Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable
Si despojásemos a Panza de burro de su ropaje de palabras (como si eso fuera posible) y la dejásemos en el esqueleto narrativo desnudo, correríamos el riesgo de subestimar esta novela. Decir, por ejemplo, que en realidad no cuenta casi nada: las pequeñas aventuras cotidianas de dos amigas (la narradora, de nombre desconocido, e Isora), en un barrio rural del norte de la isla de Tenerife a lo largo de un verano. Podríamos comparar la relación entre las dos amigas (la narradora, más tímida y parada; Isora, un torrente de energía y voluntad aunque con una corriente profunda de rebeldía y tristeza) con la creada por Elena Ferrante en su serie de novelas Dos amigas, por ejemplo; podríamos recordar otras muchas obras, películas o series que se desarrollan a lo largo de un verano y terminan cuando llega septiembre, u otras muchísimas que describen el final de la infancia, la pérdida de la inocencia, el despertar a la complejidad del mundo y a la sexualidad. Incluso podríamos hacer una referencia al (neo-)realismo o al naturalismo por el retrato del ambiente de pobreza en que se mueven los personajes, cierta tendencia a lo escatológico, o incluso por la reproducción del lenguaje coloquial y vulgar.
Pero nada de esto valdría de nada, porque, claro, es imposible e inútil separar una obra de su ropaje de palabras, y porque a partir de esos mimbres conocidos, Panza de burro se eleva (más allá de esas nubes bajas que aplastan a los personajes, se podría decir) hasta convertirse en una novela especial, cargada de belleza y sensibilidad, y sobre todo escrita con una voz narrativa particular y propia, brillante y luminosa.
Lo primero es la sensibilidad con la que el libro está escrito: resulta conmovedora la capacidad para crear poesía hasta en medio de, literalmente, la mierda; para indagar con delicadeza pero sin eufemismos en los pliegues de una amistad compleja y desigual, en el despertar a la sexualidad de las protagonistas (el deseo, la masturbación, las primeras experiencias compartidas) o en las desigualdades económicas y sociales del barrio y de la isla (el Sur como Eldorado al que vienen los turistas a dejar dinero y trabajo, las casas rurales para "estraneros"). Algunos capítulos de la novela, como "comerme a Isora" o "lo último que le queda a una" son pura poesía desatada, aunque en prosa; pero la misma poesía, mezclada con el humor y con la narración cruda aparece en todos los capítulos y en todas las frases del libro.
Un pequeño fragmento del capítulo "comerme a isora":
isora tenía los ojos verdes como un verdino verde como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de teno como una botella de vino vaciada la abuela de isora se enfadaba y le decía te vacio por dentro te vacio hoy bebo sangre tuya cachoputa isora tenía las tetas redondas y se le reventaron como la tierra cuando escupe una flor que primero pequeño luego grande la tierra de su pecho seca luego estrías la teta no le cabía en la piel y lloraba isora tenía pelos en el pepe y a veces se los afeitaba todos hasta el güeco del culo y le picaba el culo isora tenía un pelo negro tieso tupido como el cespe de mentira de las casas rurales en el pepe el pelo de isora olía a molino de gofio a almendras tostadas a pan bizcochado ver a isora llegar me hacía sentir tranquila como cuando escuchaba el potaje hirviendo a las doce y media [...]Y luego, el aspecto más comentado sobre la novela, su lenguaje, o mejor, su lengua, su dialecto, su habla: el español de Canarias, del norte de Tenerife, de dos niñas millenials que viven en un barrio del norte de Tenerife. Una voz libre, fresca y creíble que escribe como habla, con una oralidad que no suena impostada o artificial, que se nutre de la onomatopeya, del localismo, de las deformaciones fonéticas ("Sinson" por "Simpson", "méssinye" por "Messenger"), de los préstamos del inglés como shit o bitch, o de referencias culturales como las telenovelas, Corazón corazón o el grupo Aventura (que yo, como buen abuelete desfasado, no conocía). Es un lenguaje crudo y de apariencia espontánea (que sin duda tiene una buena carga de trabajo detrás), pero de una belleza y una fuerza innegables. Una voz tan original que a mí, como a la editora Sabina Urraca, también me ha dado envidia al leerla: me gustaría saber escribir así.
Otro fragmento, para dar idea del tono y el lenguaje del libro:
Doña Carmen, usté hace la sopa magi, la de sobre?, le dijo Isora a la vieja. No, miniña, por qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo. Doña Carmen estaba virada de la cabeza pero era buena. Casi todo el mundo la despreciaba, porque, como decía la abuela, tenía cosas de guárdame un cachorro. Doña Carmen se olvidaba de casi todas las cosas, pasaba largas horas caminando y repitiendo rezados que nadie conocía, tenía un perro con los dientes de abajo salidos pafuera, salidos pafuera como los de un camello. Perro sato, perro sato, jala y que te cargue el diablo, le decía. A veces le posaba la mano sobre la cabeza con cariño, otras le gritaba juite, perro, juite, perro del demonio. Doña Carmen lo olvidaba casi todo pero era una mujer generosa. Le gustaba que Isora la visitara.
Como la propia autora ha dicho en algunas entrevistas, escoger esta voz también es un acto político, quizás no tan explosivo o tan corrosivo como las novelas y las entrevistas de Cristina Morales, pero también decidido y reflexionado: escribir desde el margen, desde fuera de lo canónico o lo estandarizado; desde la periferia de una periferia: no solo afincando la voz en las Islas Canarias, siempre fuera de todos los mapas, sino desde un barrio rural y pobre en una colina alejada de los centros turísticos del Sur de Tenerife. También es política la forma como se presenta la presión que se ejerce sobre las dos chicas (y también sobre chicos que no se adecúan a lo esperable de su género, como es el caso de Juanita Banana), para que adapten y modifiquen su lenguaje, su comportamiento y su cuerpo para ser aceptadas. No es casualidad que comer, cagar y vomitar ocupen tanto espacio en el texto: las niñas piensan constantemente en lo que comen, y en lo que evacúan (por un lado o por otro), y en cómo eso afecta a su imagen y a su encaje en la familia y en la sociedad.
Ahora que se recrudece la polémica porque a los actores andaluces o canarios les piden (exigen) que oculten su acento, pienso que en la literatura española, de formas más sutiles, también los escritores en general han (hemos) borrado nuestros acentos, no solo en sentido geográfico / dialectal, sino en un sentido más general. Escribimos como si nuestros padres o nuestros profesores nos mirasen por encima del hombro, haciendo tschk, tschk, tschk con la lengua cuando nos salimos del renglón. Hemos aprendido, con el peso insistente de la tradición y de la crítica, lo que significa "escribir bien" (usar muchos adjetivos, una cierta distancia irónica, frases con muchas subordinadas, yo qué sé) y ahora todos "escribimos bien" (unos más que otros, claro), y es raro encontrar quien se salga del patrón o, mejor, quien mande el patrón a tomar viento y escriba como si no existieran ni la tradición ni la crítica.
No me extraña por eso que los referentes que Andrea Abreu menciona sean latinoamericanos (Rita Indiana, Pilar Quintana, María Fernanda Ampuero, Aurora Venturini, Leila Guerriero), todas ellas escritoras: no solo por la posición geopolítica y geocultural de Canarias como puente entre España e Hispanoamérica, sino también porque la tradición literaria hispanoamericana han experimentado mucho más con las voces y las lenguas que componen el lenguaje oral del continente (mientras leía Panza de burro me acordaba por ejemplo Junot Díaz y su Oscar Wao); y porque las mujeres, tantas veces subordinadas o subalternizadas en el canon y la historia literaria, también han tenido que encontrar una voz propia, que no clonase la voz que los escritores hombres, y los críticos hombres, decían que era la forma correcta de escribir. (Recuerdo una reflexión de Aixa de la Cruz en este sentido en Cambiar de idea, que espero no estar malinterpretando).
Eso es lo que ha hecho Andrea Abreu en Panza de burro: borrar o ignorar la forma como se debe escribir literatura española, y escribir como si la lengua hubiera nacido ayer y estuviera todo por descubrir y por escribir. Como si no hubiera nadie mirando por encima del hombro. Por eso he disfrutado con su lectura como si estuviera descubriendo un lenguaje nuevo (y quizás es eso exactamente lo que estaba pasando). Porque es diferente, y rompe y refresca. Y porque da envidia y ganas de escribir.
33 comentarios:
Es un libro mágico y brutal, muy recomendable.
Desde un comienzo en el que se aventura una historia "sencillita", la novela va adquiriendo una mayor sustancia página a página, sin que el lector se dé apenas cuenta.
Hace unas semanas que lo tengo apuntado en la lista de "libros que quiero comprar y tal vez, con tiempo, leer". Pronto caerá
Pues adelante, GtM, no creo que te arrepientas :) A mí mepasó un poco como al primer anónimo, cuando empecé no sabía bien qué me iba a encontrar, si una especie de novela regionalista canaria o una versión contemporánea de Platero y yo (es lo que tiene no saber lo que significa "panza de burro" en Canarias), y en cuanto leí un par de capítulos ya me atrapó. Luego la fui leyendo a poquitos, porque no es muy larga y quería que me durase..
Sinceramente y sin ánimo de ofender, yo no entiendo que esto se considere digo de ser publicado. A mi juicio está horriblemente escrito (parece ser que con la excusa de reproducir el lenguaje oral o de imitar la "frescura" del habla de los jóvenes todo está permitido, incluso saltarte las normas mínimas de ortografía y gramática, e incluso te dirán que eres una escritora rebelde y original) y, como bien dices, prácticamente habla sólo de comer, cagar, masturbarse y vomitar como si la vida de los millenials se redujera a la escatología y el reguetón, que también puede ser... No comulgo nada con esa visión posmoderna que alaba este tipo de narrativa escudándose en la reproducción del lenguaje oral. Y, como bien dices también, si le quitamos esta peculiaridad por la que el libro se distingue, la historia no puede ser más manida y hueca.
¡Hola, Bea!
Bueno, está claro que tenemos visiones muy diferentes, y no pasa nada por tenerlas. Eso sí, me parece que es muy diferente escribir con faltas de ortografía o sin respetar la gramática porque no se sabe escribir de otra manera, que cuando se trata de crear una voz, y se hace de forma consciente, consistente y, en mi opinión, creando un lenguaje propio y poético. (Pero ya sé que no estás de acuerdo con esto). Por otra parte, es verdad que la trama no es particularmente rompedora, pero eso lo suplen el resto de cualidades (que para mí lo son) del libro, y la capacidad para retratar la vida exterior e interior de dos niñas a lo largo de un verano.
A mí me parece que esto no solo merece ser publicado, sino que merece ser leído y comentado, y espero que lo sea a pesar de estos tiempos pandémicos que limitan bastante la capacidad de promoción. Claro que no todos tenemos que pasar a escribir como Andrea Abreu, pero me parece muy bueno y muy positivo que ella escriba como escribe, y que la editora Sabina Urraca haya sabido reconocer su valor, apoyarla y apostar por ella, sin mutilar esa voz propia.
Perdona que insista, Santi, ¿pero por qué es positivo? Yo no veo nada positivo en que adolescentes o jóvenes crean que porque en un libro se omitan (por poner un ejemplo) los signos de apertura de interrogación, ya crean que es lícito hacerlo y eso les lleve a escribir aún peor de lo que ya lo hacen, a despreciar las normas gramaticales o a creer que no son importantes. Ya sé que la autora no lo hace por desconocimiento de las mismas sino para conseguir cierto efecto o incluso una voz personal, vale, y que su público lector lo reconoce así, pero quizá a parte de ese público al que también puede llegar el libro (adolescentes y jóvenes) les forja una idea equivocada y además les sirve para justificar sus propios desatinos lingüísticos. No sé, quizá doy la impresión de ser una exagerada, una antigua o una inquisidora, pero de verdad que me cansa mucho esta alabanza de la "neolengua millenial" y el estilo de determinados escritores que lo que a menudo oculta en realidad es su propia incompetencia literaria... Y casualmente quienes elogian este libro de manera oficial son editores, críticos y escritores muy jóvenes que seguramente piensan que esto es lo más rompedor en literatura.
Bueno, tenemos gustos diferentes, y está bien que así sea. Un saludo.
¡Hola otra vez, Bea!
Creo que partimos de perspectivas diferentes. Yo digo que es positivo desde un punto de vista literario, porque ver a una escritora desarrollar un estilo propio, una voz con personalidad, con identidad, y que haya conseguido encontrar una editora y una editorial que la hayan apoyado, y no hayan intentado, por decirlo así, "domesticar" esa voz, me parece una muy buena noticia. No se trata solo de escribir como se habla, sino de conseguir usar ese lenguaje y esa forma de expresarse de forma deliberada para crear belleza, para crear literatura en definitiva. Andrea Abreu consigue eso, en mi opinión.
(Por otra parte, muchos grandes escritores han hecho lo que han querido con las normas ortográficas, de puntuación, etc., mira Saramago por dar solo un ejemplo. La literatura no es necesariamente un modelo, ni de escritura ni de vida)
Si tengo que elegir, ahora mismo me quedo con Cristina Morales, Aixa de la Cruz o Andrea Abreu antes que Cercas, Marías o Vila Matas, porque lo que esos escritores escriben ya está hecho y dicho, y leerlos me da una sensación de reiteración de lo conocido, mientras que con muchos escritores, y sobre todo escritoras, más jóvenes, tengo la sensación de descubrir y aprender mucho más. Hace unos años habría dicho algo completamente diferente, que conste.
Y la verdad, creo que si Panza de burro la leen adolescentes, probablemente se sientan más identificados con ese lenguaje, y con lo que se cuenta en Panza de burro, que con mucha otra literatura española contemporánea. Y no creo que por eso fueran a escribir peor o a masturbarse más, si me permites la broma :)
(Te agradezco por otra parte el detalle de los "críticos [...] muy jóvenes", aunque sé que probablemente no te refieras a mí, que ya paso de la cuarentena).
Me gusta la reseña y también el debate. Aún sigo disfrutando con Vila-Matas y Marias (no tanto con el último Cercas) pero es verdad que son muy reconocibles, pero igual que Saramago (que se pasada por el arco de triunfo la ortografía) o García Márquez.
Dicho esto también reconozco que disfruto cuando me llega algo diferente. Me ha pasado con Cristina Morales y su “Lectura fácil”, que me dejó la cabeza del revés.
Yo creo que la literatura como la pintura o cualquier arte, es mucho más que la ortografía. Monet y compañía se quedaron en los márgenes y mira en qué acabó la cosa.
Leeré “Panza de burro”.
Un saludo.
No sólo Saramago, miren Juan Ramón Jiménez otro Nobel que hizo lo que le pareció.
A mí me importa la ortografía y la puntuación pero me conformo con las licencias de los escritores si me emocionan de alguna forma.
Y lo de "panza burra" se dice también por el Norte refiriéndose al color del cielo cuando va a nevar.
Gracias por el blog y las opiniones
Totalmente de acuerdo con Bea. He terminado el libro y no acabo de entender muy bien las sorprendentes alabanzas del crítico hacia el mismo.
¡Hola, Irene!
Se ve que este libro es muy polarizante, o te encanta o te horroriza. Creo que es porque tiene una propuesta estética o estilística muy particular y podríamos decir que arriesgada, en la que se entra o no. Se puede pensar que es una opción fácil, escribir como se habla, pero hacerlo bien y con un resultado tan (en mi opinión) brillante es de hecho muy difícil. Puede acabar sonando impostado o falso, como cuando un adulto intenta hablar como los adolescentes y *sale mal*, pero en este caso suena, a mí personalmente por lo menos, perfectamente natural.
Además de una simple cuestión de gustos diferentes, siempre respetables, se trata también de diferentes visiones sobre lo que debe ser la literatura, en las cuales posiblemente tampoco estamos de acuerdo. Y en mi opinión a la literatura española le hace falta todavía mucha diversidad -lingüística, racial, de género, de clase- para no quedarse en la repetición de los mismos tipos de discurso.
En todo caso, gracias a todos por la discusión y por los comentarios, que para eso existe este blog. :)
Desde aquí huele a canción del verano.
Absolutamente de acuerdo. Me decepcionó muchísimo exactamente por los mismos motivos que expones. Por no hablar de un flagrante “fallo de guión” que no comentaré por no hacer spoiler
Hombre, Vila-Matas será cualquier cosa menos poco original o poseedor de un estilo propio.
Sí, desde luego, Vila-Matas tiene una voz y un estilo propios, y hace unos años lo habría citado como uno de mis escritores favoritos; pero ahora mismo ya me parece que solo se copia a sí mismo, y lo que hace me ha dejado de sorprender o interesar. Lo mismo diría de Cercas. A Marías nunca lo consideré uno de mis escritores favoritos, aunque le reconozco su relevancia, pero también he prometido no leer nada suyo después de Los enamoramientos.
Dicho de otra forma: con ninguna de las obras que he leído de las que Vila-Matas ha publicado en los últimos años (y he leído unas cuantas, aunque no todas, claro) he disfrutado tanto como con Panza de burro.
Estupendo debate vivaun libro al dia¡mayor Thompson
Qué pasó, mis niños. Qué dice la juventú? He leído el libro, soy canario y puedo decir que así hablamos aunque esto varía en cada isla. Resido en Valladolid y aquí a la gente le extraña que llame a las patatas papas o al bus guagua.
Me gustaría poner el ejemplo de una novela inglesa, A Kestrel for a Knave, publicada por Impedimeta con el título de la pelicua, Kes. Bueno, al leerlo en inglés pueden ver qué hay numerosísimas faltas de ortografía pero esto se hace a propósito para mostrar cómo habla la gente de un estrato bajo de Yorkshire. Con las novelas estadounidenses pasa lo mismo, muchos autores recurren a cargarse la ortografía para darle la poesía y el ritmo de, por ejemplo, un negro o un sureño. Para ritmo y faltas de ortografía o puntuación que hablen con Kerouac y su "spontaneous prose". No sé qué tal traducción pero si uno lee On the Road o Big Sur en alto todas esas faltas se acaban perdonando al bueno de Jean Louis Kerouac. Me he ido un poco por la tangente pero lo que quería decir es que esto de reflejar la manera de hablar en la literatura se lleva haciendo desde hace mucho, tal vez en la española no sea tan común como en otras y por eso puede que chirrie un poco.
Ahora, en cuanto ULAD puedo decir que es un paginón que sigo desde años y que me alegra enormemente que este proyecto continúe no solo para ayudar a lectores a descubrir obras nuevas sino también para abrir debates como este. Gracias a ustedes por su constante labor.
Un saludo de un canario en la península.
Buenas
Considerando que existen idiomas que ni siquiera tienen tradición escrita (y por lo tanto carecen de ortografía), creo que el idioma va por delante de su manifestación gráfica, ya que esta ni siquiera ha sido necesaria para la persistencia de algunos. Así que no veo nada de malo, más bien todo lo contrario, en quebrantar rígidas normas si estas ayudan en el acto narrativo. Infinidad de escritores latinoamericanos han usado localismos en modo de palabras, acentos, pronunciaciones. El concepto de spanglish lleva años existiendo. Las normas ortográficas tienen sentido mientras su seguimiento estricto no se argumente para coartar la creatividad, y la rigidez de ciertos comentarios en este amable y fascinante debate parece que sugiera que debería ser así. Aparte de lo ajeno a la realidad (la de la autoedición, de la que reconozco haberme quejado aquí aunque fuera más a costa de la aplicación de ciertos filtros de calidad) que es presuponer que un libro no deba ser publicado por un quítame ahí unas haches. Como firme defensor de la libertad, el libertinaje y la anarquía en las manifestaciones artísticas, genial el comentario sobre Monet, no creo que cierta oferta de productos de este perfil llegue a sobrar. Puedes no leerlo, no gustarte, ignorarlo, o criticarlo, pero con todos los respetos, obviar una obra que puede llegar a gustar por esas cuestiones, pues sería algo que no comparto.
Yo estoy con Francesc.
Soy un milenial al que le disgustan muchas cosas de su generación, aprecio como cualquier hijo del vecino la buena ortografía y la sintaxis elaborada, pero me parece un argumento liberticida decir que un libro no es bueno porque se toma licencias idiomáticas. Y ya no entiendo lo de que si el libro hace algo, los lectores pensarán que ese algo es correcto. ¿Volvemos a esos tiempos en los que el rock y los videojuegos causaban violencia, en que la pornografía causa machismo, en que los personajes de una ficción deben ser moralmente buenos porque la audiencia es estúpida y no sabe discernir entre arte y vida real? No infantilicemos a la gente, por favor.
Además, esta novela no me parece el tipo de libro que leerían los jóvenes, quizás la única demografía a la que estoy dispuesto a aceptar que es un tanto influenciable.
Muchas gracias a todos por los comentarios y por el debate, me alegra mucho que esta entrada esté atrayendo esta conversación, con opiniones diferentes pero respetuosas :)
Como dice el "canario de la península", en otras lenguas o en otras literaturas hay ya tradiciones establecidas sobre estos modos de escribir la oralidad. En la literatura americana hay ya al menos desde el siglo XIX un código para escribir el acento del Sur, las obras de Irvine Welsh (al menos las primeras, como Trainspotting están escritas en inglés de Escocia... En la literatura española no existen esos códigos, por eso comentaba que parece que el único código aceptable es el español estándar, del mismo modo que no se puede presentar un telediario o actuar en una película con acento andaluz o canario, como comentaba en la reseña. Los únicos personajes que pueden hablar con ese acento suelen ser pesonajes cómicos, y/o de clase social baja.
Por otra parte, no se trata simplemente de "escribir con faltas de ortografía", eso es una simplificación. Se trata de crear un código escrito que refleje (en la medida de lo posible, siempre hay un artificio y alguna distancia) la oralidad de un lugar, de una generación, de una clase social. Un código complejo y que se mantiene de forma coherente y deliberada. De hecho en Panza de burro habría al menos tres "ortografías" diferentes:
-Cuando habla la narradora
-Cuando hablan los personajes en estilo directo (puede verse en uno de los fragmentos que he incluido en la reseña)
-Cuando los personajes usan escritura tipo chat o messenger (perdón, méssinye).
Y por otra parte, está el para qué se crean estos códigos. Yo puedo escribir una novela de 200 páginas, y después con un simple "buscar y reemplazar", eliminar todas las haches. Pero si no tiene una finalidad o un significado, no será nada más que una boutade. En este caso, como en otros que se han ido mencionando por aquí, de lo que se trata es de representar la forma de hablar, pensar y sentir de unas niñas de 10 años en un contexto social y geográfico concreto, y no solo eso: hacerlo con una visión estética propia, que a algunos les puede desagradar (y están en su perfecto derecho, claro), pero que tiene su valor y su significado.
Gracias a todos otra vez, está siendo una bonita discusión :)
Vengo de finalizar el libro y la única palabra que se me viene a la sesera es la de: HYPE, con mayúsculas. Algo huele a podrido en Dinamarca...
¡Hola, Cris!
Pues qué pena que no te haya gustado el libro como a mí. Creo que puede haber una cuestión de gustos, perfectamente legítimos, claro, y también de expectativas. Yo lo abrí sin saber casi nada, con expectativas bajas, esperando encontrar una historia naturalista de niñas pobres, y el estilo y el tono del libro fueron como una bofetada - pero buena, si es que eso existe. Es cierto que si vienes con unas expectativas muy altas y después de que te "vendan" el libro mucho, es más fácil que te decepcione...
Gracias en todo caso por leernos y por comentar!
¿Fallo de guion?
LI-BRA-ZO.
Abreu se la ha jugado y, en mi opinión, ha salido sin duda victoriosa: lo que ella hace con el lenguaje no es sólo difícil (que lo es), sino que es más que eficaz, pues consigue transportarnos a ese punto del norte de Tenerife, a esa preadolescencia que la narradora no es que describ: la narradora nos lleva de la mano con su "fisquito" amargura, con su "chiquita guarrería", y a ratos parece que no pasa nada pero te llevas puesta la crítica al modelo económico o el reflejo de esa amistad "desigual" de la que se habla en la reseña (por cierto, ¡reseñón!).
Me parece pertinente la referencia a Cristina Morales (otra crack) y subo la apuesta: a mí me ha recordado a Delibes (varias veces me ha recordado sensaciones que tuve leyendo "El camino").
PD. Lo del fallo de guion tampoco lo pillo yo.
PD2. ¡Olé ese canario en la península! Fdo. ¡Una pucelana! ;)
Acabo de terminar el libro y a mi ha conseguido arrastrarme hasta su barrio, escuchar sus voces, oler su mierda y sentir sus heridas. Poesia en bruto y en estado puro.
No he leído la historia más que por estos fragmentos, y no sé si me gustará o no, pero lo de la eliminación de signos de puntuación no.es nuevo, pero para nada un defecto. Un escritor de referencia como fue James Joyce ya lo hizo en 'Ulises' y pot citar a otro, Stpehen King también lo hizo en 'El resplandor', novela sublime. Lo importante es saber entenderlo, y es tan literario como lo "estándar".
No lo he comprado todavía porque tenía muchas dudas y me olía a otro petardo con el marketing habitual de novela rompedora, distinta, fresca y otros adjetivos parecidos que se repiten tanto en las críticas y en las fajas de tantos y tantos libros. Estoy ya muy pero que muy escamado.
Pero sólo por los fragmentos que has introducido en la reseña voy a apostar. Me parecen estupendos, poesía pura. Es verdad que soy un enamorado de Canarias donde viví casi 10 años estupendos y vuelvo a menudo, con amigos y amigas de verdad. Por ello el habla de las islas no sólo me es familiar sino que muy querido.
Por lo que si le unimos a la calidad literaria de estos dos fragmentos el que no tenga problemas para entender su vocabulario y reproducir la atmósfera -geográfica y social - que debe de envolver al texto, y con independencia del argumento, creo que me va a gustar y mucho. Si no, correré a gorrazos a Santi y a todos los habéis hablado maravillas en vuestros comentarios!!
Hola, acabo de leer el libro, sobre el tema ortografía hay que tener flexibilidad...es ficción, todos en algún momento de nuestra vida hemos dicho mal alguna palabra, aquí se concentran. Sin hacer spoiler....no me esperaba ese final....
¡Hola!
A mí me ha encantado. Es cierto que hasta aproximadamente la mitad del libro no he conseguido sumergirme en ese submundo tinerfeño, pero tras acabarlo tampoco he podido emerger de él: el final me ha ahogado; redondo, en mi opinión.
¡Mil gracias, Santi!
Jose Saramago, otro ejemplo.
Hola,
No he leído el libro, pero tras reseña y comentarios voy a por él.
Por aportar algo, mi lengua materna es el catalán. Cuando leo a Ferran Torrent o a Llucia Ramis, alucino porque están "escritos" en valenciano y mallorquín y eso les da un encanto único.
También me pasa con el castellano cubano de Pedro Juan Gutiérrez o el mexicano Alvaro Enrigue.
Me pongo a pensar todo lo que nos perdemos con las traducciones y es una pena inmensa.
Es por todo esto que me ilusiona el libro de Andrea Abreu
Saludos a todos y enhorabuena por la reseña y el debate
¿Se puede despojar a la novela de su ropaje de palabras, como dice Santi? Se puede traducir “Panza de burro” de habla canaria a castellano. Pero pierde. Pierde porque el lector rellenaba los huecos, los misterios que generaba esa habla, miraba a través de la niebla tinerfeña, reconstruía, imaginaba, trabajaba (Estética de la Recepción). Y porque, si los cubriera desde una pulsión poética, la belleza se multiplicaría. También porque trasmite un valor de autenticidad, porque parece estar tejida con recuerdos sin modificar, sin pervertir por otra cultura. Y porque trasmite otra forma de ver el mundo reflejada en el habla.
He traducido, por ver qué pasa, los dos fragmentos que cita Santi.
Isora tenía los ojos verdes, como un lagarto verde, como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de Teno, como una botella de vino vaciada. La abuela de Isora se enfadaba y le decía: te vacío por dentro, te vacío, hoy bebo tu sangre, cachoputa. Isora tenía las tetas redondas. Se le reventaron como la tierra cuando escupe una flor, primero pequeña, luego grande. La tierra de su pecho seca, luego con estrías. La teta no le cabía en la piel, y lloraba. Isora tenía pelos en el coño y, a veces, se los afeitaba todos hasta el hueco del culo. Y le picaba el culo. Isora tenía un pelo negro tieso, tupido, como el césped de mentira de las casas rurales. En el coño, el pelo de Isora olía a molino de gofio, a almendras tostadas, a pan bizcochado. Ver a Isora llegar me hacía sentir tranquila, como cuando escuchaba el potaje hirviendo a las doce y media.
Doña Carmen, ¿usted hace sopa Maggi, la de sobre?, le dijo Isora a la vieja. No, mi niña, ¿por qué? Dice mi abuela que la sopa Maggi es sopa de putas. ¡Ah! mi niña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo.
Doña Carmen estaba ida de la cabeza, pero era buena. Casi todo el mundo la despreciaba porque, como decía la abuela, tenía cosas de guárdame un cachorro. Doña Carmen se olvidaba de casi todas las cosas, pasaba largas horas caminando y repitiendo rezos que nadie conocía. Tenía un perro con los dientes de abajo salidos para afuera, salidos para afuera como los de un camello. Perro chico, perro chico, anda y que te cargue el diablo, le decía. A veces, le posaba la mano sobre la cabeza con cariño, otras, le gritaba, vete, perro, vete, perro del demonio. Doña Carmen lo olvidaba casi todo, pero era una mujer generosa. Le gustaba que Isora la visitara.
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