domingo, 7 de enero de 2018

Fiston Mwanza Mujila: Tranvía 83


Idioma original: Francés
Título original: Tram 83
Traductor: Rubén Martín Giráldez
Año de publicación: 2014
Valoración: Recomendable 

Esta novela, ópera prima de Fiston Mwanza, brota de las entrañas del escritor congoleño. Normal que, por la honestidad y frescura que desprende, la crítica la haya relacionado con la música jazz o los "beatnicks". A mí, pero, me ha recordado poderosamente a Bukowski. Tanto la temática como la prosa (sobre todo la prosa) de Tranvía 83 me remitían constantemente al representante del realismo sucio. No en balde, en este libro hay un lenguaje a caballo entre lo lírico y lo vulgar, sentencias lapidarias, parcas descripciones, largas enumeraciones de elementos, continua repetición de motivos y diálogos mundanos cargados de profundidad.

Tranvía 83 es un texto poco convencional. En primer lugar, porque tiene una estructura desacompasada, caótica; por algo ha sido comparado con una improvisación musical. También tiene un estilo rompedor. Ah, y una ironía exponencial. El humor negro que supuran estas páginas es de lo mejorcito que he leído últimamente. Mirad la página 121: «Casi dos semanas sin agua corriente por motivos patrióticos.» Dejadme citar, también, la 134: «perros de Europa que (...) roban la ternura humana.» Por no hablar del final de Tranvía 83, un auténtico broche de oro de lo más cínico y amargo. Pero vayamos al argumento, ya que, como se dice en el libro «Los preliminares son importantes, pero apoyarse demasiado en ellos puede matar el amor». Del mismo modo, enrrollarme perjudicará a la reseña. 

El título de esta novela hace referencia a un bar que se encuentra en la capital de Ciudad-País. En este local se reúne toda la fauna de la ciudad: cavadores que trabajan en las minas, madres solteras, pipiolos, potrillas, estudiantes, turistas, sicarios... Todos están obsesionados con el sexo y el dinero. También nuestros protagonistas acuden al Tranvía 83. Lucien es un aspirante a escritor. Su integridad, su conciencia, chocan con el contexto, brutal y duro. Su idealismo es tratado por Fiston Mwanza de forma sarcástica; Lucien no es más que un soñador ingenuo. No obstante, el realismo imperante tampoco es glorificado. Requiem, un traficante y proxeneta, es la mayor prueba de ello: tiene dinero y amigos, sabe moverse por ese ambiente, y, pese a ello, se le plasma como un ser humano roto y lleno de defectos. Es quizás el personaje más interesante de la novela. Tiene un carisma a lo Tyler Durden, pero por razones menos bombásticas, más maduras. Requiem y Lucien compartirán piso, ya que éste último acaba de llegar a la Ciudad-País. Y la química entre ambos dará lugar a algunos de los mejores pasajes de esta novela, puesto que su amistad es de lo más tóxica. 
La Ciudad-País es un país ficticio del continente africano. El autor desdibuja detalles identitarios para hacer a este país inventado lo más genérico posible. En él podemos ver a niños soldado, a un dictador y a extranjeros explotando los recursos locales. En él se libran guerras civiles, rebeliones, motines y huelgas, y es un hervidero de corrupción, injusticia y desesperación. Fiston Mwanza consigue, con este retrato del escenario, denunciar las formas más indirectas de esclavitud que existen en la actualidad, así como denunciar que los vestigios del imperalismo han sido reemplazados por otros tipos de abuso, más sutiles, pero igual de reprochables. Eso sí, esta presentación y tratamiento de la Ciudad-País no hace que el autor caiga en el tono sombrío de tantas otras novelas africanas coetáneas. Fiston Mwanza se aleja de convertir a los habitantes de la capital en víctimas. Viven en condiciones pésimas, probablemente han sido arrastrados a esta situación por la mano de otros, pero nos son retratados de forma forzadamente empática. Los personajes están obcecados en «satisfacer los placeres del bajo vientre», son egoístas y traicionarían a un compañero si hiciera falta. 

En definitiva, este libro me ha parecido una propuesta ambiciosa que tiene un nivel de corrección más que notable. No obstante, tiene algunos lastres, probablemente fruto de la inexperiencia del autor:

  • Hay tantas decisiones estilísticas rompedoras, y tan variadas entre ellas, que no todas cuajan con la misma efectividad. Algunas acaban por integrarse poco en el conjunto, y se me antojaron un pegote innecesario.  

  • Cada capítulo tiene una especie de título (una frase o varias) como encabezado. A veces, estos encabezados son demasiado grandilocuentes para mi gusto. Que exhiban un cierto efectismo no me molesta en lo más mínimo, pero es en la incoherencia de tono de algunos con el capítulo que inauguran donde percibo una disonancia extraña. 

  • También me resultaba poco creíble la forma de hablar de ciertos personajes. El autor establece que la Ciudad-País desdeña la cultura, y hay ciertos personajes, de hecho, que quieren acercarla a sus habitantes por ese motivo. A pesar de ello, tenemos a potrillas (a las cuales suponemos analfabetas, o poco cultivadas en el mejor de los casos) usando palabras o frases relativamente complejas. Por no decir aquellas que sueltan perlas dignas de la poesía de Frida Ediciones. Fijaos en esta: “Tu boca es como los ojos de la torre Eiffel...” (pg. 188). Ya sé que la novela tiene un componente absurdo, que tiende a la incongruencia en todas sus manifestaciones, pero esto no debería impedirle seguir una cierta lógica interna.  

  • La presencia femenina tiene una gran importancia, tanto en la construcción del escenario como en ciertas partes del desarrollo de la trama. Pese a eso, se aborda a las mujeres de forma anecdótica, se las relega a un segundo plano. Volvamos a Bukowski. Las mujeres también tenían un enorme peso en su obra, pero mantenerlas al margen acentuaba el desconcierto del joven Chinaski ante el sexo femenino, o la misoginia del autor. Sin embargo, creo que Tranvía 83 no se beneficia de su ausencia. De hecho, pierde mucha potencia narrativa por renunciar a su perspectiva. 

Por último, no quiero dejar pasar la oportunidad de remarcar la labor de traducción de Rubén Martín Giráldez. Tiene que haber sido duro, pero te ha quedado genial. Felicidades. 

5 comentarios:

Interlunio dijo...

Gracias por dar a conocer al autor. Al igual que con todo Africano, me resulta interesante desde que veo su origen, aunque también pienso que esto es un poco lastimoso, injusto con las obras en sí.
Por ejemplo, hace unos días leí por primera vez a Adichie, de quien tanto se habla y, la verdad, no encontré nada que me sorprendiera, que me cautivara o para destacar.
Pensé: ¿La virtud de esta escritora es su nacionalidad y nada más?
Quiero decir, celebro que autores africanos "mediocres" lleguen a nuestras librerías de la misma manera que lo hacen norteamericanos y europeos mediocres, claro que sí. Pero me pregunto si el origen y color de estos autores no funcionan como tirón publicitario para las editoriales. Si acaso no estamos en un momento en el que las compañías dicen: "Hay muchos interlunios buscando autores africanos, traeme dos o tres que escriban como los occidentales". Y así, tanto cultura africana como calidad de una obra vuelven a pasar a un plano secundario. No sé si me explico.

Más allá de mis reflexiones al pedo, te agradezco nuevamente la reseña y ya contaré qué me pareció el libro.

Marc Peig dijo...

Hola, Interlunio. Como reseñé "Americanah" de Chimamanda Ngozi Adichie hace poco, entro "al trapo" ;-)

Bajo mi punto de vista, comparto contigo en que hay que celebrar la publicación de libros de autores africanos (como de asiáticos, australianos o de cualquier sitio) y entiendo que el origen del autor pueda despertar por sí solo un cierto interés inicial en aquellos países con poco conocimiento acerca de lo que ocurre en el país del autor en cuestión.

Por mi parte, también he detectado recientemente un aumento de libros publicados en castellano escritos por autores africanos, aunque más que atribuirlo a una tendencia de "modas" (espero que no sea el caso) sea debido a que ha aumentado el interés por los autores de estos países tras haber descubierto su calidad (desconocida en gran parte hasta hace poco). Siguiendo esta línea argumental, y atribuyendo el aumento a la calidad y no al origen del autor, no olvidemos que, por ejemplo, Ngugi Wa Thiong'o ha recibido muy buenas críticas en ULAD y tiene 80 años; también Mia Couto (62 años), al igual que Chimamanda Ngozi Adichie con 40 años (aunque probablemente más por sus ensayos que por sus novelas) y también, Yaa Gyasi hizo una buena primera novela con 27 años. ¿Dónde quiero ir a parar con todo esto? Pues que probablemente autores de tan distintas generaciones tengan estilos muy diferentes, y no creo que todos ellos escriban con estilo “occidental”. De esta manera, pienso que de escritores africanos los hay buenos y no tan buenos (como en cualquier lugar), pero siempre los ha habido de ambos tipos. Es posible que ahora se conozcan más porque en un mundo cada vez más globalizado aumentemos nuestro interés en aquellas zonas alejadas de nuestros países, lo cual es bueno y bastante propio de la cultura: abrir la mente y ampliar horizontes (mentales o geográficos). Pero no creo que este aumento de libros de escritores africanos sea para aprovechar un "tirón" sino porque antes había un déficit de conocimiento de la literatura africana que ahora se intenta cubrir.

Respecto a si el color de los autores se puede aprovechar como tirón publicitario, prefiero pensar que no es así porque me parecería algo abominable.

Dicho esto, y perdón por la extensión, espero que sigan apareciendo nuevos autores para que, cada uno, encuentre aquellos con los que conecte más, sean de donde sean. Entre todos los iremos buscando ;-)

Interesante tema el que has planteado.

Saludos, y gracias por comentar.

Marc

Interlunio dijo...

Muchas gracias por tu amable respuesta, Marc. No me pidas disculpas por la extensión, que yo soy el primero en ir contra la brevedad que los tiempos parecen exigir. Al contrario de molestarme, le aprecio; le temo mucho más a un emoticono que a un texto extenso.

Leyéndote, me doy cuenta de que mi comentario quizás generalice cuando mi único problema fue la decepción que me lleve con Adichie.
Algunos de los autores que nombras aún no los conozco y, Thiong'o, Saleh o Achebe, por ejemplo, me encantaron y están lejos de entrar en mi crítica.
También es muy posible que esté siendo injusto con la nigeriana, y deba emitir juicio después de leerla más.

Mi experiencia fue con el discurso famoso de "todos deberíamos ser feministas". Me pareció correcto, estoy de acuerdo con ella en sus planteamientos, pero me dejó la sensación de estar leyendo cualquier manifiesto feminista que le puedo leer a una amiga en Facebook.  Esperaba otra cosa. De una autora tan celebrada, de un país donde a las niñas se las rapta por ser niñas e ir a la escuela, etc. me esperaba algo menos universal. Me dio la sensación de que la autora sabía más sobre Norteamérica que sobre su propio país. Y mi comentario puede venir por ahí.

Entiendo mi falta. Entiendo que mi ignorancia o ilusión pueden imaginar un continente distinto que ya no existe y, como parece decir, entre otros, Teju Cole, tiene para contar o denunciar lo mismo que leemos de otras partes del mundo.
Eso me parece una lástima.
Nunca olvido aquel maravilloso final de "todo se derrumba", donde lejos de hacer apología al buen salvaje, Achebe sentenciaba la obra con aquel colono afirmando que podría dedicarle un párrafo largo de su libro a Okonkwo, con él, a miles de años de una cultura distinta. Esa es mi pena. Thiong'o escribe algo por el estilo en su ensayo: "Descolonizar la mente".
En fin. Como bien dijiste, globalizacion. Yo agrego, monocultivo.

Un saludo.

Oriol dijo...

Hola a los dos y muchas gracias por comentar la entrada.

A mí me ocurre que espero de los libros de escritores africanos algo exótico. Y eso es bastante racista, si te paras a pensar. Lo del Otro ya ha sido demasiado cuestionado como para seguir manteniéndolo, aunque a veces caigamos sin querer en esa clase de distinciones. En todo caso, creo razonable que creamos que vamos a encontrarnos en este tipo de obras con algo, al menos, distinto a lo que los autores occidentales nos tienen acostumbrados.

Curioso me parece, de hecho, que a Interlunio encontrara "Todos deberíamos ser feministas" algo genérico. Si eso sucede, creo que no era la intención de Chimamanda Ngozi Adichie. En una de sus charlas TED ("The danger of a single story"), la nigeriana defendía, precisamente, la pluralidad de miradas que justifican cosas como nuestro lugar de nacimiento, nuestra cultura, etc... Pero es cierto que al final la globalización lo acaba asimilando todo poco a poco...

Y sobretodo, Interlunio, si al final lees esta novela, me encantaría saber tu opinión. Yo creo que es, cuanto menos, interesante. Y la premisa es bastante buena, pese a que en la ejecución flaquee un poco. Así que ya dirás, por favor.

Un fuerte abrazo a ambos.

Anónimo dijo...

Me lo han regalado estas fiestas. A ver qué tal. Gracias por la reseña.