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jueves, 7 de abril de 2016

Sara Mesa: Mala letra

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: está bien > recomendable

Compré este libro, y empecé a leerlo, con sentimientos bastante contradictorios. Por una parte, me había gustado mucho Cicatriz, la última obra de Sara Mesa, aclamada por casi todo el mundo como una de las mejores novelas de 2015 en España. (¡Si hasta Tongoy ha reconocido que "tampoco me parece para tanto el desastre", lo que en su caso equivale a un "muy recomendable!). Por otra parte, temía que Mala letra fuera precisamente un intento de capitalizar (o "monetizar", que es un término más siglo XXI) el éxito de Cicatriz: una estrategia de la editorial para vendernos un 2x1: ¡Si te gustó Cicatriz, te gustará Mala letra! Así que al principio de la lectura esperaba lo mejor, pero me temía lo peor.

Y la verdad es que el primer cuento casi confirmó mis peores augurios: "El cárabo" no parece un cuento de Sara Mesa, o por lo menos no de la misma Sara Mesa que escribió Cicatriz. Incluso el estilo, aquí mucho más florido y adjetivado, parece diferente, y la historia sobre una madre y su hijo perdido en el bosque apunta cosas interesantes, pero no acaba de concretarlas. "Mármol", el siguiente cuento, también resulta algo extraño: es un ejercicio de autoficción en que Sara Mesa escribe que escribe sobre un episodio de su infancia. Muchos de los relatos de este libro, por cierto, tienen niños como protagonistas: también el siguiente, "Apenas unos milímetros", que casi podría pertenecer al mismo mundo de "Mármol".

A partir de aquí tengo la impresión de que el libro remonta, y de que es más propio de Sara Mesa, o mejor dicho, de la imagen de Sara Mesa que me hice después de leer Cicatriz. Los relatos son más oscuros, más duros, más secos, y la autora se atreve a hurgar más al fondo en situaciones desasosegantes, inquietantes, terribles. En "Creamy milk and crunchy chocolate" son las consecuencias de un accidente de tráfico; en "Palabras-piedra", la relación enfermiza entre una niña y su tía; en "Nada nuevo" es un hombre anciano y desagradable encerrado en su casa con su gato, esperando a la muerte...

"Nosotros los blancos" es, creo, el relato más largo, y también el más complejo. Una mujer que está a punto de dar a luz a un niño para cederlo a un matrimonio estéril, pide a su hermana que vaya a visitarla para ayudarla con el parto y con todo lo demás. Luego la mujer cambia de idea, el futuro padre adoptivo se enfurece y la historia se complica. Hay en este relato más densidad de tramas y de personajes, y un conseguido escenario ambiguo y confuso de VIPs, clubs nocturnos y pensiones baratas. "Picabueyes" y "Papá es de goma" son, en comparación, mucho más esquemáticos: relatos que se limitan a contar un episodio oscuro sin buscarle tres pies al gato.

Hay un recurso que Sara Mesa usa en varios de los relatos (en "Apenas unos milímetros", pero también en "Qué nos está pasando") que no me acaba de convencer, por lo que tiene de efectista y también, en algunos casos, de tramposo. Me refiero a la ténica de avanzar un desenlace o un secreto terrible que al final ni siquiera es para tanto. Desde luego, insinuar una catástrofe ayuda a que el lector mantenga el interés, pero no deja de ser un truco fácil y un tanto hollywoodiense para conseguirlo.


"Mustélidos" es el relato que cierra el volumen, y aunque está escrito en tercera persona podría haber sido casi un ejercicio de autoficción. En él una pareja de empleados de una empresa visita un museo de ciencias naturales, y termina hablando del libro que ella ha publicado recientemente. "¿Y esos personajes, tan oscuros, tan…turbios?, le pregunta él a ella, "Todo el tiempo parecen amargados, o tristes, o son directamente egoístas y se comportan con maldad. No hay compasión en ellos, ni arrepentimiento. ¿Por qué tienen que ser así? ¿Es ése el tipo de gente con la que te encuentras, con la que convives a diario? ¿Todo el mundo que te rodea es así?" No resulta difícil imaginar que la propia Sara Mesa haya tenido que responder a preguntas semejantes por parte de las personas que la conocen.

Termina la lectura del libro, y sigo sin conseguir responder a mi duda inicial. ¿Estaba Mala letra ya escrito y planeada su publicación, antes incluso del éxito crítico de Cicatriz, o estamos ante una maniobra de marketing de la editorial para vender libros de una escritora de moda? Los primeros relatos del volumen, que me parecen inferiores al resto, me hacen pensar que algo de presión por sacar nuevo libro cuanto antes sí ha habido. Quizás con más tiempo habría habido una criba mayor, algunos relatos habrían salido y otros nuevos habrían entrado en el libro. Dicho esto, Mala letra no es un mal libro de relatos, sobre todo en su segunda mitad; leído en conjunto con Cicatriz, da para ver que Sara Mesa tiene un estilo y una voz propias, y que podemos esperar buenas obras suyas en el futuro. Si le dejan tiempo para que las escriba, claro.


También de Sara Mesa en ULAD: CicatrizCuatro por cuatro

sábado, 7 de septiembre de 2024

Contrarreseña: Un amor de Sara Mesa

Idioma original:
español
Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable

Los grandes cismas de la historia de la humanidad (Catolicismo vs. Protestantismo, Comunismo vs. Capitalismo, Barcelona vs. Real Madrid) no son nada comparados con algunas de las discrepancias que atraviesan al equipo de este modesto blog de crítica literaria: Murakami, Knausgard, Marías o Houllebecq son algunos de los autores que pueden llevar a duelos a florete al amanecer entre la comunidad uladiana. Otra autora que tiene esa "capacidad divisoria" es Sara Mesa, a quien hemos adjudicado valoraciones que van desde el imprescindible de Cuatro por cuatro o el Muy recomendable de Cicatriz o Cara de pan, hasta otras más medianas (o mediocres) como el "está bien" de Un incendio invisible o Mala letra. Esta reseña, de hecho, es una respuesta a la obra peor valorada de la autora, Un amor, que recibió un parco "Se deja leer" por parte de Juan G. B., quizás el máximo y más vocal antimesista (o sillista) del blog.

Efectivamente, como se puede ver por la valoración, a mí Un amor me ha gustado bastante más que a Juan, y no porque estemos en desacuerdo en muchas de nuestras lecturas de la novela sino porque lo que a él le parecen defectos, curiosamente a mí me han parecido virtudes.

Dice Juan, por ejemplo, que la novela se centra en una protagonista irritante: la traductora Natalia, que decide huir de la ciudad (y de sus carísimos alquileres) para establecerse en una casa ruinosa en un pueblo perdido (e inventado), integrándose así en una línea de la narrativa española en la que destacan títulos como Alabanza de Alberto Olmos, Por si se va la luz o Piel de lobo de Lara Moreno o El límite interior de Nere Basabe. Estoy de acuerdo, por otro lado, en que Natalia, o Nat, es una persona antisocial, egocéntrica e irresponsable, pero... nadie dijo que los personajes nos tengan que caernos bien para ser interesantes. De hecho, es una marca definidora de la narrativa de Sara Mesa el construir personajes atípicos, antipáticos, excéntricos y que toman decisiones sorprendentes o inexplicables, que pueden incluso resultar inverosímiles, llevados por el instinto, la necesidad, el deseo o el trauma. 
 
En Un amor, de hecho, Natalia tomará varias decisiones claramente autodestructivas (la fundamental, la que da título a la obra, será iniciar una relación amorosa con... con uno de los personajes masculinos, no diré cuál para no estropear la novela a futuros lectores) que pueden estar fundamentadas en un trauma anterior, una explicación poco desarrollada que personalmente me parece algo simplista psicológicamente hablando. La forma como se comporta puede parecer inverosímil o injustificada, pero no deja de ser un comportamiento humanamente posible, y Sara Mesa consigue profundizar en cada momento de ese proceso de forma que minuciosa y creíble.
 
Otra cosa que dice en su reseña Juan es que los conflictos y la sensación de opresión que Natalia vive en el pueblo no es "real", sino que responde a su propia psicología y a su predisposición previa. Una vez más, estoy de acuerdo, pero una vez más, esto no me parece en absoluto un defecto sino, simplemente, una técnica narrativa. Aunque la novela esté escrita en tercera persona, el punto de vista es obviamente el de Natalia, y es un punto de vista necesariamente parcial, y en este caso deformado por esa suspicacia que la caracteriza. Así, no solo el personaje del casero aparece marcado de forma claramente negativa, sino que también se establece una distancia hacia los personajes de Píter (un hippie bienintencionado aunque por momentos resulte bastante pesado), de la chica de la tienda del pueblo, del "alemán" (un misterioso y silencioso hombre que, por supuesto, no es alemán) o de los vecinos, una familia urbanita y típicamente burguesa. Esta frialdad y ese distanciamiento en relación con el mundo solo se rompe cuando en el mundo de Nat entra el "amor" del título, aunque, obviamente, tratándose de Sara Mesa no es un amor de unicornios que vomitan arco iris, sino algo bien diferente.

Coincidimos, por último, Juan y yo, en el que creo que es casi el único elogio que le dedica en su reseña: a lo largo de su trayectoria, Sara Mesa ha perfeccionado un estilo clínico, funcional, que viene a corresponder perfectamente con el distanciamiento emocional que demuestran sus personajes. Podríamos desear que la escritora hubiese optado por un estilo más emotivo, más exuberante o más rompedor (como los de Mónica Ojeda o Andrea Abreu, por poner dos ejemplos), pero entonces Sara Mesa no sería Sara Mesa. Y a Sara Mesa hay que quererla (u odiarla) como es. 

Sé que no habré convencido a Juan (ni al resto de los antimesistas del blog) con esta contrarreseña; tampoco era esa mi intención. Creo que la propuesta estética de Sara Mesa tiene una personalidad propia, establecida y original, y es bueno que esto provoque adhesiones y rechazos. Personalmente, seguiré leyendo lo que escriba con interés (y tengo, de hecho, pendiente La familia), y, si mantiene el nivel de sus últimos libros, seguiré reseñándola positivamente.


También de Sara Mesa en ULAD: Aquí

miércoles, 1 de agosto de 2018

Sara Mesa: Un incendio invisible

Idioma original: español
Año de publicación: 2011
Valoración: está bien

Cuando Seix Barral decidió reeditar este año El niño que robó el caballo de Atila, de Iván Repila, casi se puede decir que estaba haciendo un servicio público: esta novela, muy probablemente la mejor de su autor, había sido originariamente publicada por los Libros del Silencio, editorial desaparecida tras la temprana muerte de su editor, Gonzalo Canedo, así que el libro se había quedado huérfano y necesitaba una nueva casa y una nueva edición que lo acercase a nuevos lectores.

La lógica detrás de la reedición de Un incendio invisible en Anagrama parece ser algo semejante, ya que esta novela estaba descatalogada y era prácticamente inencontrable hasta su reedición. Sin embargo, creo que todos (editores, críticos y hasta la propia autora) estamos de acuerdo en que la mejor novela de Sara Mesa hasta el momento es Cicatriz, aparecida también en Anagrama en 2015, con gran éxito de crítica y público (más aún de Cuatro por cuatro, la novela con la que Sara Mesa dio el salto a la fama y a Anagrama, con perdón por la rima). Así, la republicación de Un incendio invisible parece estar destinada, también, a llenar un hueco editorial a la espera de que aparezca una nueva novela, Cara de pan, anunciada para septiembre de este año, y completar la colección de las obras (casi) completas de la autora en su nueva casa.

Esto no quiere decir que Un incendio invisible no sea una novela interesante, que lo es en dos sentidos : porque no es una mala novela, aunque tiene sus limitaciones, como luego intentaré justificar; y porque puede servir para que los seguidores de Sara Mesa vean cómo se ha ido formando su estilo, su mundo y su personalidad literaria, a través de este experimento narrativo relativamente temprano.

Porque tal y como dice la propia Sara Mesa en la introducción, en Un incendio invisible se aprecian ya alguno rasgos que definen la narrativa de la autora: un estilo sobrio y sin virguerías innecesarias (aunque aquí no está todavía tan acabado como en obras posteriores), un universo urbano decadente, unos personajes deliberadamente antipáticos y una trama que gira en torno a la soledad y el abandono. Todo ello hace de Un incendio invisible una lectura alejada de los cánones comerciales, que parecen exigir un protagonista bueno y bonito que se enfrenta a las duras condiciones de la vida, y (generalmente) sale triunfante.

En esta novela tenemos, sí, un "extraño en tierra extraña": el doctor Tejada, que llega a la ciudad de Vado con el objetivo de encargarse del asilo New Life, en rápida decadencia como el resto de la ciudad. Allí, en el asilo y en la ciudad, encuentra un coro de personajes extraños y en general hostiles: el malvado jardinero Catalino, la vieja Clueca, la recepcionista del hotel Madison Lenox, la niña que se hace llamar Miguel y que alimenta al galgo Tifón, le enfermera Ariché, el investigador Benmoussa... Sobrevivientes de una ciudad que agoniza, por motivos desconocidos y nunca explicados (el "incendio invisible" del título), y avanza hacia la destrucción definitiva.

En una novela más convencional, como decía, el doctor Tejada intentaría resucitar el asilo, enfrentándose a los obstáculos y previsiblemente venciendo a los enemigos. Pero esto es una novela de Sara Mesa: al doctor Tejada se la sudan (con perdón) los viejos, ignora o insulta a sus empleados, establece con la recepcionista una relación corrosiva de amor-odio codependiente, y además viene perseguido por hechos oscuros de su pasado de los cuales llegamos a saber bien poco. A los personajes más o menos simpáticos, como Ariché o Benmoussa, Tejada los trata con condescendencia y/o desprecio. Solo con la niña mantiene algo parecido al afecto, aunque también esa relación se vuelve ambigua. No tenemos aquí un relato moral de superación, sino un retrato bastante oscuro del abandono, individual y colectivo.

El mayor problema que le veo a la novela es que, como novela tempra que es, se le ven demasiado los mimbres, por decirlo de alguna forma, sobre todo en la primera parte: cuesta que fluya la narración, y algunos de sus hilos parecen poco conectados con el resto; los personajes, casi todos desagradables, parecen cortados por un patrón demasiado parecido. Tampoco el estilo, como decía antes, está trabajado por la autora hasta llegar al punto de concisión fría de sus siguientes obras (aunque de acuerdo con sus declaraciones ha revisado el texto en esta nueva edición). Y aunque la imagen de la ciudad que se pudre encima de sus propios huesos es poderosa, y algunas de las ideas apuntadas son verdaderamente interesantes, parece que no llega a explorarse con todas sus consecuencias.

Sí, es una novela interesante, está bien, y sobre todo ayuda a reconstruir el recorrido narrativo de la autora; pero no es su mejor obra. Lo que espero, lo que esperamos los lectores, es que la siguiente novela de Sara Mesa no solo repita las virtudes de Cicatriz sino que las supere, y marque una trayectoria ascendente en la que Cicatriz no sea un one time hit sino una etapa intermedia.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Sara Mesa: Cara de pan

Idioma original: español
Año de publicación: 2018
Valoración: Muy recomendable

Campaña mediática. 
Reconozco que empecé a leer Cara de pan con alguna prevención: durante las semanas (incluso meses) previos a que la novela se publicase, proliferaron tanto los mensajes en las redes sociales y en los medios afirmando que era el libro del año, de la década, ¡del siglo!, que me pareció que estábamos ante una campaña de marketing orquestada por la editorial con la complicidad de sus amigotes. La última vez que vi una campaña semejante para una novela española fue con Intemperie, de Jesús Carrasco, que parecía que iba a inventar la literatura, y que, sin ser una mala novela, sobre todo como ejercicio de estilo, no era para nada la maravilla del toreo que nos habían vendido.

O sea, que estaba con la mosca detrás de la oreja. ¿Estábamos todos siendo víctimas de una campaña publicitaria brutal? ¿El capital económico intentaba hacerse pasar por capital simbólico? ¿Un producto comercial por un producto artístico? Lo mejor para responder a esas preguntas era leer la novela, y eso he hecho, y la respuesta es que no: independientemente de la campaña de marketing, Cara de pan es una gran novela.

Lolita.
La figura de Lolita (casi tanto o más que la novela de Nabokov a la que da título) ha ocupado un lugar relevante en el imaginario y en el debate feminista de los últimos años. Desde aquel artículo de Laura Freixas, que fue tan mal leído y entendido por algunos como la propia novela de Nabokov por otros, el personaje de Lolita ha dado título a artículos, debates, mesas redondas, e incluso a la primera novela de Luna Miguel. Esto viene a cuento porque la idea de Lolita, o mejor, de la lolita con minúscula (la nínfula que se relaciona con un hombre mucho mayor que ella) está también en la base de Cara de pan: en ella una niña, Casi, conoce en un parque a un hombre, el Viejo, y comparte con él conversaciones sobre pájaros, sobre Nina Simone, y poco a poco sobre otros temas más privados, hasta crearse entre ellos una complicidad frágil y extraña.

No quiero decir que Cara de pan sea una consecuencia directa de estos debates sobre Lolita; la propia autora aclara que el germen de la novela está en un relato anterior, "A contrapelo", publicado en la antología Riesgo (2017), pero se podría rastrear incluso más allá: ya en Un incendio invisible, primera novela de la autora, la relación entre el protagonista Tejada y la niña que se hace llamar Miguel podría considerarse un esbozo o borrador del tema de esta novela.

En cualquier caso, hay una diferencia fundamental entre Lolita y Cara de pan: mientras que la novela de Nabokov es moralmente transparente (Humbert Humbert, por mucho que se intente justificar ante el lector, es un  violador, un pervertido egocéntrico y manipulador), Cara de pan es moralmente ambigua, o quizás sería mejor decir: amoral. No se plantea la relación entre Casi y el Viejo en función de lo bueo o lo malo, lo socialmente aceptable o lo políticamente correcto, sino en función de la psicología de dos personajes que intentan escapar de sus respectivas soledades y se encuentran en un refugio vegetal, un paraíso siempre en peligro de ser invadido por la realidad.

Fluir.
Dos personajes, un espacio (casi) cerrado, las conversaciones entre esos dos personajes, la evolución de su relación. Conseguir sostener una novela, aunque sea una novela relativamente breve como esta, con tan pocos elementos, no está al alcance de cualquiera. En la literatura española reciente, creo que solo Iván Repila consiguió algo parecido en El niño que robó el caballo de Atila. Lo cierto es que, aunque en la segunda parte de la novela se rompa ligeramente esta burbuja con la aparición de nuevos personajes, nuevos espacios y nuevas situaciones, la novela consigue crear un microcosmos narrativo alrededor de los dos protagonistas y su improbable relación.

Y otra cosa que consigue Sara Mesa es que la novela fluya de forma natural, con una gradación obviamente muy trabajada y meditada. Quizás sea un poco artificial, y también un poco tópica, la progresiva revelación del pasado del Viejo, o de las circunstancias vitales de Casi, pero al mismo tiempo es una forma de mantener la tensión narrativa y el interés del lector en un relato en el que no sobra la acción.

La novela fluye, el argumento fluye, el estilo, sin ser lo más importante (como pasa siempre en las novelas de Sara Mesa) funciona con este fluir de la novela. Y también fluye la carrera de Sara Mesa, que ya se ha colocado entre las primeras, o la primera, representante de su generación. Que tenga el apoyo mediático y comercial de Anagrama sin duda no la perjudica, pero tampoco hace de ella un simple producto. No sé lo que la historia literaria, con el paso del tiempo - de las décadas o los siglos - dirá de la literatura española de estos años, pero parece que Sara Mesa, como Elvira Navarro, Belén Gopegui o Marta Sanz, tendrán derecho a un capítulo en esa historia.

Otros libros de Sara Mesa en Un libro al día.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Sara Mesa: Un amor

Idioma: español

Año de publicación: 2020

Valoración: se deja leer

A la tercera va la vencida. Aunque también se dice que no hay dos sin tres... ¿A qué viene este despliegue refranero de buena mañana? (ya se sabe que niño refranero, niño puñet... vale, ya lo dejo). Pues a que esta es la tercera de Sara Mesa que leo y las dos anteriores me habían parecido... bueno, vamos a dejarlo en un "regulinchi". Ni frío ni calor. Ni chicha ni limoná... Por si a alguien le interesa (y si no, da igual, porque lo voy a contar también), las dos novelas suyas que había leído son las muy alabadas Cicatriz y Cara de pan -alabadas en este blog, sin ir más lejos-; con el ánimo de superar la impresión, ya digo que no muy favorable que me habían dejado, acometí pues este último libro de esta también en general muy apreciada autora... adelanto que no ha sido la mejor idea que he tenido.

Resumen muy resumido: Natalia, Nat, es una aún joven traductora que, para llevar a cabo su primer encargo literario, alquila una casita en un pueblucho allá donde Cristo tiró el palustre, en una zona que parece poco agraciada de la España-bastante-vaciada, que diría alguno... En ese paraje más bien desangelado, sometida a las incomodidades del entorno campestre, Nat, además de con el resto de sus escasos vecinos, entra en relación, sobre todo, con tres hombres que, de alguna manera, ponen en cuestión sus posición como mujer sola, independiente y, supongo que en gran medida por lo anterior, deseable: su casero, un tipo burdamente machista y zafio; Píter, un vecino más o menos bohemio y simpático, pero también un tanto guayotas y "manexplaineador", y otro lugareño conocido como el Alemán, que resulta, en principio, más anodino e indiferente, casi "aspergeniano", por así decirlo, aunque pronto veremos que no tanto... El cuarto personaje masculino que, de alguna forma, ejerce influencia sobre ella es el perro que le proporciona el casero, un astroso chucho que Nat bautiza, significativamente, como Sieso.

Quisiera equivocarme y pensar que Sara Mesa es una escritora demasiado sutil como para haber pergeñado aquí nada más que una parábola sobre la dificultad de la mujer contemporánea occidental para desenvolverse con total libertad en un mundo que, pese a los disimulos, sigue dominado por los hombres; quisiera que el trasfondo de esta historia fuese menos obvio, pero la verdad es que tal es la impresión que da.  Cierto que también se incide en el alienamiento y la desubicación que siente la protagonista en un entorno que le es ajeno y que le obliga a establecer una relación forzada pero ambigua con sus vecinos -un ambiente de áspera extrañeza que, en el mejor de los casos y salvando muchísimas distancias, recuerda un poco el de algunas novelas de Bolaño-; esta problemática relación entre el individuo que trata de vivir con mayor libertad y el grupo o entorno social en el que está inmerso es otro de los temas que subyacen en el libro y, al menos por lo que he leído en alguna entrevista suya, en lo que pone más énfasis su autora, aunque yo considero que en la novela este aspecto está menos desarrollado que el comentado antes. También es cierto que ésta,  como las otras novelas de Mesa que he leído, está protagonizada por una mujer -en el caso de Cara de Pan, una niña o como mucho púber- que tiene comportamientos o toma decisiones poco convencionales, inconvenientes o que incluso la pueden poner en peligro. Ahora bien, la impresión que deja la lectura de Un amor -ya desde el comienzo- es que la protagonista, Nat, viene ya un poco o un mucho "tocada" de casa y lo que le ocurre en ese poblacho ficticio es más una consecuencia que una causa de su desazón. Otra conclusión que se va sacando según avanza la novela es que a ver si la tal Nat se deja de una vez de sinsorgadas y no sigue torturándose y torturando al lector (al menos a éste) con ellas; por mucha empatía que pueda suscitar el personaje, la exasperación que produce, ella y la novela en general, la supera. La atonía, incluso en los momentos de mayor enajenación de la protagonista, es la sensación general; ni siquiera el par de giros argumentales (iba a poner plot twists, pero no sé si aún queda moderno) que deberían darle vidilla a la historia están bien aprovechados, en mi opinión...

El caso es que, aunque pueda parecer lo contrario (y sin conocerla personalmente, claro), Sara Mesa es una escritora que me cae bastante bien; en sus entrevistas que he visto o leído me ha parecido que tenía una actitud hacia la literatura incisiva y nada afectada, muy alejada de la pose de escritora-que-tiene-algo-muy-interesante-incluso-trascendental-que-decirnos (ojo, que he puesto escritora, pero también me refiero a los escritores varones). Además, es indudable que talento para la prosa no le falta: cualquiera de sus párrafos, sueltos, muestran bastante calidad literaria; pero, sobre todo, su novelas, me hayan gustado más o menos, denotan un interés por hacer ficción, por contar historias ajenas a sí misma, nada de eso-tan-interesante-incluso-fascinante-que-tengo-que-contaros-es-mi-propia-vida-chavales... Aunque claro, tanta insistencia en un tipo de protagonista desubicada, empeñada en cometer errores o en hacer un ejercicio de libertad aunque bastante desnortado, a partir de los errores que comete no puede ser casualidad; quizá si algún día a Sara Mesa le da por la autoficción (recemos porque no sea así) conozcamos la causa... o no. En todo caso, mi conclusión, aun lamentándola, es que no hay dos sin tres. De lo que estoy bastante seguro es de que, al menos por lo que a mí respecta, no habrá cuatro.

Otros libros de esta autora reseñados en Un Libro Al Día:  Cuatro por cuatro, Cicatriz, Cara de Pan, Un incendio invisible, Mala letra

miércoles, 6 de febrero de 2013

Colaboración: Cuatro por cuatro de Sara Mesa


Idioma original: castellano
Fecha de publicación: 2012
Valoración: imprescindible

Sara Mesa. No olviden este nombre. Cuatro por cuatro. Finalista del XXX Premio Herralde de Novela. Léanla. Compartan el libro. Hablen de él. Abran la novela y comiencen. No podrán abandonar la lectura. Leerán a escondidas de su jefe en el trabajo, volverán al libro en el descanso, subyugados por un escenario como el que describe la novela. Olvidarán apearse del autobús en la parada que les corresponde, apenas se ocuparán de su hijo mientras sostienen con la otra mano el retorcido y velado universo con el que esta joven narradora cautiva al lector desde la primera línea. 

Punto de partida: el Wybrany College, un internado destinado a hijos de familias acomodadas y a chicos becados, los “especiales”, cuyos padres trabajan para el colegio. Entre ambas clases, un límite imaginario, aunque perceptible. La línea divisoria se extiende a lo largo de la novela y engloba otros planos: un modelo educativo basado en la división por sexos, el enfrentamiento entre aquellos que aprueban las directrices del internado y algunos personajes que se oponen, la segmentación de la información y el juego entre lo velado y las apariencias, etcétera.

La separación, el aislamiento o el orden (aparente) se construyen también partir de una jerarquía muy marcada en la que el director del College, el Guía (una especie de orientador vil y abyecto), los profesores y los alumnos se convierten en piezas de un juego repleto de secretos y estrategias en la lucha por el poder. En el edificio, incomunicado de un mundo exterior que se derrumba irremisiblemente, confluyen la historia de Celia, una alumna insatisfecha con la vida en el College, la de Ignacio, un alumno cojo e indefenso del que todos los alumnos se ríen, y la de Isidro Bedragare, un profesor sustituto que irrumpe en la vida del internado y recoge sus impresiones en un diario. En todas ellas se aprecia una violencia soterrada que mantiene al lector en vilo hasta el epílogo, momento en el que “los papeles de García Medrano”, el profesor desaparecido al que sustituye Isidro desvelan el secreto del edificio.

No suelo confiar en los premios literarios, pero debo decir que esta vez han dado en el clavo. Además de la historia, lo que arrastra de Cuatro por cuatro es el manejo del lenguaje. Un estilo peculiar, poético y sugerente, crítico, que ayuda a la creación de ese ambiente tan enrarecido.

De hecho, citaría cada una de las líneas de esta novela, porque es uno de esos libros singulares que una vez leídos nos llevan a pensar: ésta es la novela que a mí me hubiera gustado escribir. Lo bueno es que Sara Mesa existe y que va a seguir escribiendo. Para nosotros. La posibilidad de entrar en el universo de esta autora es un lujo. Créanme, una no encuentra un texto como éste todos los años. No dejen de leerla, háganme caso.

Firma invitada: Uxue

También de Sara Mesa en ULAD: CicatrizMala letra

jueves, 18 de junio de 2015

Sara Mesa: Cicatriz

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable

Últimamente estoy leyendo muchos libros escritos por mujeres (sí, soy perfectamente consciente de que no escribiría la frase contraria, "últimamente estoy leyendo muchos libros escritos por hombres), y me está pareciendo encontrar una línea estética común que une esta novela con La trabajadora de Elvira Navarro o con Por si se va la luz de Lara Moreno, y también, en otro estilo, con El límite inferior de Nere Basabe o (en un tono más juguetón) Modelos animales de Aixa de la Cruz. En la reseña de la novela de Nere Basabe hablé de crueldad; hoy, en relación con Cicatriz, creo que conviene más el término "crudeza".

La segunda frase de La trabajadora, en la que Susana dice que "Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena" es un ejemplo extremo de esta crudeza. Y aunque Cicatriz no llega a ser tan explícita ni tan sórdida como esto, sí que se nota (o creo notarlo yo, por lo menos) un mismo distanciamiento, un antisentimentalismo en la forma de construir los personajes y contar la historia. Existen de hecho otras similitudes entre La trabajadora y Cicatriz: Sonia, la protagonista de Cicatriz, es una joven becaria que malvive gracias a un trabajo inútil en un archivo (en La trabajadora era una editorial), y que vive en la periferia de una ciudad. Para Sonia, como para la Susana de Elvira Navarro, internet es casi su única ventana al mundo, su única forma de entrar en contacto con otras personas.

Es a partir de aquí cuando las dos novelas se separan, y cuando la de Sara Mesa se eleva, al entrar de lleno en su verdadero tema: en la relación codependiente que se establece entre Sonia y Knut Hamsum (es un seudónimo, por supuesto), un hombre misterioso al que conoce en un chat sobre literatura, y que se empeña en enviarle libros, primero, y después ropa, perfumes o lencería que antes roba en tiendas y grandes almacenes. Extendida a lo largo de los años, esta relación adquiere un cariz de fantasía sexual (sin sexo) controlada por Knut, en la que Sonia acepta entrar por vanidad, por soledad o por aburrimiento.

Hay varios aciertos en Cicatriz que hacen que me haya gustado más, personalmente, que La trabajadora. Existe en esta novela una compenetración casi perfecta entre el tema, el tono y el estilo empleado para contarlo. La narración es sucinta, el estilo es escueto y sencillo, desnudo, acorde con una relación en la que los sentimientos de los personajes, si existen, están amortiguados u ocultos. También la estructura de la novela, que juega a adelantar acontecimientos para luego volver atrás y completar los huecos (o no, dejando que el lector los rellene por su cuenta) contribuye a mantener la atención y la tensión del relato.

Bien pensado, la historia que cuenta Cicatriz es bastante triste: dos seres solitarios, que no terminan de encajar en el mundo, se enredan en una relación que cuestiona los límites de las convenciones (la primera de ellas, la de la propiedad privada), que se satisfacen mutuamente durante un tiempo, y luego se engañan, se distancian, se reencuentran, descubren su insuficiencia y terminan por aceptarla. Pero todo ello está contado sin estridencias y sin dramatismos, hasta llegar al desenlace, que incluso transmite una cierta esperanza teñida de nostalgia.

Una buena historia, desasosegante pero muy bien contada. Por lo tanto, una novela muy recomendable.

También de Sara Mesa en ULAD: Mala letraCuatro por cuatro

lunes, 17 de diciembre de 2018

LO MEJOR DEL 2018, SEGÚN ULAD, MODESTIA APARTE

Juan G. B. dice: 

Oriol Vigil dice:

Koldo CF dice:
Ha sido, para mi, el año de los autores latinoamericanos. Aquí la lista:

Francesc Bon opina:
No ha sido un buen año. Mis preferencias siguen inamovibles y nadie les hace sombra y alguno ya debería. Y un desastre solo recordar leer autores españoles o estadounidenses. 
  • Mi mejor lectura del año: El viaje vertical, de Vila-Matas 
  • Novedades que salvo, y mucho: Las posesiones, de Llucia Ramis 
  • Te gustará si votaste o piensas votar a Vox: Ordesa de Manuel Vilas. (Esto es una broma muy del momento, ni siquiera comprendería que le gustara a alguien, y los que votan a Vox ni leen libros ni leen blogs literarios, seguro) 
  • Hartito de darles más oportunidades: Trueba, Amat, y otros involucrados en el socavón que se abre bajo lo que fue antes Anagrama. 
  • Propósitos de año nuevo que caerán seguro: Barth, Gaddis, Vollmann. Y ya que otros toman gustosos el relevo de la actualidad, re-lecturas a manta. 

Carlos Andia sentencia:
  • Lo mejor del año: las relecturas de Lorca (Bodas de Sangre / Yerma) y Carpentier (El siglo de las luces)
  • Narrativa: quizá Lectura insólita de 'El capital', de Raúl Guerra Garrido, porque el nivel, la verdad, no ha sido muy espectacular 
  • Descubrimientos: Antonio Di Benedetto (Zama), y la faceta literaria de Henri Michaux (Un bárbaro en Asia)
  • Reconciliación con, y por lo tanto reapertura de puertas a: Michel Houellebecq (gracias a El mapa y el territorio)
  • Ensayo: entre bastante igualdad, finalmente me decanto por Jean-Yves Jouannais (El uso de las ruinas, reseña dentro de poco) 
  • Clásico: Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne 
  • Experimento: Me acuerdo, de Georges Perec (reseña también en unos días) 
  • Decepciones: varias, moderadas, quizá la más fastidiosa, por los elogios que arrastraba, Velocidad de los jardines, de Eloy Tizón 
  • Intenciones: un hipertocho que llegará pronto, volver a Di Benedetto, quizá a Sabato, cosas interesantes... y, sí Koldo, Cartarescu también. 

Montuenga contribuye: 

Marc Peig opina:

Carlos Ciprés añade:
Y que en los próximos meses Ustedes gocen de sus lecturas. 

Beatriz Garza estima:
  • Autor descubrimiento del año: Margaret Atwood 
  • Novela(ZA) descubrimiento del año injustamente olvidada: Primera sangre de David Morrell 
  • Clásico del año: Marianela de Benito Pérez Galdós 
  • Novela (que como no podía ser de otra manera, supera a la película) del año: Tomates Verdes Fritos de Fannie Flagg 
  • Relectura provechosa del año: Las hermanas Grimes de Richard Yates 
  • Lectura LGTBI del año: La chica danesa de David Eberhoff 
  • Objetivos cumplidos del año: Lectura y reseña de novela gráfica 
  • Conceptos aprendidos del año: La diferencia entre "literatura" y "producto literario". El género del ciclo cuentístico
  • Objetivos para el año que viene: me abstengo, que luego me siento fatal. 

Santi concluye:

lunes, 19 de diciembre de 2016

ULAD: Lo mejor del 2016

Francesc Bon:
  • Libro del año: Pues para mí el libro del año ha sido Breve historia de siete asesinatos de Marlon James. No sé decir exactamente el motivo, pero al final me recuerdo acarreándolo, con su presencia imponente y su lomo amarillo, siguiendo andanzas de rastafaris y es una sensación demasiado imborrable. Quizás sea un libro cautivo de su componente visual, pero desde cuándo va a ser malo que una novela contemporánea te recuerde a una nueva temporada de The Wire. Con dos muy dignos contendientes: Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin y Satin Island de Tom McCarthy, cuya importancia aún no soy capaz de calibrar.
  • Sorpresón postrero: el festín de Xavi Ayén en La vuelta al mundo en 80 autores.
  • Porquerías: En un año globalmente positivo: el incomprensible apoyo a algo tan vacuo como Érase una vez el fin, de Pablo Rivero, o la esperada constatación del timo de La chica del tren 
  • Caerá en 2017: Cualquier Saer que se ponga en medio.
  • No tocar ni con un palo: Zanón, Pérez Andújar, y todos aquellos que quieren apropiarse de la literatura de barrio. Por mediocres y por cansinos.
  • Los comentarios me han hecho salivar para el 2017: Vollmann y, dicen, el Ray Pollock que viene.

Juan G. B.:

Carlos Andia:
  • Volumen imponente del añoEl capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty -algunas claves que deberíamos conocer.
  • La relectura del añoCoronación, de José Donoso -buenas sensaciones después de muchos años
  • Libro de Historia del añoContinente salvaje, de Keith Lowe -una etapa muy especial de la Historia de Europa
  • Una joya a la que tenía muchas ganasLocus Solus, de Raymond Roussel -atrévase usted.
  • Clásico rescatadoReivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo -imprescindible con mayúsculas.
  • Obra de teatro del año: Calígula, de Albert Camus -todo intensidad
Y, si se me permite, porque obviamente es algo muy poco uladiano, pero muy especial para mi: 'Análisis de los fenómenos monetarios en España', de Florencio Salcedo -¡qué tío!


Koldo CF

Montuenga:
Santi:

Marc Peig:
  • Libro del año: El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer
  • Autobiografía del año: Instrumental, de James Rhodes
  • Tocholibrohistórico del año: Las benévolas, de Jonathan Littell
  • Tochonovela del año: La broma infinita, de David Foster Wallace
  • Ensayo del año: Esto es agua, de David Foster Wallace
  • Clásico que debería haber leído antes: La piedad peligrosa o La impaciencia del corazón, de Stefan Zweig
  • Libro del que no debería ni haber pasado de la portada: En manos de las furias, de Lauren Groff
  • Decepción del año: Sueños de trenes, de Denis Johnson
  • No pasará un año más sin leer: La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe
  • Autor que debo recuperar porque lleva tiempo olvidado (injustamente): Haruki Murakami
  • Caerán más libros de: Stefan Zweig
  • Ganas de que llegue el 2017 para lo nuevo de: Siri Hustvedt, Paul Auster y  Karl Ove Knausgaard