martes, 16 de enero de 2018

Luis Rafael Sánchez: La guaracha del Macho Camacho

Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1976
Valoración: Muy recomendable

La insularidad es un privilegio repleto de inconvenientes. “La maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa del café.”, capturó el cubano Virgilio Piñera en su poema La isla en peso. El escritor isleño carga un extra de periferia, de invisibilidad para los grandes centros urbanos y continentales donde se proclaman cánones y se dictan las fórmulas de lo válido, lo admirable y lo excelso. Si a la condición de insular se le agrega la circunstancia de la puertorriqueñidad la realidad es aún capaz de retorcerse hasta la extrema contorsión dado el peculiar estatus jurídico, político, social, cultural y económico boricua. Un mejunje genuino, exuberante, carnal, guasón y antillano capturado con esplendor en las páginas de La guaracha del Macho Camacho, novela que debería formar parte del canon de la narrativa contemporánea en lengua castellana y que, al menos en esta orilla europea del Atlántico, dista mucho no ya de ser reconocida si no siquiera conocida.

Formalmente el texto se permite experimentar y desbordar los límites del relato convencional. Un miércoles cualquiera, a las cinco de la tarde, cinco personajes se encuentran atrapados en un tapón, un atasco, en las calles de San Juan. Cada uno con sus pensamientos y sus fantasías, con sus preocupaciones y deseos. Las escenas están cosidas por la voz de un locutor radiofónico que se recrea presentando el exitazo del momento, una guaracha del sin par Macho Camacho –lectores del 2018, hagámonos cargo, estamos en el país del Despacito de Luis Fonsi. 

Las sensaciones, las imágenes y los pensamientos se suceden y atropellan, se aceleran y fluyen hasta la verborrea, con párrafos que son genuinos ametrallamientos en modo cantinflas y que acaban por conformar una atmósfera disparatada y enloquecida, escenas repletas de referencias y giros locales (el medio millar de citas explicativas de la edición de Cátedra, aunque quizás excesivo, se hace imprescindible para no perderse) y de referencias cultas y literarias, todo ello mantenido con la misma enjundia y contundencia rítmica que el género musical que se fraguaba en aquel momento y que hemos acabado reconociendo como salsa. Porque La guaracha del Macho Camacho está cargada de voluntad de sorprender, de transgresión formal y no sólo lo consiguió en su momento, si no que cuarenta años después sigue funcionando como un mecanismo pegadizo, contundente y fascinante.

La decisión de hacer literatura con el latido y el lenguaje más popular y callejero confiere a las páginas de la novela  un tono desenfadado e irónico que sirve para tratar sin contemplación asuntos como el consumismo, el clasismo social, el machismo, la sexualidad y los arquetipos eróticos o los orígenes raciales. Esa querencia por lo soez, por lo cotidiano, por lo vulgar que es tratado por la alta cultura con nariz arrugada y gesto despectivo aquí impregna párrafo tras párrafo y figuras como la de la vedete Iris Chacón –a quien otro escritor boricua, Edgaberto Rodríguez Julia dedicaría una década después una suculenta aproximación, Una noche con Iris Chacón- se reconocen y agasajan como icono de lo admirable (y deseable). 

Dejémonos de disimular y de acomplejadas imitaciones y mostrémonos como realmente nos dé la gana, es el armazón estético e ideológico con el que Luís Rafael Suárez sustentó La guaracha del Macho Camacho. Y ese punto de vista, ese modo de incorporar al relato literario, en el que una comunidad puede supuestamente reconocerse, a plebeyos y horteras, a negros y mujeres atronadoras y el tono jocoso y coherente con que lo factura es lo que dota a la novela de su intacto magnetismo: “Un hombre no sabe ni así, tomó una pizca de yema de dedo, lo que es el dolor –dijo Doña Chon, argumentosa. Ningún hombre podrá parir nunca, dijo Doña Chon, bombástica en la formulación del histórico aserto. A los hombres les falta el tornillito de la pujadora que es un tornillito que la mujer trae en su parte –dijo Doña Chon, ginecóloga. El día que un hombre quiera saber lo que es parir que trate de cagar una calabaza– dijo La Madre: eufórica, un kindergarten en los ovarios, fanfarria con las trompas de Falopio”.

4 comentarios:

Carlos Andia dijo...

Pues me ha encantado la reseña, compadre. Creo que voy a pillar este libro.

Dr. Fabián dijo...

"Fanfarria con las trompas de falopio".
Merece una leída.

carlos ciprés dijo...

La leída será gozosa y benéfica, estimado Dr. y querido tocayo. ¡Buen provecho!

Anónimo dijo...

Buena reseña. Permite vislumbrar un gran tema del texto: la ''canallización' de una sociedad.