Idioma original: japonés
Título original: Shiiku
Año de publicación: 1959
Traducción: Yoonah Kim/Joaquín Jordá
Valoración: muy recomendable
Cinco palabras que evoquen Japón: Samurai y Kamikaze andarían por ahí seguro que saldrá Sushi y seguro que saldrá Murakami. A mí me sale también Sakamoto, pero me asaltan Hiroshima y Nagasaki, esas no suelen fallar. Porque Japón todavía resulta una cultura que nos fascina, y el asunto de la II guerra mundial, Pearl Harbour y todo eso, aún dan mucho juego. La obra de Kenzaburo Oé nace en las décadas inmediatamente posteriores a la rendición, al duro período en que el Imperio nipón empieza a renacer tras la humillación de la derrota, una humillación que parece que no es muy fácil comprender desde el punto de vista occidental.
Y los episodios bélicos son claves en la obra del Nobel de 1994. La presa pasaría por ser una fábula en la que intervienen muchos elementos.
Primero, lo que pasa.
Un avión de guerra americano se estrella cerca de un poblado de cazadores, en pleno conflicto del Pacífico. El poblado está aislado por culpa de la temporada de lluvias, que ha ocasionado la destrucción del puente que les une al resto de la región (y, por ende, al resto del universo), que llaman la ciudad. Los hombres del poblado salen a las montañas y capturan al tripulante, un piloto americano de raza negra que es conducido al pueblo y observado poco menos que como un animal, como una especie rara, por su aspecto físico y por las circunstancias de su presencia ahí.
Segundo, cómo lo interpretamos.
Como todas las novelas cortas y basadas en personajes muy concretos, la interpretación de los simbolismos se dispara. Todo importa y todo pesa: la actitud de los del poblado, al que el incidente acaba siendo el grano de sal que cae en suerte. El aparato burocrático, que obliga al pueblo a la custodia. El preso (¨la presa¨) que teje su propia estrategia, en circunstancia extrema y desesperada. Los niños que lo empiezan a visitar, fascinados por su presencia, y que van depositando su confianza en él, representando la inocencia de quien no acepta la enemistad forzada que conlleva un conflicto bélico. Y no solo simbolismos: presenciamos la miseria de zonas rurales que son poco más áreas de conflicto, que defienden sus exiguos vestigios de dignidad. La presa es vigilada, pero luego es cuidada, y más tarde meramente acompañada, por unos niños que acaban considerando a su prisionero como un exótico miembro adicional de la comunidad, que confían en él, que ignoran lo significativo de su figura.
Tercero, cómo lo escribe Oé.
Oé no cede al fácil anzuelo de explotar y ahondar en la miseria del entorno rural o en la crueldad del conflicto. Dibuja el escenario, el poblado al que la guerra poco o nada afecta y que poco o nada tiene que perder en ella. Un poblado en el que solo hay mujeres, niños, y escasos hombres. Un escenario que no hace más que alienarse y aislarse, cerrándose en sí mismo, protegiendo su hallazgo. El estilo es impecable, intuyo que la traducción muy fiel al espíritu y a cierta poética desesperada. De esas raras novelas que descubren una nueva capa en cada lectura.
También de Kenzaburo Oé en UnLibroAlDía: Cartas a los años de nostalgia, Una cuestión personal, Arrancad las semillas, fusilad a los niños
Tercero, cómo lo escribe Oé.
Oé no cede al fácil anzuelo de explotar y ahondar en la miseria del entorno rural o en la crueldad del conflicto. Dibuja el escenario, el poblado al que la guerra poco o nada afecta y que poco o nada tiene que perder en ella. Un poblado en el que solo hay mujeres, niños, y escasos hombres. Un escenario que no hace más que alienarse y aislarse, cerrándose en sí mismo, protegiendo su hallazgo. El estilo es impecable, intuyo que la traducción muy fiel al espíritu y a cierta poética desesperada. De esas raras novelas que descubren una nueva capa en cada lectura.
También de Kenzaburo Oé en UnLibroAlDía: Cartas a los años de nostalgia, Una cuestión personal, Arrancad las semillas, fusilad a los niños
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