Título original: Paradoxe sur le conservateur
Idioma original: francés
Fecha de publicación: 1988
Valoración: recomendable
Jean Clair comienza recordando algo que muchas veces pasa desapercibido en el lenguaje artístico: el origen del término "conservador" es religioso. En la antigua Roma designaba a aquellos que se ocupaban de guardar con gran cuidado las imágenes de los dioses. Esto no deja de ser significativo porque incluso hoy en día, la presencia de conservadores (o comisarios o curators) en un museo parece indicar que hay allí algo valioso (incluso: algo sagrado) que debe guardarse con gran cuidado. En este librito Jean Clair saca gran partido a esta procedencia religiosa del término y desarrolla una sugerente comparación entre la situación de la religión romana en tiempos de la República y la del arte contemporáneo.
Del mismo modo que por entonces incluso los niños habían dejado de creer en los manes, hoy nos encontramos con un escepticismo generalizado sobre el valor del arte. Y especialmente entre aquellos que parecen entenderlo mejor. El escepticismo romano en los dioses hizo que pudieran incorporar a su panteón, sin ningún problema, todos los dioses de los países sojuzgados. Lo mismo sucede hoy con el corpus del arte contemporáneo, que admite sin repulsión cualquier elemento nuevo.
El diagnóstico es bastante desolador, y más aún si se tiene en cuenta que Jean Clair no es sino el pseudónimo de Gérard Régnier, que fue director del Museo Picasso de París y conservador general del Museo Nacional de Arte Moderno, ni más ni menos. Su explosiva crítica a la todopoderosa figura del comisario en la actualidad le ha convertido en alguien muy polémico en la esfera artística francesa, lo que le lleva en ocasiones a radicalizar sus posturas más de lo necesario. Viene bien, sin embargo, tener presente lo que dice; al menos, para no pecar de crédulos.
7 comentarios:
Hay una cosa que me sorprende mucho, y es el desprestigio social del Arte Contemporáneo. Con muy pocas excepciones, la gente tiene la imagen de que es una tomadura de pelo, de que es "el traje nuevo del Emperador".
No sé si esto también habrá pasado en otras épocas o si esta falla que separa el arte del público es un signo de nuestros tiempos, pero creo que es algo que los críticos y los historiadores del arte tendrán que analizar...
También es curioso cómo en literatura ha pasado algo completamente distinto: después de las vanguardias, el modernismo (en sentido inglés), Proust, Joyce y Dadá, se volvió a un modo más "tradicional" de literatura, lo que no significa que las vanguardias hayan desaparecido como posibilidad estética, o que no hayan dejado su huella, por supuesto.
Pues sí, tienes toda la razón, Santi. Pero yo creo que ese abismo entre arte actual y público es en realidad bastante viejo. Al menos siglo y medio o así. Es muy gracioso leer las barbaridades que se decían en su momento de los cuadros impresionistas o expresionistas: los mismos que hoy tiene todo el mundo en su casa en reproducciones compradas en las tiendas de los museos. Así que no sé, hay que tener en cuenta que puede pasar algo similar con mucho del arte contemporáneo y, en lo posible, luchar contra ese síndrome del "traje nuevo del Emperador" que aqueja al público. (Por cierto, no podías haber buscado mejor nombre!)
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
(El traje nuevo del emperador – Andersen)
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Pues yo discrepo de ambos. Una cosa es no apreciar las vanguardias y otra no ver que el emperador muchas veces está en cueros. En mi última visita al Guggenheim —no hace ni un mes— la exposición de "El espejo invertido" puede hablar mucho y bien sobre la basura que a veces nos quieren vender como arte solo porque la exponen en un espacio habilitado para tal menester. También en el Guggenheim recuerdo hace un año la obra de un tal Gabriel Orozco al que casi le pisamos una obra de "harte" que había en el suelo consistente en una caja de cerillas usada con una cartulina adherida (podéis buscar dicha obra de "harte" en el Google). ¿?
En serio, a veces el emperador está en pelotas. En pelota picada, además. Y claro, luego pasa lo que pasa...
http://www.abc.es/20120517/cultura-arte/abci-diez-mayores-obras-arte-201205161900.html
Quitémonos el monóculo.
Pues sí, Salakov. Por desgracia, el emperador no se viste casi nunca. Estoy leyendo un ensayo sobre la cuestión del arte actual, y me lo estoy tomando con calma porque merece la pena leerlo atentamente, pero ya me queda poco. Habla de la cabeza de vaca, con el dispositivo para achicharrar a las moscas inevitables, de Hirst (por la que se pagó un burrada de millones) y de los ositos de peluche gigantescos que hicieron multimillonario a Koons, por poner dos ejemplos llamativos, pero las más de 450 pgs. contando todo el proceso a partir de Dadá (aquello no fue nada y además vino muy bien) no tienen desperdicio. Ya no podré utilizar el simil del traje nuevo del emperador, como tenía pensado, pero el autor ya es bastante expresivo, con explicar lo que dice es suficiente.
No, si yo no niego que muchas veces haya propuestas artísticas que sean un fraude: un mero bluf en el mercado sin nada que pueda justificar conceptual o técnicamente su valía. Lo que pasa es que me parece que se corre el peligro de ser muy generalista en estos juicios de condena (y el propio Clair lo es). A veces es más una defensa general contra cualquier forma de arte contemporáneo, más aún, una coartada para la pereza que da tratar de entender lo que algunas obras pueden querer decirnos. El arte más nuevo de todas las épocas ha sido siempre incómodo de entender, porque pone en cuestión convenciones bien asentadas en el público. La mejor manera de ahorrarse eso es emitir una cómoda condena general.
En cuanto a los ejemplos que pones, Maese, ¿quién ha dicho que el arte debe estar realizado siempre con los más nobles materiales? ¿Por qué no vale la grasa de Beuys, por ejemplo? No creo que pueda juzgarse nunca una obra por el solo material o por la mera forma: habrá que ver de qué modo encaja en una determinada tradición de discusos y prácticas, y si la reta o la amplía en un sentido interesante.
Proyecto Penske (Penske Work Project), 1998
Gabriel Orozco
Jalapa, México, 1962
En su variado conjunto de obras, Gabriel Orozco emplea materiales cotidianos en actos que generan un espacio de potencialidades entre el arte y la realidad. Proyecto Penske (Penske Work Project, 1998) se compone de esculturas espontáneas que Orozco creó mientras conducía un camión alquilado a la Penske Corporation por el sur de la ciudad de Nueva York, parándose junto a grandes contenedores de residuos en busca de materiales de desecho. Tras seleccionar unos cuantos, los manipulaba para crear una escultura improvisada en aquel mismo lugar. Una vez que, a su entender, la escultura estaba completa, la fotografiaba, la cargaba ciudadosamente en la trasera del camión y continuaba conduciendo hasta el siguiente contenedor. Orozco acudía fundamentalmente a grandes vertederos industriales situados en la periferia de las zonas en construcción, lo que se refleja en los materiales que constituyen las improvisadas esculturas, hechas con trozos de pladur, tela metálica, baldes de pintura vacíos, contrachapado de madera y espuma de estireno. A caballo entre el readymade y el ensamblaje, y yendo más allá de ellos, estas obras son construcciones elaboradas con materiales encontrados, alterados, y realizadas en tiempo real.
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Aquí va un truco para reconocer farsantes: a más retórica, a más palabrería hueca... más farsante. Y aquí la caja de cerillas de Gabriel Orozco en cuestión, HARTE de su puta madre. Pinchad el link:
http://www.alhondigabilbao.com/image/journal/article?img_id=419926&t=1328376975629
En cuanto a la margarina de Beuys, si es tal como aparece en mi anterior enlace... chico... qué quieres que te diga. Es un pegote amarillo, casi monocromático, en una pared. Y seguro que tiene otras obras que valen la pena, pero concretamente esa NO.
Y esto no es un criticar por criticar. Porque conste que en el Guggenheim, más allá de la basura que a veces meten con calzas, se pueden encontrar auténticas maravillas: "Las célebres órdenes de la noche" de Anselm Kiefer puede ser proablemente mi cuadro preferido, sin duda...
Así sí.
Y ¿qué me decís de Hirst y Koons? Por no hablar del "accionismo vienés" de los 70, que ni merece la pena comentar. Es cierto que lo que me estoy leyendo son los márgenes del arte, el anti-arte, digamos. Pero es que, desde la primera mitad del siglo XX hasta la actualidad, hay montones de movimientos (y muchos más artistas) en los que nada o casi nada merece la pena.
El autor se llama Carlos Granés y es de lo más interesante.
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