Año de publicación: 2016
Valoración: Recomendable
Con un humor negro afilado, Ronaldo Menéndez traza la historia de su propia generación a través de la vida de tres personajes que terminan por confluir en un caserón de Buenavista en La Habana. A lo largo del relato de los orígenes familiares de Anabela, Rebeca y el doctor Julio César Montalbán, sus nacimientos, pasos por la escuela, estudios en el preuniversitario de élite de la Revolución e incluso la participación de alguno de ellos en la guerra de Angola, se nos muestra una Cuba en la que no escasean los amigos delatores, la diáspora y las consecuentes disoluciones familiares, los racionamientos alimenticios (y etílicos), el idealismo juvenil, las jineteras, el mercado negro, la santería, la sexualidad adolescente, el rock, los freakies, los bajos fondos delincuenciales, las desigualdades sociales y el racismo. Todos estos tópicos configuran el mapa de los últimos cuarenta años de un país al que hemos asistido por retazos a través de otras obras de Karla Suárez, Ángel Santiesteban, Leonardo Padura, Wendy Guerra, Amir Valle, Lorenzo Lunar, Pedro Juan Gutiérrez y Ena Lucía Portela por mencionar sólo algunos nombres de escritores cubanos que emergieron a finales de los años noventa.
La lectura de esta historia, me hizo recordar esa otra novela de hace más de dos décadas escrita por Jesús Díaz, Las iniciales de la tierra. En ella, el autor desbrozaba la historia de un personaje con ecos autobiográficos bajo la excusa de un informe de vida para una asamblea de trabajadores del partido. Y es que la narración de Menéndez es también, de cierta forma, una memoria confesional que estuvo marcada por los imperativos de la Revolución cubana. Entre uno y otro autor se cuenta al menos una generación de por medio y, sin embargo, el saldo final entre la fe inicial revolucionaria y el fracaso personal y colectivo resultante no es muy diferente. Si el protagonista de Díaz vivió la militarización de los años sesenta y la Zafra de los Diez Millones de 1970, los personajes principales de Menéndez testimonian la guerra internacionalista en Angola y la estampida del Mariel de 1980.
Más allá de la reunión de todos estos trazos epocales y de un maestría envidiable para concatenar tantas microhistorias sin golpes bajos y con mucha ironía, la mirada de Menéndez al abordar los años ochenta me resultó conmovedora. Hay, desde luego, un elemento de compatibilidad generacional para los que ya estamos sobre los cuarenta. Pero también, creo, hay la necesidad de rescatar una década cubana que prácticamente se ha visto invisibilizada por la atención mayoritaria que ha recibido la represión institucional que tuvo lugar en los setenta y la experiencia traumática del Período Especial en los noventa. Toda la recreación del grupo literario y de intervención urbana de El Establo, es al mismo tiempo entrañable y reveladora para entender un poco el presente de la isla. Se trató de jóvenes que hubiesen podido dirigir un cambio democrático en un contexto de apertura internacional como el de la glasnost y que terminaron devorados por los imperativos del sistema.
Es, precisamente, desde el lugar de una generación que no fue parte de la Revolución sino su consecuencia, que La casa y la isla es también una muestra del cansancio ante las fantasías utópicas poco solidarias y ajenas al día a día de los cubanos en la isla. Tal como advierte el personaje de Ronaldo: “Cuando uno le habla a esos tíos progres del primer mundo europeo, gente de izquierda que militó contra Franco o que incurrió en Mayo del 68, o a sus hijos neomaoístas o anarquistas o trotskistas o indignados, sobre nuestra hambre cubana de cada día enseguida te salen con el hambre de Somalia, de Bolivia o del Congo (…) Cuba es su sueño, aunque sea la pesadilla de tantos cubanos” . En efecto, esta novela nos invita a prestar atención a lo que las últimas generaciones de cubanos tienen para decirnos.
Firmado: Magdalena López
También de Rolando Menéndez en ULAD: Rojo aceituna. Un viaje a la sombra del comunismo
1 comentario:
Pues para ser un tío que vive en Madrid desde hace más de diez años lo de "nuestra hambre cubana de cada día" le queda igual de lejos que a un progre de esos que tan bien estereotipifica
Publicar un comentario