen  es tan superficial que parece más un catálogo turístico que la sátira de un momento histórico. Ni rastro de la Rusia auténtica y sus peculiaridades regionales. Y es que, en realidad, no estamos ante un retrato del país y la sátira se centra exclusivamente en los de a pie, representados por unos cuantos arquetipos bastante previsibles.

Concretando, no esperen encontrar algo tan divertido y cáustico como El maestro y Margarita de Bulgakov, por poner un ejemplo. Presenciamos escenas que podrían calificarse de simpáticas, ocurrentes a veces, pero que, a mí en particular, no han logrado arrancarme una sonrisa.

La novela tiene una segunda parte, El Becerro de Oro que, deduzco, es una especie de secuela con recursos muy similares y un personaje común. En ella se ha inspirado repetidamente el cine: he contado más de media docena de películas, de varias nacionalidades, que narran las vicisitudes de las sillas famosas.

De los mismos autores: La América de una planta

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya mierdalibros los de las últimas semanas...

Koldo CF dijo...

Anónimo, no te sulfures! Piensa que podríamos haber reseñado la saga Crepúsculo al completo o Cincuenta sombras de Grey, por ejemplo.

Un saludo

Juan G. B. dijo...

Ejem, ejem...

http://unlibroaldia.blogspot.com/search?q=Cincuenta+sombras+de+Grey

http://unlibroaldia.blogspot.com/2010/07/stephenie-meyer-amanecer.html

No intentes arreglarlo, compañero. Somos unos libromierders... :-(

Koldo CF dijo...

No me jodas? Ahora pido la baja voluntaria